Sexy Tintín, libre de circular

Cayó en saco roto la encolerizada denuncia de los herederos de Hergé contra el artista bretón que ¡osó! imaginar la vida privada, con ligeros tintes eróticos, de la eternamente joven criatura del historietista: Tintín, intrépido reportero cosmopolita. El acusado, don Xavier Marabout, es autor de una serie de pinturas que hacen gala del mash-up para ubicar al muchacho aventurero en paisajes de Edward Hopper como Noctámbulos (1942) o Habitación de hotel (1931). El quid de la cuestión es que sus fantasiosas creaciones imaginan a un Tintín galante, ducho en el arte del flirteo, rodeado de señoritas de curvas acentuadas, incluso suelto de pilcha; algo que, para los escandalizados legatarios, es un ataque a la decencia del virginal jovencito. “Copiar” y “denigrar” la figura del celebérrimo personaje fueron los argumentos que presentó frente a un tribunal de Rennes la firma Moulinsart, que gestiona los derechos de los timoratos herederos de Hergé, junto a rimbombantes acusaciones como “falsificación” o “ataque al derecho moral”. Ideas que desestimó la justicia francesa, para la que “no hay confusión posible: el trabajo de Xavier Marabout es claramente es una parodia”. El artista, por cierto, ya había explicado que quiso dar “una vida romántica a Tintín en el universo íntimo y voyeurista de Hopper, porque francamente el mundo que propuso Hergé es terriblemente viril y las mujeres están completamente ausentes”. Había manifestado, además, que “mis pinturas que lo escenifican con pin-ups son divertidas, pero también muestran cómo ambos universos, tan misteriosos, son perfectamente compatibles para una fusión, un encuentro”. Obvio es decir que está muy conforme con el dictamen del tribunal, que “ha validado mi enfoque artístico y su intención humorística”, salvaguardando el derecho a la parodia como libre expresión, un arte –a decir del reivindicado Marabout– “que fue inventado a la par que la democracia, hacia dos mil años, en la Antigua Grecia”.

Picadillo

Simplón, aniñado, sin inspiración ni esmero, propio de un párvulo que no supera los cuatro añitos: algunos de los comentarios más amables que ha recibido David Hockney, uno de los artistas vivos más altamente considerados y cotizados del globo, por su más reciente obra: una reinterpretación del histórico símbolo de metro de la estación Piccadilly Circus, que el venerado pintor británico creó por encargo de la ciudad y que ya emperifolla sus paredes. En la transformación del icónico logotipo, el pulso parecer haberle fallado al autor de El gran chapuzón: un círculo que no acaba de ser tal en amarillo chillón, cruzado por una franja violeta con el nombre de la estación (con las letras tan abarrotadas que la S final se cayó del renglón), hacen sospechar al público que podría haberlo ilustrado con una vieja edición de Paint. O en un iPad a mano alzada, a las corridas, otro supuesto que ha trascendido en redes sociales, donde las burlas despiadadas no han tardado en multiplicarse. Exponencialmente. “Si me hubieran dicho que se trataba de un concurso infantil para rediseñar el logo y éste era el ganador, lo habría creído”, escribió un usuario, en consonancia con el parecer de buena parte del público. Obvio que el alcalde de Londres, Sadiq Khan, no comparte la opinión popular; tuiteó, de hecho, que se trata de “una obra brillante”, encomendada para “una nueva campaña que busca promover el turismo local, Let’s Do London”, para la que se han invertido siete millones de libras. Sus palabras han despertado indignación entre londinenses, que critican que se haya fichado a Hockney “en vez de a uno de los tantísimos artistas de la ciudad, que han tenido un año realmente difícil, a los que bien les habría venido publicitar su trabajo a través de una escaparate tan diverso y concurrido como es el metro”, conforme comentó vía red del pajarito un vecino indignado. En defensa de David, de 84, habría hecho la pieza en forma gratuita, sin cobrar un céntimo por el cándido bocetito. Desprendido gesto que poco ha servido para apaciguar las bromas que le siguen lloviendo en Twitter.

La perfecta fusión entre terror y garritas

Digamos que un amante de las películas de terror está pensando en adoptar un minino pero, claro, fiel a su pasión cinéfila no quiere cualquier gatito sino un doble de Church, el felino resucitado de Cementerio de Animales, porque ¿quién podría resistirse a aquel entrañable bufidito zombi? Ojo, puede que ser más presto a los canes y tenga un perrito en particular en la mira: aquel que, en uno de las escenas más inexplicables de la saga Krueger, orinaba fuego y le devolvía a Freddy la vida en Pesadilla 4: El señor de los sueños. Aunque, bueno, no todos se decantan por perros o gatos: quizás desee hacerse de una cabrita negra muy similar a la diabólica Black Phillip que acecha en la ópera prima de Robert Eggers, La bruja. O de una serpiente que sea calco, al menos en apariencia, de las culebras venenosas que sembraban pánico en altura en la irrisoria Terror a bordo (Snakes on a Plane es su título original). Pues, ¡albricias, albricias!, sepa esa persona en busca de una mascota que –de algún modo– lo arrime a su film de terror favorito, que sus plegarias han sido escuchadas. Por las creadoras de Texas ChainPaw Massacre, más precisamente, dos hermanas nacidas y criadas en Nueva York que rastrean animales en refugios de Estados Unidos, listos para ser adoptados, “que son doppelgängers de bichos poco apreciados de películas terroríficas”. “No hacemos diferencia entre especies”, aclaran las muchachas –de nombre desconocido– que se dejan la piel hallando conejos, loros y un largo etcétera fauno en albergues de su país de origen, para luego contar a qué criatura fílmica se asemeja, y dejar, claro, el link de la organización que momentáneamente lo cuida, a la espera de un hogar definitivo. Un servicio extremadamente específico, de nicho, que empezaron hace dos años y aún continúan, donde abundan las patitas y, por supuesto, la hemoglobina.

Todo por un sueño instagrameable

La chifladura por sumar más y más seguidores en redes sociales ha pasado una nueva frontera con Audrey Francisquini, una estadounidense que parece haber visto demasiadas repeticiones de 21 Jump Street (en Argentina, Comando especial), aquella tira de fines de los ochenta donde polis veinteañeros se infiltraban en escuelas secundarias para resolver casos juveniles. Con tanto o más empeño que Johnny Depp, Holly Robinson Peete y Peter DeLuise, Francisquini se esmeró por pasar como estudiante: pilcha de pendex, mochila sobre el hombro y un skate bajo el brazo sirvieron de “disfraz” para que caminara por los pasillos del American Senior High School, en Miami, a sus relativas anchas. Con una única intención entre ceja y ceja: conseguir más followers en Instagram. Nomás entrar a la mentada institución, la mujer de 28 años comenzó a repartir folletos, tantísimos folletos, donde estaba anotada su cuenta de IG, prometiendo a la estudiantina atractivo contenido: ella usando una “máscara del diablo”, según contó un adolescente que cruzó unas palabritas con la descentrada damisela, que efectivamente tenía en su muro cantidad de clips y fotos luciendo orgullosísima un antifaz rojo, orejas puntiagudas y, cómo no, los correspondientes cuernos negros. Al cabo de un rato, empero, el guardia de seguridad de la escuela encontró sospechosa a la supuesta adolescente y la encaró, pero Francisquini le aseguró que estaba buscando a la preceptora y se escurrió rápidamente. ¿Se fue de la escuela? De ningún modo: dada a su misión, siguió entregando volantes, e incluso trató de colarse en un salón de clases. El guardián la pescó nuevamente, pero la huidiza Audrey repitió fórmula; y el hombre, cansado de jugar al gato y el ratón, decidió notificar a la policía de una presunta amenaza en el campus. Al ver que arribaban patrulleros, la mujer decidió acabar su campaña promocional y retornar a su casa, logrando un escape exitoso. Relativamente exitoso: había dejado desperdigado a lo largo y ancho su dirección de IG. En menos de lo canta un gallo, la poli dio con su domicilio en North Miami Beach, y mientras intentaban el arresto, ella... transmitía en vivo. Ahora debe lidiar con tres cargos en su contra: invadir propiedad privada, interferir con el normal funcionamiento de un colegio, resistirse a la detención sin violencia. Curiosidad extra: Francisquini solía ser cana en el condado de DeKalb, Georgia, pero la rajaron en 2017 por piratear las redes de una colega, robarle fotos en paños menores, viralizarlas. Al límite, dispuesta a tutto, con tal de ganar likes.