No se dejen engañar. A pesar de su proverbial apariencia de vagabundo, J. Mascis tiene un amigo influyente en la ONU. Así, unos días antes de que se declarara la cuarentena en los Estados Unidos, recibió una llamada anticipatoria desde Roma y convocó a una reunión en el cuartel general de los Dinosaur Jr. Es decir, su propia casa. La escena del diálogo es cinematográfica. Sentados alrededor de una mesa, Mascis, Lou Barlow, Murph y el productor Kurt Vile tratan de imaginar cómo terminar un disco mientras las luces del planeta se empiezan a apagar una detrás de la otra. Sweep It Into Space, en ese sentido, es casi un milagro. A su andrajosa y eléctrica manera, el disco parece llamado a una suerte de épica. La sinopsis no miente: con su formación original y una mueca de indiferencia, los últimos sobrevivientes del grunge sobreviven a la hegemonía planetaria del trap y el SARS-COV-2 abrazados a la pira funeraria del rock & roll. Suena terrible, pero es estrictamente cierto.

Con el mercado saturado de canciones compuestas en una laptop, tocadas en diferentes direcciones de IP y comprimidas al vacío digital como doscientos gramos de fiambre, el disco de los Dinosaur Jr. es emocionante incluso a priori. Una idea: porque viene para recordarnos que la música, aún en el aislamiento voluntario de las redes sociales o el aislamiento obligatorio de la cuarentena, es una proeza colectiva. Después de mil idas y vueltas, de separaciones y reencuentros, la banda ha llegado a este decantado sin romper su delicadísimo equilibrio grupal. No se trata de una tregua ni de una concesión de partes. Por ejemplo: si bien Mascis es el cantante, guitarrista y principal compositor, Sweep It Into Space no suena como sus discos solistas. Por muy buenos que sean. Incluso, como viene sucediendo desde hace años, dos de las doce canciones del repertorio están firmadas por Barlow. Una tradición tan consistente que, como apunta el crítico Zach Schonfeld, “uno se pregunta si está incluida en un contrato”. No, señores: esto es una amistad.

Todo bien con distanciamiento social, pero el disco dispone su mapa anímico desde la confesión del primer verso: “no estoy bien solo”. Tachado históricamente de elíptico, Mascis abraza a sus cófrades y hasta le dedica una de las mejores canciones a su encuentro con los Rolling Stones. “Conozco al roadie de Charlie Watts, así que terminé viéndolo un par de veces y en una ocasión hasta pasamos un buen rato juntos”, recuerda Mascis, en una entrevista para Loud & Quiet. “Fue surrealista porque comenzó a hablar y me quedé completamente paralizado. ‘Me tengo que componer’, me dije. Lo logré y fue un alivio. Cuando era niño tocaba la batería y Charlie fue una de mis inspiraciones. Definitivamente no fue decepcionante: fue muy bueno. Si no conocés a tus héroes… ¿a quién vas a conocer?”

En el otro lado de esa cadena, Kurt Vile asiente. Bautizado con aceite indie en la escena de Filadelfia, el combustible primordial de su busca siempre fue la canción americana enrarecida por la polución. Autos usados, pedales de distorsión, zapatillas Pony, discos del sello Drag City. Su modelo áureo, en ese punto, son y serán los Dinosaur Jr. “Tal vez no sea la palabra correcta, pero me sentí intimidado”, admite. “Definitivamente estaba nervioso porque me pidieron que participara en la producción y yo quería que supieran que había estado escuchando las demos y que eran geniales. Fue la primera vez para mí como productor; no es que había hecho algo así antes. Todas estas cosas pasaban por mi cabeza”.

Con su gesto de gurú extraviado, Mascis se encarga de bajar un poco la espuma. “Bueno, nadie sabe realmente lo que hace un productor de todos modos: es un trabajo muy nebuloso”.

¿Qué lugar tiene el baúl de un Mustang? Durante el otoño boreal de 2019, Vile cargó un par de guitarras en su coche y manejó las casi trescientas millas que separan Filadelfia de Amherst: una ciudad de unos 37 mil habitantes en el estado de Massachusetts. A su modo, era un peregrinaje. Ahí, en el valle del río Connecticut, Emily Dickinson escribió buena parte de su obra y dejó la estela negra de su mito. Ahí, en el seno de una familia multicultural, Uma Thurman recibió una educación budista y entrevió su papel como La Novia. Ahí, a mediados de los ochenta, tres adolescentes disfuncionales fundaron Dinosaur Jr. y dejaron enterrada la Piedra Rosetta del grunge.

La historia, a su modo, es romántica. Como Hansel y Gretel, se metieron en el bosque de Northampton con quinientos dólares para grabar un disco y un puñado de canciones para encontrar el camino de regreso. Para su propia fortuna, nunca lo encontraron. Aunque el disco los había agarrado verdes, los Dinosaur Jr. siguieron de largo y dejaron un surco entre Amherst y el circuito alternativo de New York. ¿Quiénes eran esos freaks que se atrevían a usar camisas leñadoras en la tierra arrasada del hip hop y la no wave? Los Sonic Youth se dieron cuenta de inmediato.

Una década empieza cuando quiere. O cuando puede. Los noventa, por ejemplo, empezaron en diciembre de 1987: cuando SST Records, el célebre sello de Greg Ginn, comenzó a distribuir You're Living All Over Me. El salto de un disco al siguiente (de una década a la siguiente) quedó fotografiado en los primeros treinta segundos de “Little fury things”. Allí, los Dinosaur Jr. pasaban del noise sulfuroso a la melodía con hook radiofónico en un intervalo imposible. Ahora lo ves, ahora no lo ves. Todo el peso de la culpa que atribuló a Kurt Cobain hasta la náusea, la heroína y el suicidio está concentrado en ese parpadeo. J. Mascis no fue ajeno a la encrucijada. Después de Bug (1988), la banda metió algo más o menos parecido a un hit con su versión de “Just like heaven” y en el preciso momento en el que daban su salto a un sello major, Lou Barlow salió eyectado del grupo. Si estaba entre los daños colaterales, nadie lo leyó en el contrato. 

“La primera canción de ellos que escuché fue ‘Start Choppin’ en la radio”, recuerda Vile. “Era bastante joven y definitivamente me gustó esa canción, pero no había escuchado el disco completo. Luego salió ‘Feel the Pain’ y eso fue muy impresionante e innegablemente pegadizo para mi cerebro adolescente; bueno, para el cerebro de cualquiera en realidad, pero yo era susceptible porque tenía la edad adecuada. Luego vi a J en la gira Hand it Over en Electric Factory en Filadelfia, que fue increíble. Hacía cosas como si la audiencia no existiera: empezaba a tocar esos solos de guitarra muy ruidosos y a veces simplemente salía del escenario (supongo que tenía un cable muy largo) y volvía a entrar. Era completamente inaccesible. Diría que lo sigue siendo, pero en un buen sentido”.

En efecto: Vile estaba nervioso. Llegaba al estudio precedido por sus credenciales como músico, pero no estaba calificado precisamente para el trabajo. Excepto los discos de su propia banda, nunca se había calzado los zapatos de productor. Empezar con uno de tus grupos favoritos no suena tranquilizador. Por lo demás, si bien no sabemos que fue escuchando en el auto, si sabemos lo que estaba escuchando la banda. “Estaba en una fase Thin Lizzy”, reconoce Mascis. “Por lo general, hay algo que lo que estoy metido durante las sesiones de cada disco. Nunca había profundizado tanto en Thin Lizzy, pero vi ese video de Gary Moore donde son su banda de apoyo y realmente vale la pena. No sé si se puede escuchar mucho de eso en nuestro álbum, más allá de que probé un par de cosas de armonía de guitarra”.

Atrincherados en el Biquiteen Studio, los Dinosaur Jr. y Vile fueron descubriendo lo que estaban por hacer. Vile metió voces y guitarras por aquí o allá (atención con la acústica de doce cuerdas en “I Ran Away”), sugirió alguna línea melódica y le otorgó una dimensión ligeramente más accesible al repertorio. Su trabajo más importante, sin embargo, fue mantener el espíritu en alto. Charlar con Barlow y Murph, elegir la guitarra correcta, sonreír de puro placer. “Fue genial porque al final todo lo que tuve que hacer fue nada… ¡lo cual fue increíble!”, exagera Vile. “Me senté en un rincón y me limité a emocionarme por todo lo que estaba sucediendo frente a mí”.

Con el productor KUrt Vile

La pandemia quemó todos los papeles. Para encarar el último tramo, Mascis no solo debió asumir el rol de productor sino también de ingeniero y técnico. La deep cuarentena, en ese sentido, pareció expandir algunas de sus capacidades más ocultas. Así, mientras tocaba mantras hindúes y solidarios para los trabajadores de la salud, añadió algunos teclados y las pinceladas finales del disco. Sin resignar ni un ápice de su identidad, el acabado clasicista parece limpiar el canal que conecta a Dinosaur Jr. con sus predecesores e incluso con sus sucesores. De un lado, el punk y el hardcore de Black Flag, pero también Neil Young y los Beach Boys. Del otro lado, Nirvana y Beck, pero también Courtney Barnett y el propio Vile. El árbol genealógico como sostén. El grunge como folklore. La canción como antídoto. Excepto la cura contra la covid, el disco parece tenerlo todo.

En cuanto al futuro, como quería Joe Strummer, todavía no está escrito. “En el anuario del high school gané el premio como el más optimista”, recuerda Mascis. “Ya sé lo que están pensando... mucha gente se lo toma en broma, pero yo me tomo el asunto muy en serio. Creo que soy optimista porque, si no lo fuera, no podría ser músico. Si no eres optimista, no tendrías ni la más remota idea de que sobrevivirías tocando música”.