Alcira Argumedo se plantaba frente a una clase y con absoluta tranquilidad y precisión mostraba como el mundo capitalista se devoraba a sí mismo; no había salida. Pero luego de llevar la tensión al máximo --con sus estadísticas, sus mediciones en materia de inversiones, irracionalidades económicas y truculencias financieras-- venía el momento reparatorio en que los pueblos, incesantes sujetos de la historia, tomarían la historia en sus manos.

Alcira fue una socióloga incomún, amaba la serie de datos, las investigaciones donde reinaba la razón analítica, pero sus conclusiones estaban arropadas en la gran razón dialéctica. Entre el comienzo de una exposición y su final, desfilaban todo el sentimiento posible en torno a una historia ya cerrada para la justicia de millones de hombres y mujeres, y el renacimiento que de repente eclosionaba de sus labios, basado también en eventos significativos, una rebeldía aquí, una protesta del otro lado del mundo, y la Argentina, en sus reiterados ciclos políticos que podían quedar en nada, hasta que de repente el búho de minerva alzaba vuelo.

Alcira hizo una gran sociología latinoamericanista sobre basamentos hegelianos, como antes lo había hecho Gunnar Olsson, su marido, fallecido trágicamente en el exilio mexicano. Su gracia expositiva se acompañaba siempre de un entrecruzamiento de sentimientos, un mundo asfixiado por el capitalismo digital, y una redención posible encarnada por nuevas militancias que supieran a que destino mejor volcar las grandes tecnologías. Su peronismo fue una gran reflexión sobre el pueblo argentino, su vida académica fue la de una profesora didáctica y sus conclusiones que, al revés, se dejaban de rozar por un mesianismo social ensoñado. En el peronismo exploró la veta Scalabrini Ortiz, que compartía con Pino Solanas. En su latinoamericanismo, fue una estudiosa de los pueblos originarios y de la negritud.

Sus exposiciones contundentes como diputada llamaron la atención de los escépticos o de los que ya esperan poco de la política. Pocos días antes de su fallecimiento, se hallaba en una reunión para analizar el drama de Río Paraná. Severa, de austeridad en la que de repente estallaba una ironía franca y risueña, Alcira Argumedo encarnó diversos papeles existenciales, pero no es extraño observar que como diputada fue una gran profesora y como profesora fue una gran diputada.