El ingreso de policías armados en el predio de la Escuela Normal Superior en Lenguas Vivas N°2 “Mariano Acosta” de la ciudad de Buenos Aires constituye un jalón más en el ominoso camino de violencia y represión que, con el pretexto de imponer orden y seguridad, este gobierno ha emprendido para enfrentar las elecciones de medio término en el mes de octubre. Desde ya, un orden que lejos de contribuir a la paz social, asegura en cambio el saqueo que las corporaciones enquistadas en el poder están efectuando a expensas del bienestar de los trabajadores. La pauperización de la escuela pública forma parte entonces de la imprescindible tarea de amedrentamiento que el gobierno, de manera cada vez más desembozada, ha implementado desde que asumió el poder. El ingreso de policías al Mariano Acosta no es casualidad, el concepto de autoridad que prevalece en esa institución educativa dista por lejos del que prima en las filas del PRO, organización política que puso al frente de su gestión educativa en la ciudad a energúmenos como Abel Posse, y luego al actual ministro Bullrich, quien no tuvo reparos en comparar una gestión educativa con la campaña al desierto del General Roca, primer y fundante genocidio de la República Argentina. 

De hecho, no es la primera vez que las autoridades del Acosta deben enfrentar las bravuconadas del gobierno del PRO. Ya en diciembre del 2008, el ministerio porteño había resuelto sumariar y relevar del cargo a la entonces directora, por haber participado del festejo que sus alumnos protagonizaban con una manguera. Según las autoridades, tal actitud contrariaba el lugar y el rol que a una directora le competen. Lo cierto es que, según todos los testimonios, la docente decidió arrojar agua para dar por finalizado el festejo sin generar resistencias entre los jóvenes. Desde ya, la tarea docente con púberes y adolescente no consiste en tolerar episodios de impropia naturaleza, sino de facilitar la construcción de un nuevo lugar para quienes padecen la tiranía de un cuerpo cuyo crecimiento no admite concesiones. Hay circunstancias privilegiadas y muy precisas donde el adulto, sin perder su lugar de autoridad, tiene habilitado el espacio para compartir codo a codo con sus alumnos algo excepcional y diferente, sean los festejos, sea la realización de una clase pública como medio de expresión y lucha por una educación digna. 

La confianza es indispensable en la construcción de ese nuevo lugar donde un chico crece por sentirse acompañado de quien, sin embargo, lo invita a hacerse responsable de su propio camino. Precisamente, “Un padre no tiene derecho al respeto sino al amor”1, es la frase que Lacan eligió para contemplar esta posición que alberga, porque también habilita. Nada más flagrante que un policía armado dentro de una escuela secundaria para ilustrar una política que condena a la marginación a quienes –por sus aspiraciones, expectativas y urgencias– requieren de un espacio de expresión compartido.

* Sergio Zabalza  es psicoanalista.
1. Jacques Lacan: “Clase del 21 de enero de 1975”, en El Seminario 22, RSI, (1974-1975), inédito.