¿Quién va a responder por el sistema si el Bitcoin se desploma definitivamente? ¿Quién lo va a defender si algún día no vale nada? ¿Acaso los distintos referentes públicos que se deshacen en elogios seguirán allí?

 Sin dudas, uno de los protagonistas de este 2021 fue el Bitcoin. Como en una película de pura acción y adrenalina, esta criptomoneda tuvo un recorrido lleno de curvas, subidas y bajadas que hicieron que estuviera en boca de todos. Tras un 2020 de inmejorables resultados en su cotización, la moneda creada por Satoshi Nakamoto arrancaba el 2021 con un envión que hacía pensar que su crecimiento no tenía techo. Sin embargo, en la economía no todo está dicho y en las últimas semanas quedó demostrado que absolutamente nada ni nadie está exento de sufrir las fluctuaciones de este mercado. Abróchense los cinturones que vamos a atravesar turbulencias.

En diciembre del 2020, el mundo le sonreía al Bitcoin. Con la llegada de la Navidad y el fin de un año caótico para el mundo entero, esta moneda comenzaba un período ininterrumpido de crecimiento en donde logró sus máximos históricos. A modo de ejemplo, el 1 de diciembre cotizaba casi USD 20 mil y el 14 de abril consiguió su mejor marca: 64.895 billetes de la divisa norteamericana. Sin embargo, como aquella calma que antecede al huracán, la alegría duró poco y la moneda comenzó un raid de subas y bajas hasta fines de este mayo en el que cotizó cerca de USD 35.000.

Pero, ¿cuáles fueron las causas de semejantes variaciones? La respuesta a esta pregunta tiene dos actores principales. Por un lado, el CEO de Tesla. Elon Musk puede ser uno de los grandes responsables de su repentina alza y su inmediata caída. Su compañía es la segunda mayor compradora de bitcoins en el mundo. En febrero, informó una compra por USD 1.500 millones y además, desde marzo, comenzó a aceptarlo como medio de pago para la adquisición de sus automóviles eléctricos y esto fue uno de los catalizadores del precio de la moneda digital en ese período. Sin embargo, de un momento a otro, Musk cambió de opinión. El 12 de mayo el Bitcoin cayó un 12% cuando dijo que Tesla ya no recibiría la criptomoneda como pago por sus vehículos eléctricos debido al daño ambiental que generaba. A modo de ejemplo, si el Bitcoin fuera un país, sería la 27° nación con mayor demanda energética del planeta y esto puede generar estragos en el mundo. Como no hay dos sin tres, hace apenas unos días Musk volvió a twittear y afirmó que algunas empresas mineras de Bitcoin se comprometieron a publicar sobre el uso de energía necesaria actual y el proyectado para extraerlos y esto hizo que la cotización repuntara levemente. De esta forma, podríamos decir que Elon Musk se convirtió en un influencer con la fuerza necesaria para desestabilizar y estabilizar este mercado. Como prueba de esto solo basta ver cómo los principales inversores en criptomonedas le rogaron al CEO de Tesla que deje de publicar en Twitter.

El segundo actor principal está compuesto por las regulaciones de los Estados Nacionales. A la ya conocida desconfianza por parte de los Bancos Centrales, se sumaron ciertas medidas de algunos países que también aportaron lo suyo en esta caída. Esto fue lo que ocurrió con China. En el país asiático operan muchas minas de Bitcoin y cada nueva regulación es un terremoto para su cotización. Adelantó que tomará medidas contra las actividades de minería y comercio de bitcoins y como puntapié inicial, prohibió a las instituciones financieras y empresas de pago dar servicios relacionados con transacciones de criptomonedas. Entonces, bajo la lógica de que no hay mejor defensa que un buen ataque, estas medidas ahogan a la criptomoneda, que pierde valor al ser vulnerada en su principal característica: la de ser un instrumento que busca saltar cualquier tipo de regulación.

De esta forma, las idas y vueltas en su cotización parecen indicar que, una vez más, todo depende de una cuestión de confianza. Pero antes de desarrollar esta idea, subyace otro interrogante: ¿Cómo se forma el precio del Bitcoin?

El Bitcoin usa la criptografía para controlar su creación. El sistema está programado para generar un número fijo de Bitcoins por unidad de tiempo a través de unos ordenadores llamados miners. Cada 4 años, la cantidad emitida se reduce a la mitad. Desde mediados del año pasado, se originan 6,25 Bitcoin cada diez minutos. Si se respeta este ritmo, la producción se agotará recién en el año 2140, cuando se alcance el tope de 21 millones de unidades en circulación y logre su fase máxima de producción.

A lo largo de estos años, muchos teóricos han reflexionado sobre qué variables influyen a la hora de la definición del precio del Bitcoin. Para empezar, por cómo está diseñado, su valor se forma sobre movimientos de oferta y demanda. Como ya sabemos, no hay una autoridad central que lo regule. De esta manera, hay dos grandes factores influyentes: la utilidad y la escasez.

En primer lugar, los bitcoins cuestan algo porque hay una comunidad de usuarios que confían en ellos como forma de almacenar valor; y hay empresas que los aceptan como forma de pago. Este grupo de individuos compró y retuvo bitcoins bajo la profunda convicción de que algún día cada unidad cotizará 1 millón de dólares, y suman cada vez más adeptos que impulsan un aumento de la demanda. Así, su utilidad crece día tras día. En segundo lugar, como se mencionó anteriormente, son bienes finitos por lo que se da una relación inversamente proporcional: al mismo tiempo que la confianza los vuelve más útiles, son también cada vez más escasos. Y esto se traduce en más valor.

Y ahora sí, ya definido cómo se forma su precio, podemos retomar el concepto de confianza que dejamos en suspenso algunos párrafos atrás. Varios economistas y especialistas han preferido definir al Bitcoin como una burbuja especulativa. ¿Pero qué es una burbuja especulativa? En términos técnicos, es un fenómeno que se caracteriza por una suba anormal, incontrolada y prolongada del precio de un activo. El proceso especulativo lleva a nuevos actores a comprar con la convicción de que podrán vender a un precio mayor en el futuro, lo que provoca un espiral de suba continua y alejada de toda base factual. El precio del activo alcanza niveles absurdamente altos hasta que la burbuja acaba estallando por el inicio de la venta masiva del activo cuando hay pocos compradores dispuestos a adquirirlo. Esto provoca una caída repentina y brusca de los precios.

La primera burbuja especulativa de la historia fue la tulipomanía. En el siglo XVII, se generó un interés excesivo por los tulipanes. En poco tiempo, su precio creció 800%. La gente vendía sus mansiones y hacía inversiones a futuro, comprando las próximas cosechas. Los bulbos ingresaron a la bolsa de valores. Sin embargo, un día cualquiera de 1637 nadie quiso comprar tulipanes. De esta manera, todos quisieron vender desesperados y los precios se derrumbaron. ¿Cómo terminó la historia? Con la quiebra de la economía holandesa.

La historia económica mundial nos regala un sinfín de otros ejemplos de estas burbujas. Entre las más conocidas, se destaca la Gran Depresión iniciada en 1929 con la caída de la Bolsa de Valores de EEUU. En aquel entonces, fue John D. Rockefeller quien supo ver que la euforia y la subida de los precios de las acciones tenía fecha de vencimiento y salió a venderlas en el tope máximo de su precio. De esta forma, se consolidó una de las fortunas más grandes de Estados Unidos y llegaron a multiplicar por 25 sus activos. El ejemplo más reciente fue la Gran Recesión que comenzó en 2008 con el colapso de la burbuja inmobiliaria en los Estados Unidos y puso en jaque a todo el sistema bancario.

Entonces, volviendo a los Bitcoins, hay quienes consideran que estamos ante un fenómeno similar. Según una encuesta, el 74% de los 200 gestores de negocios encuestados lo califican de burbuja. Lo cierto es que las criptomonedas no tienen valor en sí mismas, la gente las compra y vende porque espera que suban o bajen como lo hicieron con los tulipanes, Wall Street o el Real Estate. Esto es lo que las diferencia de cualquier otro activo, cuyo precio está dado por la capacidad de generar ganancias. De esta manera, se podría esperar un final catastrófico.

En el otro rincón, los defensores del Bitcoin aseguran que su valor está en su tecnología -en sus usos actuales y futuros-. Además, afirman que las monedas fiduciarias tampoco tienen valor al ya no existir el patrón oro. Por otra parte, consideran que el oro tampoco posee un valor intrínseco y es activo de reserva. En resumidas cuentas, creen que el Bitcoin es el Wall Street del futuro y que el riesgo de que valga cero es inexistente.

Como vimos a lo largo de esta nota, en definitiva todo es una cuestión de confianza. Los individuos van al mercado con sus recursos para intercambiarlos por un activo que pareció revolucionar la economía mundial bajo una ilusión de igualdad. Sin embargo, las grandes empresas entraron en el juego y el esquema comenzó a complejizarse. Y la mayor ‘virtud’ del Bitcoin parece convertirse en su talón de aquiles. Su falta de regulación hace que en circunstancias como esta nos hagamos una simple pregunta: ¿Quién va a responder por el sistema si el Bitcoin se desploma definitivamente? ¿Quién lo va a defender si algún día no vale nada? ¿Acaso los distintos referentes públicos que se deshacen en elogios seguirán allí? Por ahora, parece no haber otra respuesta más que la certeza de que quien invirtió en este activo tiene que estar dispuesto a obtener ganancias galácticas o por el contrario, perder todo su dinero en caso que las cosas no salgan como él espera.