Las conquistas nunca son lineales. La Enmienda XIII declaró sobre la libertad de los negros y africanos en EEUU. Pero no fue hasta la Enmienda XIV que la igualdad fue proclamada. Claro que abrir espacios de intelegibilidad y acción es más productivo que no hacerlo. Pero sobre ese espacio hay que militar. Desde aquella enmienda hasta las muerte de George Floyd por mano de la policía gringa esa lucha continúa, llegando hasta el revisionismo del papel de Abraham Lincoln que muestra la miniserie Enmienda XIII dirigida por Avu DuVernay y disponible en Netflix. Allí nos enteramos de que Lincoln pretendía, antes de necesitar mano de obra para la guerra civil que perdía, enviar a todos los negros de EEUU a Costa Rica. Y, según el documental, fue el militante negro abolicionista Frederick Douglass quien los fue coacheando hacia una postura anti esclavitud que le valió ser asesinado. Desde la Enmienda XIV que fue posterior a la guerra civil de EEUU, todo fue cuesta arriba y tuvo su punto de mayor agitación con los Black Panters.

Pero el racismo no es un problema “humanista”, cognitivo y moral que se soluciona con “guías”, talleres y cursos. El racismo es una práctica, dinámica y estructura de desigualdad que necesita el capitalismo para la producción de mano de obra barata y autoafirmaciones de dominio. Por eso destruir al racismo, es destruir una forma de capitalismo, principalmente el neoliberal que descarta al 70% de la población mundial. Es en este marco que Joe Biden está en una encrucijada: como salir de los recortes de derechos y reconocimiento de poblaciones que su sucesor Donald Trump no tenía empacho en afirmar, pero que el nuevo Presidente quiere mantener junto al modelo neoliberal. Es aquí donde la “exposición de la diferencia”, su banalización, su borramiento de todo carácter crítico se reactiva en las industrias culturales.

Fact: la última entrega de premios Oscar. La presencia y los discursos encendidos contra el racismo en estación Union Station, en Los Angeles, llegó a la reivindicación de las Panteras Negras. En esa efervescencia, Tyler Perry, multimillonario que realiza obras de inclusión social, recibió el premio “humanitario” y Regina King performateó un monólogo de George Floyd y aplaudió a grito pelado toda referencia a las luchas antirracista. Pero solo el cortometraje (disponible en Neflix) Two distant strangers que aborda la violencia policial hacia las personas negras en EEUU fue el que recibió un premio. En esa fiesta de estación en la que casi ondeaban banderas de la Panteras, los premios fueron a una película, Nomadland, que es un “canto de esperanza” (como si eso fuera posible) a una mujer pobre que se aventura en el nomadismo, la mejor actriz Frances McDomand quien más allá de sus dotes actorales, configura una misántropa dentro y fuera de la pantalla, y el de mejor actor fue para Antony Hopkins, maravilloso actor, pero que su papel es el de algún pariente que no falta en nuestra familias. Fue como si el fervor antirracista en la Union Station hubiese devenido en carnaval carioca. Ese el peligro y el desafío: que la diferencia solo sea cotillón.