“Y tú te llamas feminista, me decía mi marido, con rabia, en las semanas de amargura brutal que siguieron a nuestra separación. Creía que era él quien había desempeñado el papel de la mujer en nuestro matrimonio, y al parecer esperaba que yo lo defendiera de mí misma”. Esto escribe Rachel Cusk en uno de los tramos de Despojos. En este libro autobiográfico la escritora de origen canadiense escribe para indagar cómo fue posible que una relación exitosa, con una casa y dos hijas, se desmorone como una torta con exceso de fondant (algo así ocurre en un capítulo, de hecho). Pero la efectividad de este relato –excesivo, honestamente brutal y a la vez, brillante– no radica en el qué sino en el cómo. Porque Cusk ve en su ex un antagonista pero también, al hombre con el que hizo un pacto de silencio que la acerca demasiado a su propia herida.

Este libro es, además, una respuesta posible a cómo hacemos las mujeres para que la mirada de género no sea una zona reductiva sino, por el contrario, un espacio de libertad. “Si una mujer escribiera sobre las guerras napoleónicas, se sentiría segura y a salvo, pero el terror de escribir sobre la experiencia femenina sigue ahí. No creo que un hombre se sienta valiente por escribir sobre temas domésticos. Estará condicionado de todos modos pero si quiere escribir de eso, lo hará”, dijo Cusk en una entrevista, unos años atrás.

Sucede que esta novela, que se acaba de editar en español, fue publicada originalmente en 2012. Es decir, antes de la trilogía compuesta por A contraluz, Tránsito y Prestigio (editada por Libros del Asteroide, al igual que Despojos) por la cual su voz se hizo conocida aquí desde 2016. En esos textos, la protagonista aparecía recortada, a contraluz, justamente, sobre la voz omnipresente y avasallante de los otros. Aquí el recurso se invierte y la primera persona asume el centro de la escena. Algo parecido ya había hecho en A life´s work, aún no publicada en castellano, cuando a comienzos del año 2000 relató su maternidad como un proceso mucho más angustiante y complejo que el que nos contaron.

Es decir, la apuesta de Cusk es indagar la primera persona como un recurso poliédrico e inagotable en sus posibilidades. Y es que por más que parece hablar de sí misma, la presencia de un “yo” no significa exactamente una confesión sino el modo en que una escritora construye un personaje que se acerca y se aleja de ella misma. Lo que leemos son, de alguna manera, los restos de una civilización personal.

A lo largo de ocho capítulos la autora relata diversos momentos de su separación: desde la tenencia compartida de las hijas (“son mis hijas”, insistirá, sabiendo que en esa frase se inscribe una intuición animal que por siglos desafió la racionalidad masculina) hasta el inicio posible de una nueva relación. Ciertas alusiones recurrentes a la mitología griega y algunos hechos incidentales, como una visita disparatada a la dentista, tampoco dejan de lado la metáfora. Así, Cusk lleva la narración hasta su zona más desnuda aún cuando elija atajos o caminos oblicuos.

En esencia, este libro habla del amor ya no como libertad sino como forma cristalizada del sacrificio en las sociedades contemporáneas. “El matrimonio es un modo de manifestación. Absorbe el desorden y lo manifiesta como orden. Reúne cosas distintas y las convierte en una sola”, dice Cusk sobre el final del libro. Y agrega: “El matrimonio es civilización y ahora los bárbaros están retozando entre las ruinas”.

Las guerras napoleónicas, las guerras en general, son vividas y contadas por hombres. El amor transformado en matrimonio primero y en rabiosa ausencia después, también puede ser un campo de batalla. En Despojos, Cusk no apunta a ninguna redención sino al relato de la barbarie, personal y política, que subyace debajo de siglos de buenas costumbres.


Rachel Cusk

Despojos. Sobre el matrimonio y la separación
Libros del Asteroide