La decisión del Congreso virtual de la FIFA de empezar a considerar la posibilidad de que los Mundiales masculinos y femeninos se disputen cada dos años en vez de cada cuatro tiene una doble racionalidad económica y política. Desde luego que la idea es multiplicar los recursos en un lapso más breve, la mitad del actual. Pero también subyace la intención de las asociaciones nacionales de imponerle una fuerte contención a los poderosos clubes europeos, cada vez más incómodos en el marco institucional de la UEFA, como lo demostró el intento frustrado, pero no definitivamente archivado, de impulsar la Superliga a partir de 2022.

Si prosperase el proyecto que impulsa el entrenador francés Arsene Wenger, actual director de desarrollo de la FIFA, los seleccionados nacionales adquirirían una centralidad que hoy en día está amenazada por los megamillonarios equipos europeos. Porque siempre estarían jugando competencias importantes: según la propuesta de Wenger, en los años sin Mundiales se disputarían por ejemplo, la Eurocopa y la Copa América y una eliminatoria mucho más abreviada en la que la mitad de las plazas, tal vez se otorgarían en función del ranking de la FIFA.

 Con un calendario ya atestado de partidos, la actividad de los seleccionados se superpondría con los campeonatos y las copas de cada país y los torneos continentales de clubes como la Champions y la Europa League, la Copa Libertadores y la Sudamericana. Hay un límite en todo este pastiche: cada año tiene 52 semanas, de las cuales cuatro deben dedicarse a las vacaciones y licencias de los jugadores y otras cuatro a la pretemporada de los equipos.

En su primer año de mandato al frente de la FIFA tras el virulento descabezamiento que provocó el "FIFAgate", el presidente Gianni Infantino ya le había sumado 16 equipos y 16 partidos a la Copa del Mundo a partir de 2026. También habrá cuatro equipos más en la Champions League desde 2024 (36 en vez de 32) y no se descarta que ese engrosamiento llegue pronto hasta la Copa Libertadores de América. El hilo conductor de todo este proceso aparece clarísimo: ofrecer cada vez más partidos y competencias para poder vender cada vez más caros los derechos de televisión, la principal fuente de ingresos. Es lo que hacen los dirigentes cuando les baja la recaudación o pretender ganar más. Y les dá resultados: las cadenas televisivas están dispuestas a pagar lo que les piden con tal de suministrar fútbol a toda en hora en las pantallas de los televisores, las computadoras y los celulares.

Hasta en eso fue un visionario Julio Grondona: en 2014, poco antes de su muerte, instauró el campeonato de 30 equipos en la Argentina al sólo efecto de cobrarle mas por la televisación de los partidos al gobierno nacional a través del "Fútbol para Todos". No lo pudo ver, pero hizo escuela. Y los actuales dirigentes son sus alumnos aventajados. La idea es que haya campeonatos numerosos, que se jueguen muchos partidos y que la pelota no se pare nunca. El Mundial cada dos años va en línea con todo esto.