Con Esteban Podetti uno empieza a reírse desde la tapa del libro. En la vieja tradición de incluir un chiste en la portada, La Caja vol.2, publicado recientemente por Historieteca Editorial, anticipa el humor ácido que se puede encontrar entre sus páginas. Hace años Podeti (su seudónimo artístico tiene sola una “t”) ejerce un humor descarnado. Lo hizo en las páginas de un blog -esa antigualla- y en sus historietas más largas. Pero desde hace unos años se dedica a los chistes que se resuelven en una viñeta y logra una capacidad de síntesis que los vuelve implacables. Si el humor debe desnudar al poderoso, Podeti desnuda a todos, empezando por sí mismo.

-Ejercés un tipo de humor difícil para los tiempos que corren: el humor negro, lo corrosivo. ¿Por qué creés que funciona tu trabajo?

-Soy consciente de que han cambiado las sensibilidades, que hubo un cambio cultural. Esto que se dice “ah, con esto ya no se puede hacer chistes”... No soy ajeno a eso. Pero a mí no me llegó el mail de que no se puede hacer humor negro. Siempre existió quien no se lo bancó. Creo que pasa porque cuesta un poco la decodificación de algunos chistes. Me parece que cuesta entener que el humor negro no se burla de lo que parece burlarse. Los chistes te hablan de otra cosa que lo que aparenta en el dibujo o el diálogo. Me sorprende un poco cuando me dicen que mi humor es “corrosivo” o “políticamente incorrecto”.

-¿Por?

-Desde mi mirada, hago un humor bastante light. No es especialmente ofensivo. Soy consciente de que el humor que uno publica en las redes lo ve cualquiera. Y yo tengo mi norma de que no quiero ver cualquier cosa en mis redes. Cuando me aparecen imágenes de perros mutilados o lastimados me parece horrible. Borro enseguida y bloqueo al que la sube. Estamos en un contexto donde muchos humoristas optaron por un camino más light todavía, entonces en comparación parezco corrosivo, pero no me veo para nada así.

-Lo de corrosivo o “políticamente incorrecto” recuerda al chiste donde uno dice que es anarcovegano antiespecista y más, y el siguiente es apenas anarcovegano, entonces le dicen “ah, mostraste la hilacha”. ¿Viene por ahí la mano, por el lado de que en las redes hay una cosa de tener que definirse públicamente del modo más correcto posible?

-Ese chiste puntual no se ríe de la autodefinición, que es una actitud un poco risible y adolescente, sino de la imposibilidad de cierta militancia para superar las pequeñas diferencias. Es algo que veo que pasa mucho en los grupos militantes: feministas, peronismo, ni que hablar en la izquierda. Creo que parte de la inmadurez de algunos grupos que están dentro de esos movimientos, de buscar más la diferencia y la autodefinición que la unión, que es lo que realmente hace poderosa la lucha de estos grupos. Si esto es considerado “incorrecto”, también parte de cierta egolatría de esos militantes de pensar que son más importante sus diferencias o pequeñas manías como individuos y subgrupos que el objetivo final de esa militancia.

-¿Cómo se construye el humor negro para vos?

-Para mí el humor negro es el humor en estado puro, condensado, sin aditivos ni suavizantes. Porque hay una definición, un lugar común con algo de cierto, que define al humor como un mecanismo para lidiar con las tragedias, angustias y catástrofes de la vida. El humor que directamente se ríe de lo peor, la muerte, la enfermedad, la invalidez, la vejez, el sufrimiento, ¡es justamente el humor negro! Entonces se construye desde la mirada directa sobre las peores cosas que pasan en esta vida.

-¿Por qué choca tanto, entonces?

-También es el humor más incomprendido, produce estas ofensas, estas quejas (ríe). La gente dice “te estás riendo del muerto, del inválido, de la violación”. Y en realidad uno se ríe en la ficción del chiste de la víctima, pero identificándose con ella. La muerte y la vejez nos esperan a todos. Uno se ríe desde la identificación, porque uno se ríe con la reacción graciosa del condenado, pero el blanco es el verdugo.

-Cuando alguien protesta por tus chistes, ¿cómo lidiás con eso?

-Tengo bastante experiencia porque vengo lidiando con protestas e insultos desde que tenía el blog en Clarín. Voy variando en las reacciones que puede tener cualquier hijo de vecino en Facebook. Una es no contestar, dejar que la persona se cocine en su salsa. Otra es pacientemente responder, explicar, ser más o menos sensato. Me gusta responder con un gif o meme, ese tipo de cosa descomprometida pero que mantiene el tono humorístico que debe tener mi perfil. Luego están las respuestas que uno tira cuando se levantó con el pie izquierdo o no desayunó bien, esas respuestas de las que después me arrepiento y avergüenzo. Con el tiempo logré evitarlas, supongo que la vejez o madurez, pero no las abandoné por completo. Igual no me molestan tanto los que se enojan o putean como los que explican el chiste. Y también los que no entienden, porque habilitan a que otro se los explique. No sé por qué aparece este tipo de comentarios. Pareciera que la gente tiene una necesidad de entender todo al 100 por ciento. Es desconcertante.

-Una de las cosas interesantes es que generaste alguna suerte de subgéneros del humor gráfico, como los chistes de carteles. ¿Cómo aparecen?

-Me parece que tiene más que ver con mi forma de trabajar, creo que muchos humoristas parten de una idea o concepto aver qué sale. A veces salen tres, cuatro o cinco chistes: muchos malísimos, algunos aceptables y alguno bueno. Pero bueno, esos chistes uno ya los pensó, quedan en la cabeza. ¿Qué más queda sino publicarlos? Creo que no son ideas nuevas ni mucho menos. Lo de los carteles es una estructura clásica. Tanto que a mí mismo me está cansando. Hay un montón de ejemplos. De Gary Larson, que juega mucho con esto de la contradicción entre el cartel y lo que pasa. Estas asociaciones arbitrarias... La asociación de los ansiosos, de la gente pasivo-agresiva. Es un recurso. Aparece más por falta de ideas que por la intención de cultivar un subgénero.

-Lo que señalás de los carteles es, en cierto modo, un recurso formal del humor tradicional, sí, pero así como hay chistes de naúfragos, que es un subgénero en el que se metió a escarbar Parés, vos ahondaste en lo de los carteles. ¿Por qué?

-Creo que el sucio secreto que se esconde detrás de la pregunta es que en realidad los subgéneros y temas que se repiten no son más que producto de una limitación, de una imposibilidad de elegir más temas. En una época, cuando empecé a sistematizar esto y buscarme un método para hacer chistes, trataba de pensar temas al azar: perchas, elefantes, árboles, bicicletas. Trataba de pensar en algo y automáticamente me obligaba a pensar chistes sobre eso. Dejé de hacerlo y hago lo que se me ocurre. Hay una técnica que es pensar un tema y que salgan dos, tres, cuatro chistes. Entonces no me parece que sea algo para estimular o aplaudir la aparición de un subgénero o tema repetido. Pero hay algo en la reacción del público; le gusta cuando aparece un tema que se repite y pide más. Eso me lo tomo como un insulto personal, parece que no confía en mi capacidad para buscar otros temas. No sé por qué me sale tanto con carteles. Quizás es sólo porque me interesa el lenguaje, sus contradicciones. También tengo el orgullo de decir que soy una de las primeras personas del país que le sacó fotos a los muñequitos de los carteles, algo que hacía ya en mi viejo blog . Aún conservo mi colección de fotos impresas en papel fotográfico donde está, por ejemplo, el viejo cartel de Coto donde había una vaca abrazada a un carnicero con un cuchillo ensangrentado. Incluso, esa foto la vi dando vueltas por internet, cosa que me da mucho orgullo: siento que dejé testimonio de ese cartel hoy desaparecido. Así que seré simplemente alguien que aprecia mucho el arte urbano más cotidiano, y la literatura urbana, porque también cuenta lo que está escrito. Es lo único que se me ocurre.