Desde San Pablo

El tsunami que provocó el retorno de Lula al centro de la escena política, sumado a la tragedia pandémica que desgasta cada vez más a Bolsonaro, puso en alerta al establishment local. Ocurre que a los “dueños del PBI”, como se le llama en Brasil, la creciente polarización entre Lula y Bolsonaro los pone en una situación incómoda. Pero principalmente, los angustia saber que - de cara a 2022- están en una “reprise” de una película que ya vieron y no quieren repetir. No porque se arrepientan de su antipetismo, o se hagan cargo de sus oscuridades. Los une el espanto por imaginar a Lula presidente.

Fueron la pata liberal de la nueva derecha. En ese contexto, buscan denodadamente una “tercera vía”, una alternativa que los exima de culpa de votar nuevamente a Bolsonaro. Que evite quedar en lo que ellos denominan la trampa de la polarización, de los “extremos”. Si de un lado Bolsonaro queda como expresión radical, se trata entonces de desempolvar el discurso que coloca a Lula como extrema izquierda, esa rareza construida por la derecha que prendió en buena parte de la población.

El Biden imaginario

El sueño de consumo del establishment local es un “Biden brasileño” que unifique el campo político “polarizado”. Esta idea es mucho más imaginaria que real: tendría que tener el apoyo sindical, un partido fuerte y sobre todo, votos. Es Lula quien tiene estos 3 requisitos. El nuevo Biden brasileño imaginado no existe.

El movimiento por la tercera vía incluye varios frentes. “El gobierno precisa cambiar de rumbo y actuar...” decía la solicitada firmada por más de 1700 economistas y banqueros hace 3 semanas. Fue una señal de que algo empezaba a resquebrajarse en ese campo. Del lado puramente politico, el 31 de marzo, día del aniversario del golpe militar de 1964, seis presidenciables firmaron un manifiesto a favor de la democracia: Ciro Gomes (PDT, centro izquierda, quien fuera ministro de Itamar Franco y de Lula); Joao Doria (PSDB, derecha liberal, gobernador del Estado de São Paulo, aliado en la recta final de la campaña 2018 de Bolsonaro -fueron famosas las remeras Bolso-Doria-, hoy enemigo del presidente); Eduardo Leite (PSDB, gobernador de Rio Grande do Sul); Luiz Henrique Mandetta (DEM, derecha conservadora, ex ministro de Salud de Bolsonaro, quien salió con buena imagen producto de sus diferencias con el presidente); Luciano Huck (sin partido, famoso presentador de TV, una especie de Tinelli brasileño, que amagó a candidatearse en 2018 y finalmente no fue de la partida, y hoy coquetea nuevamente con la idea)y Joao Amoedo (Partido Novo, derecha ultra-liberal, fue candidato a presidente en 2018). 

Defender la democracia en el Brasil bolsonarista es una buena señal. La carta refleja más la necesidad de querer crear un hecho politico, configurar un campo común, hoy aún difuso. Todos estos candidatos sumados llegan a aproximadamente al 20% de las intenciones de votos (Pesquisa XP/Ipespe, abril 2021). Para tener una idea, en la misma encuesta, Lula tiene 29% de intención de voto y Bolsonaro 28%. O sea, este simulacro de tercera vía precisa consolidarse como una propuesta que tenga algún plan concreto, un partido por detras que la apoye. Son los llamados “ni-ni”: ni votos, ni partido. Ademas de lo dicho, precisan necesariamente robarle votos a Bolsonaro, quebrar ese piso cercano al 30% que tiene desde el inicio de su gestión. Detalle: excepto Ciro Gomes, los otros cinco votaron a Bolsonaro para presidente. Una decantación rápida de candidatos indicaría que Doria y Leite no se presentarán finalmente a las presidenciales (lo más probable es que intenten la reelección en sus estados), Huck se muestra indeciso, y probablemente decida continuar en su lugar en la TV. Amoedo no tiene chances reales de liderar ese espacio: sus diputados votaron sistemáticamente junto con el gobierno Bolsonaro. Restarían Ciro Gomes y Henrique Mandetta, una fórmula que podria ser competitiva, aunque hoy día los separan enormes diferencias en materia económica.

In Guedes We trust

Si hay algo que une a la derecha liberal brasileña es su idolatría por el ministro de Economíua, Paulo Guedes. En 2018, Bolsonaro lo definió como su “posto Ipiranga”, referencia a una famosa propaganda local que jugaba con la idea de alquien que “resuelve todo”. Guedes es la expresión más cabal del capitalismo desalmado: estudió con Milton Friedman, trabajó con sus colegas ultraliberales en el Chile de Pinochet, propone la receta ortodoxa conocida: menos Estado, techo de gastos, privatizar. En febrero de 2020 dijo que “cuando el cambio estaba a 1 dólar = 1,80 real, las empleadas domésticas iban a Disney, una fiesta loca....”. En abril de 2020 descubrió que había “40 millones de invisibles”, como llamó a los brasileros que no constaban en registros públicos. La semana pasada vaticinó, en una de las tantas lives que hace para bancos privados, su platea preferida: “en 4 meses tendremos inmunidad de rebaño”. Ese alineamiento del “PBI” con Guedes es una metáfora clara de sus limitaciones intelectuales, de la mediocridad que está sumergida. Esa idolatría es puramente imaginaria, Guedes no entregó casi nada de lo prometido. Pese a ello, vale todo para seguir teniendo un fiador de sus intereres. 

“Es el centro, estúpido...”

Fernando Henrique Cardoso, a punto de cumplir 90 años, es probablemente el pensador más lúcido del establishment brasileño, lo cual dice bastante de la sequía intelectual de ese campo. Sus palabras conceptualizan lo que esa elite no consigue plasmar: “Tenemos que formar un centro que sea progresista, social y económicamente. Tendrá lado, el de la mayoria, el de los pobres; pero tambien el de los que tienen visión de Brasil y son aptos para producir” dijo FHC hace una semana. Es una forma de diferenciarse de Bolsonaro, definir alguna tentativa de proyecto de país, sin dejar de mencionar a losque  “tienen visión y son aptos para producir”. A buen entendedor, pocas palabras. Es la búsqueda por ese espacio “de futuro” como se empieza a hablar, versus el “pasado” (que serían Lula y Bolsonaro). El hecho contundente es que el propio Lula dice más o menos lo mismo: “en 2002, cuando Ze Alencar fue mi vice, fue la alianza más exitosa entre el capital y el trabajo”, dijo recientemente. 

El establishment hace un esfuerzo denodado por llamar de “centro” lo que es de “derecha”. Sus pensamientos económicos, su visión de sociedad, lo revelan nítidamente. Ya tuvo media sanción en la cámara de diputados una ley que es el salvoconduto para que la industria privada compre vacunas contra la Covid, se saltee la fila, por ley.

Los 44 mil muertos solo en los primeros 15 dias de abril, los 111 pedidos de impeachment y la apertura de una CPI (Comisión de investigación parlamentaria) esta semana lo ponen a Bolsonaro en jaque. La CPI será un desfile de declaraciones que podría desangrar políticamente a Bolsonaro en los próximos meses. Esa situación puede favorecer más a la “tercera vía”, lo debilita, y pondrá a prueba cuanto consigue mantener de su caudal electoral, si es que no desencadena en juicio político.

El PBI, sin embargo, juega siempre a ganador. Asintomático del bolsonarismo en 2018, hoy la realidad los encuentra debatiéndose entre fogonear la tercera vía (su deseo de máxima), sincerarse que Lula es una opcion válida y conocida, y seguir coquetando aún con el bolsonarismo, que de hecho no está descartado para el 2022. Parafraseando el célebre libro de Greg Palast, son “The best democracy Money can buy”; tropicalizados, con sunga y caipirinha.

Eduardo Sincofsky es consultor político