Sebastián Torrico nació en Luján de Cuyo, Mendoza, el 22 de febrero de 1980, tiene 41 años, nueve más que Fernando Monetti, que empezó atajando en este campeonato y 15 más que José Devecchi, que ocupó el arco desde la cuarta fecha hasta que le dejó el lugar al veterano.

Torrico, emblema de San Lorenzo, fue el arquero del equipo que ganó el torneo Inicial del 2013 y la Copa Libertadores del 2014, único sobreviviente de aquel plantel. No debe haber hincha que no recuerde la fenomenal atajada contra Agustín Allone, de Vélez, en el partido de la consagración del campeonato local; y no debe haber ninguno que haya olvidado los penales contra Gremio, en los octavos de final de la Libertadores.

Hacía un año que Torrico no jugaba, su último partido había sido en marzo del 2020 contra Patronato. Hasta se pensó en su retiro cuando se luxó el hombro en un entrenamiento, en noviembre del año pasado. Pero no, lo operaron, hizo un gran trabajo de recuperación, puso esfuerzo y coraje, y esperó la oportunidad. 

En la semana jugó contra Huachipato por la Sudamericana y contra River se atajó todo y fue uno de los ejes de la victoria. Diego Dabove resaltó el orden del equipo y la contundencia para definir cuando le pidieron razones del triunfo, pero inmediatamente cuando le preguntaron por el arquero rectificó: "Sebastián, el orden y la contundencia".

San Torrico de Almagro titularon los medios más de una vez en estos ocho años que lleva en el club. Con sus brillantes atajadas volvió a los primeros planos e iluminó su aureola. La enumeración de sus intervenciones explica el 10 del puntaje.

Mano a mano con Borré , parece que es gol de River, pero el arquero sale rápido y pone el cuerpo para que le rebote la pelota. Segundo mano a mano con Borré. Peligro de gol. Remate al cuerpo y Torrico salva. Remate de media distancia a ras del piso de De la Cruz, pelota difícil, envenenada y manotazo del arquero hacia un costado como mandan los manuales. Si le hubiese rebotado al medio estaba Girotti para el gol.

Otro mano a mano con De La Cruz, con toda la pinta de gol de River. La pelota picando. El volante le pega con un fierro. Torrico le vuelve a poner el pecho a la bala. Más aún: estuvo a punto de salvar el invicto en el gol de River, pero su manotazo después de un rebote fortuito en un compañero no alcanzó para evitar que Girotti empujara el balón sobre la línea.

El final del clásico dejó algunas postales muy emotivas: la sonrisa abierta de ese gladiador que merecía una actuación así, el abrazo efusivo de sus compañeros y las palmadas de Enzo Pérez, que le debe haber dicho algo así como "viejo es el viento y sigue soplando".