El amor

A través de la lectura de Siete noches (1980) y Nueve ensayos dantescos (1982), puede atravesarse la geografía de La Divina Comedia de la mano de un lúcido e inigualable guía: Jorge Luis Borges, autor de esos dos textos magistrales surgidos de una serie de conferencias que brindara el autor de Fervor de Buenos Aires sobre la obra de Dante Alighieri.

Si bien es cierto que La Divina Comedia es un texto fundacional, irradiador de tanta energía que puede leerse en forma constante e involuntaria en toda la cultura occidental, aparece en innumerables ocasiones señalado de modo intencional y preciso, como ocurre en la escritura borgeana (“Poema conjetural”,” Inferno V,129”, Nueve ensayos dantescos, etc.).

Acto de lectura: Borges confiesa en Siete noches la experiencia vital que representó para él su primer acercamiento al texto italiano de La Comedia, en una edición italiana con traducción al inglés. Esa actividad no necesitó del gabinete ni del claustro académico, ya que se llevó adelante en los largos y tediosos viajes en tranvía que realizaba Borges para trasladarse, desde la zona norte de Buenos Aires hasta Almagro Sur a la Biblioteca donde trabajaba. Cuenta que leía primero un terceto en inglés y luego en italiano, después leía el canto completo en inglés y en italiano. Gracias a la hermandad entre el italiano y el castellano, a través de ese “modus operandi”, en un momento dado, cuando arriba a los versos del Paraíso, cuenta que comienza a leer directamente en italiano.

En Nueve ensayos dantescos (el mágico número 9, múltiplo de 3, base de la arquitectura dantesca desde la Vita Nuova), Borges comenta algunos cantos de La Divina Comedia, cantos que ha seleccionado porque los ha situado en la lectura de su propia vida, como quería Marcel Proust. La interpretación borgeana es por cierto una interpretación poética y a la vez erudita. Borges trabaja desde lo que podría llamarse la crítica del Maestro, como señala Gérard Genette. Hay en su lectura una preocupación por el otro, el semejante, preocupación que abrazara Dante, hombre de su época, inmerso en la historia, agobiado por la injusticia y el destierro y el convencimiento de la imposibilidad del encuentro amoroso que se representa en la relación entre Dante y Beatriz, una de las formas del amor cortés. Como contrapartida de ese amor sublime se encuentra el amor pasión encarnado en Francesca y Paolo que son castigados en el Círculo V de los lujuriosos arrastrados por un vendaval despiadado que los une y los separa a la vez. (…)

En Siete noches podemos escuchar la reflexión acerca del episodio de Francesca y Paolo (Canto V del Infierno) en donde Borges hace notar que de la dolorosa narración de Francesca, que es quien habla mientras Paolo permanece en silencio, se puede inferir que en el Inferno no hay espacio para el arrepentimiento, lo que torna ese lugar como un espacio sin mediaciones posibles, eterno y real, lugar del grito, del inexplicable estar (como una pesadilla, dirá Borges cuando analiza los sueños en el mismo libro, donde remite al efialtes griego, al íncubus latino y al Alp alemán, demonios opresores). El poeta florentino quiere saber acerca del amor, del inicio del amor, y descubre que Francesca y Paolo se han percatado de su atracción a partir de una lectura compartida: el libro-intermediario-celestino de la pasión, tema reproducido en la literaria universal (recordemos a Werther y a Carlota leyendo a Ossian y a Bécquer evocando la lectura de La Comedia en la Rima XXIX: “Creación de Dante era el libro; era su Infierno”, dice el poeta sevillano). 

Dante siente ternura, se compadece de los amantes pero también advierte que los dos condenados en la borrasca pueden hablar en plural, dice Borges, en un “nosotros” que implica un estar con el otro, el amor concreto, vedado al mismo Dante que alcanza a vislumbrar la plenitud del verdadero amor en el Canto XXX del Purgatorio, cuando Virgilio, su guía por el trasmundo, desaparece y aparece la bella Beatriz, quien lo guiará por los Cielos Concéntricos.

En el Canto XXXI del Paraíso, Beatriz sonreirá al poeta como despedida y se alejará, señala Borges, para subir al Empíreo, “donde lo remoto no es menos nítido que lo que está muy cerca”. El dolor de Dante es patético porque ocurre en el Paraíso. El Poeta no protesta, la tristeza lo invade como cuando Virgilio lo abandonara antes de llegar al Paraíso. ¿Su alma es también luz por la poesía? Sabe que el amor (el amor es equiparado al Amor Divino) es imposible. 

Borges habla de la idolatría de Dante hacia Beatriz. Es cierto, Dante constata que la belleza de Beatriz se acrecienta a medida que avanza en los Cielos para ascender a la Rosa Eterna. Es la forma última del amor. Imposible amor en los círculos del cielo, donde el Nombre de Dios todo lo inunda. Imposible también en el encuentro-desencuentro huracanado del infierno de los amantes pasionales del Círculo V del Infierno, que se rozan y se alejan, en ese lugar sin culpas y sin Dios, sin el nombre de Dios, lugar vedado para el amor, porque el amor sólo es posible, parcelado y rengo sobre la tierra.

Dante ve por última vez la sonrisa de Beatriz y cumple así la promesa que le hiciera en la Vita Nuova, ese libro de la juventud, donde le promete escribirle una obra magna y eterna.

Los sueños y las fantasías

Borges identifica la producción del texto con los sueños: la literatura es un sueño, un sueño diurno como señala Sigmund Freud en “El poeta y las fantasías” o “El poeta y los sueños diurnos” de 1908. Y Dante sueña, afirma Borges, sueña con sus maestros a quienes encuentra en el “Nobile Castello”, en el Limbo, lugar a donde van los no bautizados, en especial los niños, pero también grandes figuras de la historia, la leyenda y la literatura que existieron antes de que Cristo llegara a la tierra para redimir a la humanidad. En el Canto IV del Infierno habitan los verdaderos héroes del Alighieri, los héroes literarios: Homero, Horacio, Ovidio y Lucano. El quinto gran poeta de ese espacio es Virgilio, su guía, quien lo llevará por los círculos infernales y finalmente lo dejará ante Beatriz, la mujer amada que lo aguarda en el Paraíso para ascender por los Nueve Cielos hasta arribar a la Luz. Pero esas sombras admiradas, los poetas que el florentino reverencia, no verán a Dios. En el Castillo se asienta la melancolía (reminiscencia del gris mundo de los muertos que se advierte en La Odisea), hay cierto “horror sereno”, advierte Borges, instancia reveladora en donde el misterio irrumpe dejando entrever algo de lo no dicho, de lo espantoso y desconocido. 

Hay algo de “siniestro” en el “Nobile Castello”, en ese universo simbólico, afirma Borges, en el sentido de lo cercano y familiar que se torna perturbador, como lo señala Freud en su artículo “Lo siniestro” (1919). Las grandes sombras reciben a Dante y él mismo se suma: “fui sesto tra cotando senno”. De este modo, el Alighieri establece un “canon” de los poetas universales al agregarse en esa comitiva de los grandes clásicos de la literatura griega y latina. Dante se siente depositario de esa herencia. Es el sexto poeta que camina junto a los otros cinco vates por el Limbo.

Cabe destacar que Jacques Lacan equipara el inconsciente (el infierno dantesco puede asociarse metafóricamente a dicho inconsciente) a lo simbólico, mejor dicho, a los efectos de lo simbólico en el sujeto.

Heredero de una cultura en la que hablan Homero y también Virgilio y Santo Tomás, el poeta de Florencia atraviesa los espacios de un “Otro” admirado y amado, para hundirse luego en las atroces cavernas del tormento de los “otros”, con minúscula, los semejantes, en los dolientes círculos del Infierno, para ascender por las colinas del Purgatorio, donde el ensimismamiento, el arrepentimiento, prometen una salida, una redención después de un auto-examen y finalmente el adelgazamiento total del ser: el universo de luces del Paraíso y el Empíreo donde convergen todos los puntos en la Luz definitiva, imposible de nombrar, lo real de la Creación, lo que ningún mortal ha contemplado, donde el “Otro” y los “otros” se diluyen en una música etérea.

Guiados por el hilo del “otro”, Ariadna imaginaria, y del “Otro”, relación que hemos establecido con Borges, podemos adentrarnos en la lectura de los últimos Cantos del Purgatorio, a partir del Canto XXX en adelante, marcados por la presencia de Beatriz. Si bien toda la Comedia reviste la extraña lógica de los sueños diurnos y nocturnos, en estos tramos del texto el onirismo se explicita: Beatriz se aparece, como en un sueño de la Vita nuova y amonesta a Dante pero también recuerda su travesía vital, su infancia, su juventud, su matrimonio. Borges advierte la dimensión del sueño dantesco, habituado como todo escritor a esas exploraciones.

En el entramado cultural donde dialogan historia, literatura y arte, se recortan estos textos que hablan del desencuentro constitutivo del amor, ya que para ser posible debe renunciar al goce total y rescata solamente fragmentos y jirones de plenitud. Ese acto fallido, este acuerdo sintomático que es el amor, esa transacción necesaria, se repiten en el sueño y en la poesía, que articulan el equilibro entre lo imaginario, lo real y lo simbólico. Dante encuentra a Beatriz en los sueños o en el poema, pero la pierde. No hay encuentro porque ella está muerta y él está vivo, ella situada a nivel de un nombre, en un significante y él en la realidad del cuerpo que le pesa y duele, los dos en una asimetría que repite y metaforiza el desencuentro del amor, la no correspondencia sexual. El sueño y la fantasía poética son los espacios de un encuentro imposible. Sin embargo, Dante mediante la escritura, recupera esa instancia efímera, Ese es su gran tributo a Beatriz, eternizarla en la palabra, inmortalizarla para las generaciones, ya que la escritura implica esa sobrevivencia.

- Parte de este texto pertenece al ensayo: “Jorge Luis Borges: un guía en la travesía poética de Dante Alighieri”, en Dante en América Latina, Università degli Studi di Cassino, Volumen I, Italia, 2007.

(*) Escritora y crítica literaria. Obtuvo el Premio Casa de las Américas de Cuba en Novela en 1993 y el Premio Novelas Ejemplares de la Universidad Castilla La Mancha y Editorial Verbum de Madrid en 2020.

(**) Escritor y psicoanalista.