La semana pasada el correo de SOy recibió este mensaje desde Berlín: “Adoro a Susana Giménez, soy su fan. Y  cuando escuché sus últimas declaraciones, me decidí a escribir a SOY, que también soy fan. “No quiero vivir en Argenzuela” es exactamente lo que dije yo y a los gritos en Ezeiza cuando me vine a vivir a Berlín en 2019. Lo sigo diciendo. Aunque confieso que agregué: Adios putos carneros de este país donde los pocos saunas que existen son unos lugares sucios, miserables, con olor a humedad. Mucho derecho para casarnos pero cero espacio para digno para poder seguir siendo putos. 

¿QUIEN LA TIENE MAS LARGA?

"Les escribo porque no puedo creer que discutan sobre si hay que ir a la escuela o hay que cerrar los bares. Escribo a mis amigos gays y me dicen cállate que para algo te fuiste. Mis hermanas me dicen, vos porque no tenés hijos.

Quiero aclarar algo: la pandemia es algo que le pasa al mundo entero. ¿Se enteraron chicas? ¿El ego argento que tenemos no les permite ver? ¡Comparen! Yo les digo desde acá: ¿Quieren vivir como europeos maricas? Vengan que les cuento como la estoy pasando acá”.

En una extensa carta Enrique C. (42 años) no sólo da detalles sino que comparte sus contactos alemanes recogidos en redes sociales para ampliar datos sobre la cuarentena alemana, que, según su opinión, es  más larga que "la más larga del mundo". 

En Berlín, desde noviembre de 2020, cines, museos y restaurantes, están cerrados. Van 6 meses y no hay perspectivas de que esto cambia hasta julio, mínimo. Es la segunda vez que los cierran desde que empezó la pandemia. Los hoteles están muertos: sólo aceptan huéspedes que tengan visa de trabajo. Hay 120.000 tiendas a lo largo de este país a punto de cerrar definitivamente. ¡Argentines! No se agranden. No la tienen más larga." 

Pero la gran noticia es que el célebre Kit Kat Club, antro de orgías y fiestas temáticas, cerrado desde que empezó la pandemia, se reconvirtió. Las fotos de esta nota ilustran el nuevo aspecto del club: donde antes se veía gente completamente desnuda o enfundada en latex, ahora se ven colas de "gente normal" y "diurna" para hisoparse. 

BERLIN YA NO ES BERLIN

Cuenta la leyenda que la dueña del Kit Kat, poco después de iniciada la pandemia se contagió de covid y ahí, entre fiebre y miedo a la bancarrota, le vino la idea. Hoy, el palacio del turismo BDSM es un centro de testeo que atiende a unas 200 y hasta 300 personas por día. Tiene varias clases de test. Los que se necesitan para poder viajar al exterior que rondan los 60 euros y también testeos más sencillos y al paso, a unos 24 euros, los más baratos del marcado. Un éxito de público. De sexo, ni hablemos.

El autor de la carta, en conversación con SOY, enumera, como quien lagrimea un responso, los antiguos "sitios de interés":  “Lab.Oratory donde podías entrar y elegir el culo sin mirar la cara de su dueño, Berghain donde me he pasado hasta 2 noches seguidas bailando sin dormir y con la mejor música del mundo. ¡Ay los baños! Ficken 3000, el centro de las orgías… La calle donde todos los gays y los hetero del mundo iban a comprar cositas de cuero, está desierta. Y olvídate de la Folson y de la German Fetish Fair.”

¿SE PUEDE SER GAY EN PANDEMIA?

Viendo los guantes de latex que ahora manipulan frasquitos y cánulas y la cara de paz de los que se dejan penetrar las narices, podemos decir que el Kit Kat Club ha sido coherente en su reconversión. Berghain también… Esa mole fabril, templo de las drogas, el tecno y el descontrol medido, coherente con su corte burgués se reconvirtió en galería de arte. Otros saunas, restaurantes y bares bdsm sevolvieron hosteles para homeless...  Y ya se habla de un mercado negro de potors, sillas ginecológicas, y diversos objetos de las mazmorras que ahora que están cerradas, se alquilan para fiestas privadas. 

Todos los entrevistados  conclusión existencial: “Hace tanto que no voy a un cogedero, ni a un sauna, ni a una orgía, ni al parque de cacería… Hace tanto que la escena se evaporó, la noche está tan desierta, que, de verdad se los digo, ya estoy dudando de ser gay.”

¿Usan Grinder?

Sí. Más que nunca. Pero hay que ser muy macho para patear la calle.  Te recuerdo que el invierno, que por suerte está terminando, acá está bueno para esquiar como dice Lilita, pero para yirar, te la regalo. 

¿Cómo es la cuarentena  hoy en Berlín? 

 Podés salir. !Sos libre! Solo podés ir a comprar comida o a la farmacia. Si  querés salir de compras a un H&M o cualquier negocio, podés. Porque los negocios abrieron, pero ojo, para entrar te tenés que hacer un test. 

Estamos en el primer mundo: tenemos test rápidos que se hacen al toque y se venden en la farmacia por 5 euros. Tiene una validez de  24 horas. Si al otro día queres cambiar la ropa que te compraste, te tenés que testear de nuevo. Te aseguro que a la semana se te fueron las ganas de salir. No podes sentarte a tomar un cafecito porque todos los bares están cerrados. 

¿No hay fiestas clandestinas?

Por supuesto que sí. Pero no es lo mismo para un fetichista como yo ni creo que para nadie, ir a un lugar que ya tenía su mística y su acondicionamiento donde entrabas y había 300 personas dispuestas a tener sexo, que meterte en un departamento lejos del radar, sin la menor onda. Puedo acondicionar mi casa para una sesión, pero no te la presto para practicar pissing, a nadie le divierte despertarse a la mañana con toda la casa meada. 

¿Hay protestas en las calles reclamando por la libertad perdida como hay acá?

Mirá, si tuviera que definir a la gente que protestó acá desde un principio,  te los definiría como “los mismos terraplanistas de siempre”. La gente entiende la gravedad del tema. Y eso que la Merkel también la pifia. El otro día dio un comunicado a las 3 de la mañana y parecía en pedo. Dijo que cerraba todom tipo Alberto el primer día, pero lo dijo juisto antes de semana santa. Se armó un lío bárbaro. Y pidió perdón y tuvo que rectificar. Y por supuesto que hay plata para repartir no como allá. Pero también hay algo que excede gobiernos y políticas, por eso yo siento que la pandemia y la distancia me sacó de la grieta. Yo creo que la pandemia nos enloquece. 

¿Por ejemplo?

Así como te digo lo de terraplanistas te cuento que el otro día fui a mi dentista. Una señora que yo diría, educada, discreta, lo que se dice normal. Mientras me tenía con la boca abierta me iba contando que estaba indignada porque por culpa de estas restricciones ella no podía ir a regar las plantas a su casa de fin de semana. Se fue calentando tanto que agarró el teléfono y llamó a su abogado. Mientras yo quedaba con la boca abierta, literal, ella se asesoraba legalmente para ver qué podía hacer.


SIN BARBIJO Y A LO LOCA

Algo que aquí nos resultaría insólito: en Alemania no es obligatorio el uso del barbijo en la calle. Sólo hay que ponérselo al entrar a un lugar. La gente no protesta por las escuelas, que se reabrieron pero con importantes restricciones, con test obligatorios cada tres días y que además se cierran en cuanto se detecta un número preciso de casos. Tampoco hay grandes protestas por los restaurantes y cines cerrados. Ni por la lentitud de la llegada de vacunas que supera en grande a la lentitud argentina. En cambio los anti barbijos son multitud, defensores de la libertad de expresión, entendida como el derecho a mostrar las facciones. Lo llegaron a comparar con un bozal y un límite que en Alemania, salvo en el mundo del fetichismo, parece que no se puede pasar. No sabemos si esto es lo que influyó en la determinación gubernamental de no imponerlo, o se debe a algún paper científico de esos que van y vienen.

SOY tomó contacto con el encargado del guardarropas del Kit Kat Club. Hoy encargado de recibir a los vacunantes. Robert, que aclara especialmente que habla por él y no en nombre del club, en Instagram tiene el ingenioso nick: @guardarobert. Dice que la idea de la reconversión en un centro de vacunación le parece una gran idea no sólo por cuestión de supervivencia sino porque entiende que está contribuyendo con algo muy concreto y útil en estos momentos tan difíciles.

¿Con el tema de los testeos se mantienen?

Sí. Nos va muy bien. También nos mantenemos vendiendo merchandisign del lugar y vendemos un café, que es nuestro y que lo recomiendo mucho porque es muy rico

¿Pensás que Berlín podría perder el espíritu de la fiesta?

Jamás. La necesidad de fiesta existe y debido a eso, hoy podemos decir que ya se armó una verdadera subcultura de “fiestas en casa”. Hay todo tipo de fiestas. Yo no estoy de acuerdo porque están todas fuera de la ley. Y además porque creo que sería mucho más lógico abrir el club. Con menos gente y con test en la entrada. El club está más preparado para hacer fiestas y contener a la gente. Obligarnos a no abrir perjudica a mucha gente. Más de lo que se cree.

¿A quiénes perjudica?

El ambiente del club es la columna vertebral de Berlín, no solo económica sino en todo sentido. No sólo por el turismo. Si te parabas una noche en la esquina, te podías dar cuenta. El club mueve una cadena de negocios: el taxi que te trae y te lleva, el hotel donde parás, el kiosco que vende la cerveza antes de entrar, el que vende salchichas que seguro comprás a la salida, la ropa que te vas a poner…

¿Cómo tomó la clientela el cambio de rubro?

Bueno, al principio no lo entendió. Lo digo literalmente. En pleno invierno, obviamente hemos tenido prendida la calefacción, entonces salía un humo por el techo. Los habitués veían eso y flasheaban con que estaba funcionando. Y querían entrar. Pensaban que había fiesta, Se armaron algunos alborotos al principio. Desesperación por entrar a la fiesta.

¿Cómo son las fiestas que organizan por zoom?

Las hacemos varias veces al mes. Viene un dj, también vienen amigos a bailar, no más de diez personas, No profesionales sino amigos. La gente se conecta y puede escuchar la música y mirar a los que bailan. Podes bailar, pero solo. No es un zoom que permita que los que ingresan puedan verse entre sí

¿Y cómo evaluás este cambio en tu rutina de trabajo? ¿Le ves algo positivo?

Yo le veo cierto lado positivo. En principio, intensificó mis relaciones personales. Pensá que de tener 1000 amigos, que eran amigos porque nos saludábamos a la noche y porque querían entrar gratis al club, pasé a tener 6. Y eso, para mi está muy pero muy bueno. 

¿Te sentís menos gay en pandemia?

¿Qué? Qué pregunta extraña. Claro que no.

Producción: Lucrecia Althabe