Desde Barcelona

UNO Un par de sábados atrás, Rodríguez se quedó despierto hasta la medianoche para ver por televisión el fin del estado de alarma como si se tratase de un fin de año sin uvas pero con campanadas o una Noche de San Juan sin hogueras pero aun así muy inflamable. Allí, entonces, hordas de jóvenes en las plazas centrales de pueblos y ciudades gritando "¡Libertad!" con una idea un tanto light de lo que es una verdadera y auténtica dictadura (y, sí, como canta Paul Simon en "The Boy in the Bubble", es verdad que "Toda generación lanza a un héroe a lo alto de las pop-charts" y, todo parece indicar que esta es la épica que le ha tocado a la juventud presente cada vez con menos futuro, así que hay que aprovecharla y disfrutarla a fondo). "España sale del estado de alarma con euforia, dudas e inquietud". Ahí estaban, inquietos y eufóricos y arrojando mascarillas al aire y aullando "¡Victoria!" como durante aquel V-Day. Rodríguez se preocupó por ver si alguna de las transmisiones ofrecía la atemporal postal de alguien besando a una enfermera como en Times Square, pero no. En verdad, lo que más besaban, aferrados a sus cuellos, era a la boca de botellas de diversa graduación alcohólica mientras las enfermeras, en los noticieros, lloraban de impotencia ante el comportamiento de sus futuros enfermos ahora riendo a carcajadas.

¡Salud!

DOS Y fue entonces (en un raro ejercicio de sincronicidad jungiana) cuando llegó al móvil de Rodríguez un SMS avisando que le había llegado la hora de vacunarse.

Esa mañana, Rodríguez se escribió con un amigo en Berlín al que le había tocado AstraZeneca. El amigo le dijo que se sentía "colocado" y, sí, tenía su gracia en la desgracia: se discutía ahora de tipos de vacunas (en plan Beatles vs. Stones y Barça vs. Real Madrid y Marvel vs. DC y Pablo Iglesias con coleta o sin coleta) como antes se analizaba la calidad de drogas. Y, más allá del vacuna-como-droga, no dejaba de ser extraño el que ni en sus momentos más high y juveniles Rodríguez (quien nunca llegó a inyectarse nada, pero sí tuvo altas y grandes aspiraciones) haya pensado en que se podía morir y que ahora piense en la muerte cuando se pincha una medicina, ¿no? Y, no hay mal que por bien no venga y --se consuela Rodríguez-- esta anticipación de lo medicinal hará menos traumático al cada vez más cercano advenimiento de esa Era Vademecum en la que --con voz rota y dedos temblorosos-- se compararán inasibles pastillitas a la hora de crepusculares desayunos en viajes de jubilados.

Pero todavía falta para eso. No mucho, pero sí un poquito.

Así que --primero lo primero-- días después, allí fue Rodríguez, en busca de sus dosis y pinchazo. Que quede claro: Rodríguez es eufórico afirmacionista al 100%. Su única duda e inquietud pasa por la posibilidad de que la vacuna no sea el final del asunto sino, apenas, su continuación: una secuela con alguna secuela o no pero sí a la espera de nuevos y más impresionantes (d)efectos especiales.

TRES Mientras tanto y hasta entonces, a Rodríguez le tocaba por la mañana, en uno de los pabellones de la Fira de Barcelona. Magno recinto ferial que supo albergar al tan deseado Mobile World Congress (que la re-presidenta de Madrid aspira a llevarse lo antes posible), a Salones del Cómic y del Automóvil, a todo eso que ya no es pero desea tanto volver a ser. Requerimientos: tarjeta sanitaria y/o DNI y mostrar el SMS convocante e ir en manga corta. Lo único que tiene Rodríguez a mano es una camiseta comprada en México con calavera dibujada por José Guadalupe Posada. De acuerdo, no es lo más indicado, pero es lo que hay, lo que tiene.

Y ahí, ambiente de ciencia-ficción distópica de película de los '60s/'70s. Bajo presupuesto pero alta efectividad. A Rodríguez le toca Pfizer. Primera dosis. El trámite es veloz y hasta amable. Y tan eficiente que los anticuerpos conspiranoides de Rodríguez se activan y no puede sino sospechar que, para que algo funcione tan bien por aquí, esto tiene que ser obra de Bill Gates para inyectar sus nanobots oompa-loompas. Son muchos los que se toman selfies del gran momento como si se tratase de un nuevo hito biográfico comparable a bautizos y cumpleaños y comuniones pero no funerales. La vacunación como efeméride, sí.

A la salida --superados los quince minutos de rigor y de guardia por si uno se convierte en Mr. Hyde o se transforma en Hulk-- Rodríguez aprovechó a visitar, a pocos metros, una exposición en CaixaForum (la última vez que vino por aquí había una dedicada al epidémico mito y a la virósica mística de los vampiros). Allí, una muestra no hace mucho inaugurada: El Sueño Americano: Del Pop a la Actualidad. El Sueño Americano, se sabe, es eso que ahora intenta despertar Joe Biden con modales de New Deal Revisited. No lo tiene muy difícil después de Trump igual que no le resultó muy complicado a Obama después de Bush. Pero todo se verá. Y vaya a saber uno a quienes este nuevo sueño Made in USA les resultará en pesadilla. Por el momento, Rodríguez decide concentrarse en ese Warhol, en ese Lichtenstein, en ese Rauschenberg: en el colorido y brillante momento en que el arte dejó de ser tal como se lo entendía hasta entonces porque (el genio y los súper-poderes de los Pop-Men mutaría en la incontrolable peste de todos los apestados que los imitan y copian desde entonces) pocas cosas hay más atractivas y tentadoras que el abrazar hasta el estrangulamiento a la poco reflexionada idea y al nada esforzado convencimiento de que todo es arte; incluyendo esa señora que se sienta a que la admiren y cobra mucho por ello y hasta recibe premios y no, no es Literatura del Yo: es (como aúllan los argentinos y publicistas mellizos Fagliacce-Stein) "versada y versera Literal Turra del Mí, del Mírenme".

Luego Rodríguez se mete en la sala de al lado y allí está, permanente e inamovible desde el 2002: el ominoso y hermético y silencioso y monocromo y opaco Se cuenta detrás del hueso / Espacio de dolor del "artista ampliador" Joseph Beuys. Una recinto que --según el humor de quien lo contemple-- puede parecer encandilador espacio de meditación o sombrío calabozo para víctima secuestrada de asesino en serie.

A Rodríguez le duele un poco el brazo en el que lo vacunaron.

CUATRO Saliendo de Caixa Forum, Rodríguez se preguntó si volverá alguna vez la moda de los vikingos y si por fin y por favor pasará el tiempo de retocar gráficamente a obras maestras y a íconos históricos con mascarillas y vacunas. Ya se sabe: la Gioconda con su sonrisa cubierta y Neil Armstrong clavando una jeringa embanderada en la Luna, etc. Mientras tanto y hasta entonces Rodríguez ha cruzado un Rubicón (buen nombre para vacuna, piensa). El de los vacunados sin haber tenido que cruzar (toca madera) el de los que tuvieron covid-19. Y --no bajará la guardia-- ya son muchos los que advierten de que la continuidad natural de la fatiga pandémica será la rabia pandémica. Y que, entonces, los festejos por el fin del estado de alarma variarán, peligrosa y radicalmente, a cepa y cepo estilo La Purga.

CINCO Orillando otra semana, a Rodríguez ya no le duele el brazo pero le sigue doliendo el alma. Otro fin de semana de botellón libertaria. ¿Y cómo era eso que escuchó una vez, en Buenos Aires, en su adolescencia? Ah, sí: mientras mira las nuevas olas (¿la quinta ola?), Rodríguez ya es parte del mar. La cuestión, claro, es si ser parte del mar pueda equivaler a ahogarse.

 

De nuevo.