Desde su Utrecht de residencia, en Países Bajos, hace mea culpa la diseñadora gráfica Marianne de Groot-Pons al reconocer cómo, “a partir de sucesivos trabajos con empresas, para impresiones y empaques, he contribuido a la contaminación de la Tierra, algo que quisiera -en la medida de mis posibilidades- subsanar”. Su intento pretende, en honor a la exactitud, poner de relieve ubicua problemática: “el plástico que se descarta cotidianamente, en especial el que contienen las mascarillas de usar y tirar, con las que me tropiezo prácticamente a diario caminando por la calle”. Mucha tinta ha corrido el último año sobre el mentado daño colateral de la era pandémica: la contaminación medioambiental que implican los tapabocas desechables, que acaban en vertederos y mares agravando la situación planetaria. Situación peliaguda a la que Groot-Pons propone hacer frente con su iniciativa, Marie Bee Bloom, como ha llamado a su alternativa ciento por ciento biodegradable. Una variante ecofriendly que comenzó a fabricar recientemente, tras investigar largo y tendido sobre materiales que no solo no atenten contra el medioambiente sino, además, le aporte algo positivo. Y es que, hecha de papel de arroz, la mascarilla trae incorporada una mezcla de semillas de flores de las praderas holandesas; de modo tal que, una vez usado el barbijo, se entierre en una maceta o en un jardín, se riegue, y broten ásteres, acianos, coreopsis, gilias, gypsophilas, etcétera. Y todos chochos, conforme vitorea desde su sitio web al son de “¡Abejas felices, Naturaleza feliz, personas felices!”.

Cabe recalcar que nada quedó librado al azar en su diseño, libre de productos nocivos, a 5 euros el paquetito de 5 unidades: los cordones para ajustar están hechos de pura lana de oveja contenta, adheridos con un pegamento a base de almidón de papa. Incluso la tinta con la que se estampó el logotipo es biodegradable, según detalla la reivindicada Marianne de Groot-Pons, que además de haber hecho las paces con el planeta, ha logrado compaginar un negocio pujante en poquísimo tiempo. Después de todo, dio forma al concepto recién en enero y, a la fecha, apenas unos meses más tarde, ya no está solita con su alma ensamblando los barbijos en la cocina de su casa. Ha mudado la base operativa a un espacio más amplio, donde trabajan confortablemente las 30 personas que la ayudan a ponerse al día con los pedidos que le llueven de distintas ciudades de Bélgica, Alemania, Holanda. En brevísimo, de hecho, sus Marie Bee Bloom estarán disponibles para toda Europa; y quién sabe, acaso más adelante, “hagamos florecer el mundo entero. Solo es cuestión de averiguar cómo mandar semillas a lugares como América, África o Asia. La logística tiene su complejidad, pero ya encontraremos la manera”.

Más en www.mariebeebloom.com