En la primavera de 2016 escuché algunos poemas de Nora Sztrum (Buenos Aires, 1953) antes de que el sello Alción los publicara. Los dos habíamos asistido, por diferentes motivos, a un taller de poesía que María del Carmen Colombo daba en el marco del 24º Festival Internacional de Poesía de Rosario. En una biblioteca pública de la ciudad, Sztrum, igual que otros poetas que trabajaban con versiones de sus textos, había leído varios poemas. Me había impresionado aquello que ahora, al leer el libro completo, se destaca de nuevo: primero, los poemas creaban un territorio para que la voz, luego, si quería, se explayara sobre circunstancias mínimas o grandiosas. Era una perspectiva de escritura limitada, afincada en un espacio doméstico en el que diferentes presencias, de a poco, crecían. “Anclo en el balcón”, se lee en el primer poema de la primera parte de Derrotero. Ese espacio habitado por malvones, mosquitos y las hojas de un fresno que caen durante el otoño, podía convertirse en un puerto (“que no zarpa”), en un carro gitano o en la fronda donde vive un urutaú: “oí su canto como nombre”. En los poemas de Sztrum, el sonido precede aquello que las palabras designan. 

Durante aquel encuentro rosarino, algunxs participantes le señalaban a Sztrum un rasgo de su escritura: cierta estasis, apenas sacudida por un vaivén de “rima durmiente” que impulsan acentos africados: tren, trizas, trenzas, trineos, trigales, sztrum… Ese rasgo de movimiento en cámara lenta, que los versos imitan en juegos de ritmo y de sentido, permite que el viaje insinuado en el libro avance: los personajes y los lectores viajan por verso. ¿Hacia dónde? El título de la segunda parte del libro acerca una respuesta: “Voy a través”. Esa sección, que reúne poemas camperos y ribereños, funda un paisaje misterioso. Así concluye el breve poema “Paraná”: “y el puente/ allá/ ¿qué tierra inventa?”

“La primera parte se impuso como zona en cierto momento de la escritura, transcurrían en ese paisaje o desde allí los poemas”     –cuenta la autora–. “Más de uno surgió de notas fechadas a la manera de un diario, notas tomadas desde un puerto, el puerto era la fecha, el balcón es un puerto. ‘Voy a través’ surge al caer en la cuenta de que estos poemas viajan sin itinerario preestablecido. A través no sé muy bien de qué, de las palabras es mucho o poco decir. ¿De su sonido? ¿De lo que van suscitando mientras se escriben o mientras las escribo?”

Por supuesto, la idea del viaje, manifiesta en el título del libro, se potencia con la lectura. Pueden ser viajes por agua (“voy/ al murmullo que no cesa/ del río”) o por tierra; hay, incluso, excursiones a la infancia: “los reyes son los padres/ la fuerza son los niños”. En “Rusia”, la tercera parte de Derrotero, el viaje se inicia gracias a la imagen en una caja de fósforos, que sirve como pasaporte o puerta de entrada a un universo donde conviven renos, cosacos, la reina de las nieves, el abuelo ruso y un zar que detesta el cigarrillo. “Escribir es estar ahí y en ese momento –dice Sztrum–. Como leer. Cuando leés, estás en ese tiempo y en ese espacio. Y si cuando leés sos una niña, parece que no quedara nada fuera de ese mundo, quizás alguna vez te lloran los ojos y se mueven las letras y eso te distrae un poco pero te los secás  y seguís, y cuando termina el libro la contratapa es una puerta que se te cierra en las narices y lo volvés a empezar para  entrar de nuevo.” 

El taller de Colombo en la biblioteca pública de Rosario duraba dos días, pero sólo pude estar presente la primera mañana. Me había ido con las imágenes del balcón-puerto de Sztrum y del Paraná, donde “un enorme compás ha trazado el horizonte”. Derrotero, el libro, se cierra con un poema solo, que no es sólo un poema, “Furgón de cola”, donde la autora rinde homenaje a uno de sus primeros viajes poéticos, hecho a bordo de La prosa del transiberiano, de Blaise Cendrars. Ó

Derrotero
Nora Sztrum

Alción Editora