Desde Santiago, Chile

Patricio Fernández Chadwick forma parte de un gran grupo de actores sociales que sin estar involucrados en la política partidista decidió postularse a constituyente. Serán 155 ciudadanos —incluyendo 17 cupos para pueblos originarios— que serán votados este sábado y domingo en las llamadas “megalecciones”, que también incluirán a gobernadores, alcaldes y concejales. Todo esto, sumado a la pandemia, constituirá un proceso inédito en la historia política reciente del país.

Fundador de la revista The Clinic (cuyo nombre viene de llamativa fachada de la London Clinic, donde Pinochet inicialmente comenzó su arresto en Londres entre 1998 y 2000), gracias a sus contenidos satíricos, entrevistas deslenguadas y secciones insólitas que incluían desde crítica de películas pornográficas hasta columnas de vagabundos célebres como el fallecido Divino Anticristo, se convirtió en un referente de la larga transición chilena hacia una democracia que está intensamente cuestionada.

Fernández, de hecho, decidió tomar apuntes del estallido social de octubre de 2019, donde llegaron a congregarse más de un millón de personas sólo en Santiago. Muchas veces, encapuchado para no ser reconocido por nadie y poder mezclarse mejor, dice. De ahí salió un libro: Sobre la marcha. Notas sobre el estallido social de Chile (2020, Debate), una crónica que se suma a otras como La calle me distrajo (2012) y Cuba, viaje al fin de la revolución (2018), donde reflexiona sobre el movimiento estudiantil y el ocaso de los Castro, respectivamente. Algo que, adelanta, hará también con el proceso político sea electo o no.

Los alienígenas

“El proceso político y social que está viviendo Chile es una respuesta democrática a un Estallido Social donde irrumpieron mundos, culturas, identidades, ideas, carencias y deseos que son nuevos y muy distintos entre si. Y que no habían sido escuchados por quienes vienen gobernando Chile desde la recuperación de la democracia”, dice Fernández en medio de las actividades de cierre de su campaña que, como la mayoría, ha sido hecha a pulso, a través de las redes sociales y en terreno. Duda que los 30 años que tanto se criticaban durante el estallido hayan sido calamitosos.

“Se puede discutir en cuanto a logros o pérdidas, pero se creció mucho al mismo tiempo que la sociedad se desintegraba. Pero ese modelo neoliberal se está terminando. Esa es mi lectura: en treinta años Chile cambió profundamente y los partidos políticos que nos rigen no lo han podido asimilar”. Fernández recuerda cuando la primera dama, Cecilia Morel dijo que quienes protestaban parecían “alienígenas”. “Ella habló en nombre del poder sobre un mundo desconocido para la elite chilena y que este proceso constituyente está llamado a ver y escuchar. No es un cuestionamiento del pasado, sino la construcción del porvenir lo que se juega acá”.

—Alrededor de octubre-noviembre de 2019 muchos vieron el fin de una era e incluso del capitalismo. Otros, sobre todo los mayores de 35 apelaban a la gobernanza y la fortaleza institucional.

—Es que el estallido tuvo dos caras distintas. Por una parte, una enorme adhesión de la ciudadanía chilena a exigir cambios y estableciendo reclamos de todo tipo. Por otra, estaba la violencia. No eran lo mismo, pero se fusionaban. Se infiltraron marginalidades, delincuencias, mundos narcos o anárquicos en medio de esta gran corriente de cambio. Es sin duda, el fin del neoliberalismo, no del capitalismo. La perspectiva del Estallido no fue socialismo: No había rayados ni pancartas que apuntaran hacia allá. Por eso es tan importante la aparición de la bandera mapuche como gran símbolo, no solo por los que adhieren a la causa. Esa bandera también represento lo excluido, lo no escuchado, lo no alentado. Y esto forma parte de un fenómeno global, mira lo que pasa en Colombia y lo que pasó en Perú.

—En Chile el tema de los fondos de pensiones (AFP), establecidas en Dictadura ha sido central.

—Es el gran símbolo del agotamiento del sistema neoliberal. Y esto sucedo porque se está jubilando en masa la primera generación de las AFP. Y los hijos, que vivieron el crecimiento económico y que pudieron estudiar en la Universidad, se acercan a la mayoría de edad con sus papás jubilando en situaciones de miseria, volviéndose carga para ellos. Esa historia feliz que el mundo del poder chileno no entendía por qué se reclamaba en la calle, estaba terminando muy mal.

Una generación buscando el destape

—Tu generación fue joven durante la transición y se hizo adulta con Pinochet en Londres, ¿sientes que fueron especialmente afortunados en comparación con las mayores o menores?

—Mi generación llegó a la mayoría de edad en la época del Plebiscito de 1989. Es interesante que la del Frente Amplio y el movimiento estudiantil de 2011 nació durante esa época. Eso explica que su reacción sea hacia la época de la transición y no a la Dictadura como nosotros. Yo creo que entre la gente de mi edad hubo una parte que se fue a ganar plata y se entregaron a ese gran paraíso neoliberal. Pero otros, los que estábamos mas vinculados a la cultura no queríamos ni orden ni ser los buenos alumnos. Quisimos ser felices, rupturistas y vivir un pequeño destape. Nos gustaba la fiesta, tomar, escribir y explorar los rincones mas turbios de la sociedad. No queríamos ser ejemplares. Y claro, dejamos un vacío en la historia política chilena, un paréntesis. Dejamos gobernando a nuestros padres, vivimos como eternos adolescentes hasta que apareció una generación nueva que irrumpió sobre todo en el movimiento estudiantil de 2011, el Frente Amplio, los millennials. Ese vacío que dejamos hizo que la transición se volviera ajena a esa generación.

—Pero The Clinic sin duda marcó una ruptura.

—Piensa que en 1998 cuando apareció aun había censura en el cine, la sodomía era delito y no había ley de divorcio, siendo la iglesia muy fuerte. Me tocó ver a gente leerlo escondido dentro de otro diario por miedo al escándalo que producía su lectura. A mi me da orgullo haber ayudado con el equipo a oxigenar la discusión política y cultura chilena, dándole voces a mundos que la prensa no consideraba. Buscábamos a vagabundos, locos, artistas, raros. Nunca fuimos militantes de izquierda, son que buscábamos los cruces, sacar chispas con opiniones encontrados. Éramos una izquierda liberal a la que le importaban los derechos humanos, contar la historia de los desaparecidos para que no fueran olvidados y muy atentos a esta democracia.

—¿Algo que te arrepientas?

—El humor a veces era de un machismo que actualmente sería inaceptable. A pesar de tener mujeres en el equipo, los chistes eran muy colegial. Éramos hijos de su tiempo.

Escuchar las voces nuevas

—Eran otros tiempos para el periodismo, ahora no hay muchos lugares donde escribir historias. A menos que sean en formato digital.

—Es un tema que deberá discutirse en la constituyente. La prensa es la sangre que bombea el corazón de la democracia. El autoritarismo busca perseguir a quienes dan noticias que incomodan. En Chile hace poco Piñera hizo un llamado al dueño de un canal (La Red) porque no le gustaban los contenidos. Ese tipo de esfuerzos por limitar los medios, pienso en Trump también, queda en el ridículo. El problema es cómo integrar la libertad en un medio digital donde existen las fake news y la manipulación. Esa paradoja es la que se debe trabajar y discutir.

—¿Cómo piensas aportar al proceso constituyente, seas o no electo?

—Lo primero seria mi curiosidad. En el sentido de querer escuchar esas voces nuevas de las que hablaba, porque la construcción de la verdad se hace entre todos y no hay nadie que no tenga algo que aportar a la conversación colectiva. Tengo la convicción que Chile va a tener que cambiar el eje de esta competencia despiadada por la rentabilidad y la iniciativa individual, dando paso a la colaboración, solidaridad y sustentabilidad. Debemos pasar de ser un estado subsidiario a una social de derecho, con los derechos de salud y pensión garantizados. Creo que, en una democracia actual y sofisticada, más cerca de la participación del individuo y que se desconcentre el poder central. Creo al final que puedo ayudar a generar puentes, porque me ha tocado vivir y conocer a muchos tipos de personas, de muchos mundos diferentes. El que llegue con una idea de constitución y quiera imponer sus ideas creo que no está entendiendo que esto es colectivo, que es un texto común.

—Qué le dirías a las personas que en redes sociales apuntan a tu segundo apellido, vinculándote a la elite chilena.

—Que justamente eso es una de las cosas que hay que cambiar: que a nadie se le juzgue por el apellido sino por lo que es, construyendo una sociedad más horizontal. Por otro lado, esa rabia que se ve en redes sociales, en la realidad nunca me ha tocado verla en la vida real, sino que me he encontrado con gente abierta al diálogo y la conversación.