Cuando mi abuelo murió, muchos años antes de que yo naciera, mi abuela Elise sacó adelante a la familia de diversas maneras. Entre ellas, construyó “La casita”, del otro lado de una loma en el jardín de El Peñasco, la casa grande, de ahora en más alquilada para subsistir. La casita era un ambiente de ladrillos con un baño, una cocina, una chimenea y un gran ventanal. Ahí vivió sola cuando sus hijxs ya se habían ido a Buenos Aires. En ese pueblo de las Sierras de Córdoba creció mi mamá y nació mi tía, crecimos también nosotras y ahora mi sobrino.

Con los años, la casita se fue arreglando y agrandando y después de que ella murió fue alquilada por Roger Koza. Para mí era algo exótico y atractivo tener a tan pocos metros a una persona con esa biblioteca, que a veces nos dejaba espiar, y con esa videoteca, de la que nos prestaba películas para ver.

Vi Grizzly Man un verano que ya me parece muy lejano, en el Festival de Cine Independiente de La Cumbre, del cual Roger era director y programador. Se trata de un documental en el que, luego de la muerte de dos personas devoradas por un oso pardo, Werner Herzog recibe más de 100 horas de grabación. En ese material de los bosques de Alaska encuentra de todo, hasta el audio del momento en que son atacadas.

En la Sala Luis Berti de La Cumbre casi siempre éramos muy pocos viendo las películas del Festival. Otras se llenaba y hasta iban lxs directorxs a presentar sus obras; luego comerían una pizza enfrente, en El Búho, y nosotras también pero en mesas separadas. Fascinada con las escenas, mi yo adolescente comenzaba a interesarse en ese cine, con el plus de hacerlo dentro de esa pequeña sala a la que habían ido mis abuelxs.

Algo me impactó de esta película cuando la vi esa primera vez, y fue su protagonista: Timothy Treadwell. Su personalidad me recordaba al Pity Álvarez, un ídolo de ese momento que tenía el pelo platinado igual que él. Compartían también su frescura y su voladez y una forma de ser aparentemente libre y atormentada. Ambos alababan al sol y a la naturaleza. Probablemente también me llamaron la atención las escenas en las que Timothy se auto filma y habla, de manera confesional o picaresca, cosa que también hice en la adolescencia.

Años después volví a ver esta película. Volvió a llamarme la atención algo similar; ahora encontraba un gracioso parentesco entre este hombre oso y el actor predilecto de Herzog, Klaus Kinski. Todos personajes lunáticos y pasionales. Pero Timothy Treadwell, además de tener cierta inocencia y locura, representaba una figura romántica de no-ficción, un joven roto que quería fusionarse con la inmensidad.

Quizás esa inocencia, para algunxs testimonios traducida en irresponsabilidad, estaba en su ego y su idea de que él podía convivir, convencer a un oso de que no era comida, y hasta pelear contra él. Al mismo tiempo, creía que debía estar ahí para protegerlos. Esto último hace referencia a su costado militante; era fundador de una ONG contra la caza e iba a escuelas a enseñar sobre los osos de manera gratuita. Era un ecologista excéntrico, medio Walden, un ecologista de hace 20 años, un antiespecista, un antisistema, un niño, un outsider. Todo esto es lo que lo hace especial.

A Timothy le costaba la vida en sociedad y encontró sentido en el bosque con los osos. Los llamaba por su nombre —a cada uno le había puesto el suyo—y les hacía declaraciones de amor mientras ellos circulaban casi indiferentes a su presencia. Y aunque los osos pardos pueden medir hasta tres metros de altura, él llegó a filmarlos muy de cerca, incluso acariciarlos.

Más allá de su personalidad, creo que lo más significativo es la sensibilidad de las tomas que logró. No solo de los osos. Hay una escena de un primer plano de una abeja inmóvil sobre una flor, en la cual Timothy narra casi llorando su recorrido, su trabajo y su belleza, porque cree que está muerta. A los segundos la abeja se mueve y él, como un niño, vuelve en sí, del dolor al entusiasmo en un instante. Otras tomas maravillosas son las de los zorros apareciendo con su mística en escena; arriba de su carpa jugando o corriendo hacia él con sus cachorros.

Timothy habla mucho de la muerte, de hecho, en la primerísima escena habla del riesgo de ser comido por un oso: describe su propia muerte. Él consideraba que la posibilidad de que lo maten sería a causa de una debilidad suya. Hablaba de convivir con los osos actuando como un observador, sin invadir, como una flor. Pero si los osos lo desafiaban, debía volverse un guerrero amable, un samurai ágil y sin miedo a la muerte. Herzog descree de su forma de ver esa convivencia, yo creo que Timothy Treadwell algo había aprendido, ya que pasó trece veranos seguidos solo con ellos.

Volver a esta película ahora me hizo pensar en Donna Haraway, una autora que vengo leyendo y de quien también soy fan. En varios de sus libros, ella habla de la convivencia multiespecie, de hacer-con, de la respon-habilidad no inocente. De animales enlazados con otras criaturas de manera estrecha y persistente y de que somos seres ensamblados dinámicamente, por ejemplo, con nuestros microbios. También escribió sobre las especies compañeras, o mascotas, que en algún momento también fueron salvajes.

Si Timothy quería volverse oso, esta cita de la bióloga y filósofa me deja pensando: “Comerse los unos a los otros y desarrollar indigestión es la única práctica de fusión transformativa; las criaturas vivientes forman consorcios en una mezcla barroca de inter e intra-acciones.”

Al venir de las ciencias sociales puede ser complicada esta referencia, sin embargo, me animo a linkearla porque creo que, como dice Haraway, “los bichos no preceden a sus relacionalidades” y es lo mismo que dijo mi maestro Lucas Rubinich, en la primera clase del primer año de la carrera de Sociología en el aula magna de Marcelo T. de Alvear: “Somos bichos sociales”. Creo que ese amor y fusión de Timothy Treadwell por los animales era altruista y por eso terminó así. No me interesa defenderlo pero sí pensar en las conexiones entre seres como algo que nos constituye como habitantes de este planeta.

Elisa Palacio nació en Buenos Aires en 1987. Es socióloga egresada de la UBA. En 2015 publicó los libros de poesía Casa nueva (Editorial Gigante) y Relación de dependencia (Tammy Metzler Editorial) y en 2018 Palacio Plata Pulido, un libro colectivo publicado en México. Es co-directora del Festival Rural de Poesía de Lobos y del ciclo Todos los bares del mundo. Este año sacó su último libro, Naturaleza social (Caleta Olivia).