Cada nuevo libro de María Lanese es como un nuevo disco: el retorno con variaciones de una voz. Cada obra se centra en un tema, un tono y un ritmo. Sudarios (2019, Buenos Aires, Huesos de jibia) es cadencioso y elegíaco, es decir: consiste en cantos de despedida a personas fallecidas. Versos templados, publicado el año pasado en Rosario por el flamante sello editorial Río Belbo, gira en torno a una reflexión sobre el lenguaje: "La voz/ ávida de sentidos/ captura el sonido de las almas". En su segunda sección, que lleva el mismo título del libro, cada verso se expande hasta acercarse al tono pensativo de la prosa ensayística. Los dos libros, al igual que la casi totalidad de su obra poética, son bilingües. 

Los dos idiomas en que se publican estos poemarios son el castellano y el italiano. Versos templados comienza con un bello poema dedicado a su traductor, Antonio Pinto, quien viene traduciendo al italiano su poesía desde hace varios libros. El poema se refiere a "la quimera/ de mis voces antiguas", frase que a partir del contexto sugerido en alusiones dispersas en toda su obra es posible interpretar en relación con un tercer idioma, una suerte de lengua materna perdida cuya búsqueda tal vez sea lo que impulsa toda su producción. Sudarios se abre con un texto en prosa que evoca el rítmico lamento de la viuda plañidera durante un funeral en su localidad natal de Ripalimosani (Campobasso, Italia), donde la poeta, hija de campesinos, vino al mundo al final de la Segunda Guerra Mundial.

"Con las manos juntas sobre el regazo [...] entonaba letanías en nuestra lengua más propia, el dialecto ripese. 'Mo n tienge  kkiu 'ki me guarde, n pozze kkiu 'eprirte a porte kuanne arrive. Ki me selute onne metine?...'". La música de las lágrimas anima todo el libro, veteada de esos idiomas otros que en sucesivos poemas son las lenguas originarias de Abya Yala: la lengua maya chiqué de Humberto Ak'abal (invitado en dos ocasiones al Festival de Poesía de Rosario, y cuya voz imitaba el canto de los pájaros), o el quechua, con su "Sonido de las lágrimas... cayendo/ en el frescor/ de uan vasija añeja... ¡pitaj kani!". El oído musical de María Lanese, quien también es cantante, disfruta inmensamente de la melodía extraña del poema recitado en una lengua desconocida, extranjera o aborigen. 

A diferencia del canto fúnebre oído en la niñez, los que compone Lanese son melodiosos, serenos, balsámicos, ricos en fantásticas imágenes de una naturaleza compasiva que acompaña el duelo humano, o cifra en la belleza una forma de permanencia: "También acarician/ como el llanto de las tipas", termina un poema en memoria del poeta santafesino Juan Manuel Inchauspe, refiriéndose a ese árbol de la región que a mediados de noviembre derrama flores amarillas. "Te seguirán buscando/ los colores/ en el aire", le dice a su amigo el pintor Adolfo Nigro (1942-2018), dialogando con unos versos de Beatriz Vallejos: "La muerte descansa/ en los colores". Y los ancestros cercanos están presentes, con sus nombres.

Si los dos fueran un álbum doble, serían como una moneda de dos caras, una dedicada a la muerte y otra a la vida. Sudarios lleva en su ilustración de tapa un pensamiento violeta con un centro amarilloflor del luto y del consuelo; Versos templados, un laúd, símbolo de la música. El primero roza la mediumnidad ("Habla Raz por mi boca") y la mitología clásica ("los muertos/ embarcan/ en naves solitarias"). El segundo celebra la amistad y el canto. En uno resuenan los ecos modernistas tardíos de la poesía del '50 (vertiente lírica que tuvo ilustres representantes en Rosario y que está siendo recobrada en la actualidad); en el otro, las vanguardias, al punto de que uno de sus poemas ("Zig zag") está hecho casi íntegramente de palabras que nombran el sonido de la voz: "ronronea... cacaerea". Las cuestiones humanas urgentes de la actualidad pandémica se inscriben también en el poema: "¿vigilarnos? / ¡jamás! / ¿Bienvenirnos? / ¡Sí!...". 

"Este libro de poemas que tienes en las manos, hecho de soles vivos, es el Cantos de vida y esperanza de nuestro tiempo", anuncia al final del prólogo de Versos templados el poeta colombiano Albeiro Montoya Guiral (n. 1986), en alusión al libro de poemas con que el nicaragüense Rubén Darío fundó el modernismo hispanoamericano en 1905. 

María Lanese ha llevado adelante, con la editorial Huesos de Jibia, un proyecto bilingüe que va y viene entre dos lenguas. Su libro Ancora (2014, segunda edición en 2015) fue escrito en italiano y traducido al castellano por la autora; en Cartas de cera (2015, segunda edición en 2016) y III.Cuerdas (2016) escribe en castellano y se establece su colaboración con el traductor al italiano, Antonio Pinto, quien también versionó las dos obras reseñadas en esta nota. En castellano, Lanese publicó: No sin antes (Huesos de jibia, 2017), Mariposas en la lengua (Ciudad Gótica, 2008) y Sonidos graves (Asunto impreso, 2006), con ilustraciones de Adolfo Nigro. Ejerció como psicoanalista hasta 1997.