“Y aquí están todos los hombres nominados”, dijo Natalie Portman en una entrega de los Golden Globes cuando ninguna mujer directora aparecía en la lista. Proscriptos para la competencia los nombres de las mujeres directoras aparecieron bordados en un vestido que la misma actriz lució una noche en la alfombra roja del Oscar. Es una vergüenza, dijo Genna Davis en un festival: “Creo que escuché que en Francia hay un 24 por ciento de directoras y en Estados Unidos solo el 4 por ciento. Quiero decir, 24 por ciento tampoco es suficiente, pero 4 por ciento es una vergüenza”. 

Un discurso, un vestido o una declaración para la prensa internacional son algunos de los espacios que las mujeres eligen para darles voz y luz a las compañeras que Hollywood quiere dejar en off y a oscuras. Fue hace pocos años que supimos que la primera película de ficción la dirigió la mujer y no un hombre como la historia nos mintió, se llamaba Alice Guy y en abril de 1896 dirigió La Fée aux Choux (El hada de los repollos). Ese silencio verdugo que deja afuera de los premios de la Academia a Marielle Heller, Kelly Reichardt, Greta Gerwig (por nombrar solo a tres directoras estadounidenses) también alcanzó a nuestra primera cineasta, Emilia Saleny, de la que poco se habla, aunque no se trate de ternas hollywoodenses. 

Desde las películas de Emilia -entre 1917 y 1920- hasta los años ochenta del siglo pasado solo hubo diez estrenos nacionales dirigidos por mujeres y en noventa y tres años de celebración Oscar solo dos mujeres ganaron el premio a la mejor directora: Kathryn Bigelow en 2010 por The Hurt Locker (Vivir al límite) y Chloé Zhao por Nomadland, el domingo pasado. Chloé Zhao tiene treinta y nueve años, nació en Pekín, vivió en Brighton, Inglaterra, y ahora vive en California. Verla el domingo con unas zapatillas blancas clásicas de Hermès entre ese decorado de disimulo que la pandemia diseñó para la entrega de los premios, hablaba física e íntegramente de una armonía somnífera onírica plena. 

Temprana rebelión sin doble, presencia genuina de una seriedad sencilla y no porque las zapatillas fueran una novedad (hay una lista de chicas que pisan cómodas la alfombra roja: Millie Bobby Brown, Kristen Stewart, Cybill Shepherd, Sally Field, Frances McDorman…) sino porque tiene algo de omisión satisfactoria, de sabia y prolongada resistencia genial. Dichas juntas estas últimas palabras -y porque de directoras de cine queremos hablar- nos hacen decir de inmediato el nombre de Agnès Varda, de la que casi no se hablaba mientras filmaba salvo cuando quienes intervenían en la charla sabían qué era el cine. Prolongada resistencia genial.

Pero volviendo a Chloé, la directora de Songs My Brothers Taught Me (2015) y de The Rider (2017) a quien después de algunos laureles ahora China minimiza y censura, la que está a punto de estrenar, Eternals, es una película de superhéroes de Marvel. Mientras prepara a Drácula para protagonizar un western futurista de ciencia ficción: “siempre me han fascinado los vampiros”, dice, y por estas horas espectadores de todo el mundo alaban y critican su Nomadland con igual intensidad. Tal vez eso quiere decir que hay que dar por sentado que Chloé ya gira en la rueda ahora que dar por sentado equivale a desplazar del lugar central algo que nos resultaría, en caso de creernos alguna verdad, tan significativo que nos obligaría a olvidarlo todo mientras las directoras de cine, nómadas inmortales (para no dejar afuera a la Nomadland triunfante y reciente) pueblan la tierra adentro y fuera del set.