El fútbol todo lo puede, el atletismo no. La Conmebol tiene un poder que la Confederación Sudamericana de Atletismo no. La Copa América podría jugarse completa en el país pero el 52° torneo Sudamericano que debía disputarse en el Cenard se suspendió tres semanas antes de su realización. La grave crisis sanitaria impidió que se concretara aquel certamen entre el 14 y 16 de mayo que iba a organizar la CADA. Ahora parece que no sucedería lo mismo con la pasión de multitudes que gestiona el dirigente paraguayo Alejandro Domínguez desde Asunción. Son diferencias notorias entre un deporte que anunció 487 millones de dólares en ingresos para 2021 y es capaz de conseguir 50 mil vacunas chinas de Sinovac gracias al estado uruguayo y otro que en la Argentina y el continente todo se topa con serias dificultades económicas por su condición amateur.

La asimetría notoria entre fútbol y atletismo comprendió también el trato diferenciado que recibieron del gobierno nacional. La CADA gestionó una segunda sede –Concepción del Uruguay– para trasladar el Sudamericano desde Buenos Aires a esa ciudad entrerriana. Le respondieron que no porque la pandemia empezaba a mostrar estadísticas preocupantes y en aumento. El torneo se trasladó a Guayaquil y quedó postergado para estos días: 29, 30 y 31 de mayo. Es clasificatorio para los Juegos Olímpicos de Tokio que empezarán el 23 de julio. Una señal de su importancia.

Al cambiar de país, la delegación argentina se redujo de casi un centenar de participantes –entre deportistas y oficiales– a la mitad. Se generó un conflicto por el financiamiento del viaje entre la Secretaría de Deporte y el Enard –que preside el empresario Gerardo Werthein– que finalmente quedó resuelto con apoyos privados. Los gestionó el influencer Santiago Maratea a través de sus redes sociales. Todo comenzó cuando el mejor lanzador de bala del país, el cordobés Juan Ignacio Carballo, contactó a aquel para conseguir que viajara la delegación completa de atletas que había recortado el Enard.

Al fútbol no le hacen falta colectas, a no ser las que realizan sus hinchas para alguna obra de caridad o pintar una tribuna. Genera recursos de sobra y más si se trata de una organización como la Conmebol. Su poder es el de un Estado dentro del Estado.

El miércoles pasado el Presidente Alberto Fernández recibió a Domínguez en la quinta de Olivos. Hablaron de la posibilidad no confirmada hasta hoy para que el país se hiciera cargo de la organización de toda la Copa América. Marginada Colombia por sus graves problemas internos, la Conmebol escuchó propuestas. El gobierno nacional hizo la suya –estrictos protocolos mediante– aunque la decisión final recayó sobre el Ministerio de Salud que conduce Carla Vizzoti.

Los índices sanitarios empeoraron desde la negativa al atletismo para que Buenos Aires primero y Concepción del Uruguay después fueran sedes del torneo Sudamericano. Una competencia que iba a realizarse en una sola ciudad y sin el despliegue de personas que genera una Copa América. La conclusión parece obvia. Pero el fútbol produce efectos mutiplicadores: de divisas, exposición mediática y una cultura del entretenimiento que muy pocas industrias pueden garantizar. Es una oportunidad inmejorable para demostrar que la salud de los argentinos y los futbolistas está muy por encima del negocio que empujan los corifeos de la pelota.

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