Cuando no se puede llevar adelante una obra, el recurso que queda es hablar de esa imposibilidad. Algo similar sucede en la narrativa cuando algún autor (Cortázar, por ejemplo, en Las babas del diablo) confiesa que no sabe muy bien qué persona elegir al momento de contar una situación donde el punto de vista queda en un lugar frágil.

De ese modo surgirá primero la exposición de cierta cotidianidad. El proyecto que queda trunco se expresa en reuniones por zoom donde las directoras Paula y María Marull, reconocen esa impronta doméstica de los ensayos invadidos por lxs hijxs pequeñxs y las tareas hogareñas. Pero ese material que acontece con el mismo desconcierto, se transforma en un documental cuando las directoras y dramaturgas comprenden que ese momento de interrupción que propicia la pandemia les permite escribir el otro lado de su obra, desarrollar lo que no podría albergar el teatro y sumar una instancia de investigación que en el marco de la puesta en escena hubiera quedado sumergida en la imaginación.

Lo que el río hace se convierte en una indagación sobre un territorio que Paula y María parecen conocer muy bien pero que, como todo espacio cercano, puede ser el más desconocido. Allí, el lazo que las hermanas Marull construyeron con el pueblo de Esquina, en Corrientes, el lugar donde nació su padre y al que ellas fueron de vacaciones durante toda su vida, es la materia para una impregnación que contagia al elenco. Si el texto fue escrito desde el recuerdo y la experiencia pero con una dosis de fantasía nada despreciable, en este documental que forma parte del ciclo Modos Híbridos donde el Complejo Teatral intenta saldar la ausencia de funciones presenciales, es la realidad la que se apropia de la narrativa.

Los personajes inspirados levemente en algún habitante de la zona conviven en la pantalla con los seres de ese pueblo que devienen en referencias más o menos imprecisas, criaturas que al asumir su voz disputan el protagonismo, estimulan otra vertiente de la actuación. La oposición entre el registro documental y la ilusión de ese río construido en la sala Martín Coronado del Teatro San Martín como puro artificio, da cuenta de un pasaje que en el presente de la representación hubiera quedado guardado en la instrumentalidad de la escritura. Si las épocas de encierro animan a la nostalgia, el documental realizado de manera remota permite acercar un tiempo que en la obra solo hubiera resonado en la intimidad de las hermanas como autoras y directoras de esta ficción.

Los testimonios hablan del río con una señal lorquiana al desandar ese poder y esa transformación que su cercanía propicia. El río ensucia y despeina, lxs lleva a andar descalzxs, a quedarse el día y la noche entera, a salir a pescar. En la calma de esas personas brota la desmesura al darle una influencia absoluta a ese río. La naturaleza se convierte en procedimiento, en palabra para quedarse en una instancia más afectiva. El reflejo del vínculo que Paula y María tienen con ese pueblo que siempre estuvo en sus vidas.

Las escenas que ocurren en el hall del San Martín y que funcionan como entrevistas a las directoras y al elenco, ponen en un pie de igualdad a la parte ficcional con esa realidad que supo ser tocada por la inventiva de la cámara.

Pero Lo que el río hace es también un documental sobre el teatro, no solo porque el proceso de dirección aparece compartido, abierto y descifrado para el público sino porque en algún momento esa necesidad de ir al río que expresan lxs habitantes de Esquina, se parece demasiado al deseo de actuar, al llanto que surge cuando la tarea no puede concretarse. La identidad que ofrece y regala el río tiene ese aliento de un oficio que no consigue separarse del cuerpo.

Lo que el río hace puede verse desde la plataforma del Complejo Teatral de Buenos Aires