La primera vez que escuché a Miguel Lifschitz hablar de diversidad sexual fue en diciembre de 2003. Hacía poco había asumido su primera gestión al frente de la Municipalidad de Rosario, y una pregunta periodística desató una respuesta contundente y con total naturalidad.

Aquella húmeda y calurosa mañana del 12 de diciembre Miguel había concurrido al Centro de Expresiones Contemporáneas para tomar juramente al flamante director designado, Hector “Pichi” Debendictis. Y aquella mañana también los medios reflejaban la invitación realizada por VOX Asociación Civil (organización LGBT+ de la provincia de Santa Fe que por aquel entonces presidía Guillermo Lovagnini y de la cual yo era secretario), para concretar la “primera reunión entre un Intendente de Rosario y el colectivo de lesbianas, gays, bisexuales y trans.” El tema principal del pretendido encuentro: lograr el apoyo del intendente de la ciudad más importante de la provincia al proyecto de Unión Estable de Parejas que VOX tramitaba hacía unos meses en la Cámara de Diputados de Santa Fe.

Soñar no costaba tanto. Después de todo, la Ciudad de Buenos Aires y Río Negro habían aprobado recientemente sus leyes de Unión Civil, y en Canadá y algunos países de Europa del norte hasta se habían animado a dar el paso al Matrimonio Igualitario. ¿Por qué Santa Fe iba a ser la excepción?

El tiempo, y la mayoría conservadora de la legislatura santafesina de aquellos años, nos darían la lección de por qué, pero en aquel diciembre de 2003, ese sueño parecía posible.

-Señor intendente, ¿va a recibir en audiencia oficial a las organizaciones de gays, lesbianas, bisexuales y trans?

-Sí claro, en la semana y de acuerdo a la agenda, vamos a concretar ese encuentro.

-¿Y qué opina de la ley de Unión estable para pareja del mismo sexo?
Estoy totalmente de acuerdo


La noticia recorrió todas las redacciones de la ciudad. El recientemente electo intendente de Rosario era la primera figura política de alto nivel en pronunciarse a favor de que nuestras familias tuvieran, al menos, algunos derechos. La reunión transcurrió en un clima cordial y permitió dar continuidad a un trabajo conjunto que las organizaciones LGBT+ venían desarrollando con el municipio – ya en 1996 en tiempos del intendente Hermes Binner, se había aprobado en la ciudad la Ordenanza contra la discriminación, y la Municipalidad de Rosario garantizó recursos para el primer Encuentro Nacional de Diversidad Sexual – pero esta vez, refrendado por la máxima autoridad local.

Algunos años más tarde nos tocó a nosotres recibir a Miguel “en casa”. En 2006 VOX logró comprar su sede propia, fruto de un proyecto de Cooperación al desarrollo de la Junta de Extremadura (España) y la Fundación Triángulo. Como dice el dicho popular, la casa era chica, pero el corazón grande. Y allí llegó Miguel, a acompañarnos en el acto de inauguración. Presencia más que significativa ya que el propio convenio que permitió adquirir el inmueble que se convirtió en el primer Centro asociativo LGBT+ del país, propiedad de una organización de la sociedad civil, requería un aval político del municipio, que unos meses más tarde se transformaría también en apoyo económico para el sostenimiento de algunas actividades.

Ese mismo año, en el mes de septiembre, la ciudad daría otro paso decisivo de compromiso con la agenda LGBT+. El Concejo Municipal aprobaba una Ordenanza para crea la primera Área de Diversidad Sexual del país, segunda en América latina. Rosario contaría con una oficina municipal para promover políticas públicas para la igualdad y no discriminación hacia lesbianas, gays, bisexuales y trans.

Aprobada la Ordenanza, presentamos una propuesta de trabajo que Miguel recibió con más dudas que certezas. ¿Esto existe en alguna otra parte del mundo? nos preguntó. Y la respuesta fue que casi no existía, que era una idea innovadora que seguramente marcaría un hito. Hoy a la distancia creo que esa respuesta fue lo que lo entusiasmó a estampar su firma en el Decreto de creación del Área. Es que era un apasionado de la innovación y los desafíos.

A los pocos meses de andar el Área, y después de instalar los primeros consultorios hormonales del país (¡en agosto de 2007!), realizar foros de debate sobre “familias LGBT+” y editar un manual para trabajar la inclusión y no discriminación hacia personas LGBT+ en ámbitos laborales (entre otras acciones), las vueltas de la política me llevaron a partir hacia la Cámara de Diputados de la Nación y a “desencontrarme” de Miguel por unos cuantos años.

Pasaron sus dos gestiones como intendente, una en el Senado provincial y llegaron las elecciones de gobernador de 2015. Esas que ganó por poco más de 1500 votos. Esa fue una campaña complicada. Miguel del Sel iba por la revancha y Omar Perotti quería recuperar la provincia para el peronismo. A Lifschitz le tocaba sostener el bastión socialista y se dedicó a recorrer pueblo por pueblo la extensa geografía santafesina.

Desde las organizaciones LGBT+ realizamos la tradicional encuesta de “compromiso electoral con la diversidad sexual”, encuesta que respondieron Miguel Lifschitz y Miguel del Sel (los Migueles) y Octavio Crivaro, el candidato del Frente de Izquierda. El cuarto candidato y actual gobernador Perotti “se abstuvo”, como de costumbre.

Pero no todo fue tan sencillo. La campaña avanzaba y las respuestas de Lifschitz no llegaban. Me tocaba a mi insistir para que estuvieran pero teníamos fecha límite. Se venía el cierre de campaña y la veda electoral, lo que hacía esas respuestas ya inútiles. Finalmente, pocas horas antes de finalizar el plazo, llegó el formulario. Y nos quedamos sorprendidos.

Las respuestas estaban lejos de ser compromisos “pour la galerie”. Eran respuestas meditadas, pensadas, aportando propuestas más allá de las consignas. Denotaban una dedicación exhaustiva. Como dedicaba Miguel a cada tema. 

Llegó el domingo, y un triunfo más que ajustado. Y de la encuesta, el compromiso y las promesas, no supimos más nada. Durante meses. Pero una mañana de noviembre de 2015, a tres semanas de la asunción del “tercer gobernador socialista de Santa Fe”, esa historia comenzó a cambiar. Recuerdo que venía de un año muy intenso. Estaba terminando mi mandato de 5 años como presidente de la Federación Argentina LGBT y, tras el Congreso de renovación de autoridades en el cual elegimos a nuestra primera presidenta trans, Marcela Romero, decidí tomar una semana de vacaciones. Sin celular y desconectado totalmente, me prometí. Y cumplí, bastante. Hasta que una mañana mi perro Coco me despertó muy temprano para salir a dar una vuelta. E instintivamente agarré el teléfono, para escuchar la radio. De repente comenzó a sonar desde un celular de Rosario que no tenía agendado. Pude haber no contestado (como había hecho con tantas llamadas en esos días), pero respondí.

-Hola ¿Esteban?, Miguel Lifschitz habla -, me dijo una voz del otro lado de la línea.
-Hola Miguel, ¿cómo estás?
-Bien, bien. Te llamo porque sé que asumí un compromiso en campaña con ustedes  y pienso que la mejor manera de cumplirlo es crear una Subsecretaría en la provincia, y que vos la dirijas- completó.

Sólo atiné a decirle que en ese momento tenía otro trabajo y que me había comprometido con Mónica Fein para dirigir el Congreso de Ciudades Educadoras que recibiría Rosario durante 2016. A lo que Miguel respondió: “Ya hablé con Mónica. Está de acuerdo. Seguro pueden encontrar otra persona para esa tarea.”

Tres semanas después asumía al frente de la primera Subsecretaría de Políticas de Diversidad Sexual de Argentina, con un respaldo pleno y la libertad de definir completamente nuestro propio programa de trabajo. Que no fue otro que el de las organizaciones. Con su apoyo y acompañamiento llegarían en cuatro años el Programa Integral trans, las becas educativas, el Consejo Asesor de Diversidad Sexual, las “Casas LGBTI”, campañas de difusión, talleres y formaciones de Educación Sexual Integral, el Cupo trans provincial, el programa de acompañamiento a las niñeces trans, múltiples proyectos junto a municipios, comunas y organizaciones de toda la provincia y la reparación histórica a las víctimas trans de la última dictadura militar, un reconocimiento aún pendiente en gran parte del país y la región, de la cual él también fue protagonista.

Recuerdo que el día que asumimos en diciembre 2015, por la noche, compartimos una cena con todo el gabinete. Allí Miguel tomó el micrófono y nos dijo: Hoy empezamos un camino intenso. Trabajen con todo desde el primero hasta el último día. Tenemos 4 años para dejar nuestra huella”.