La matriz fundacional del Estado argentino moderno es claramente eurocéntrica y se fue forjando en el exterminio y despojamiento de tierras a los descendientes de los habitantes más antiguos de los territorios.

Como afirma con acierto Mijaíl Bakunin, la razón de existir de todo Estado es la conquista y dominación territorial, por lo tanto la dominación y explotación de las poblaciones.

El discurso acerca de la población de la Argentina como "crisol de razas" es una falacia para encubrir el sometimiento por la violencia de nativos y migrantes.

El Estado argentino luego de las campañas exterminadoras se ensañó con los migrantes europeos rebeldes, los persiguió a tiro limpio y les aplicó leyes como la 4144 llamada de residencia.

Durante la huelga de enero de 1919 se llevó adelante una feroz represión estatal y hasta un programa contra proletarias y proletarios.

Ser anarquista, maximalista o revolucionario ha sido y lo sigue siendo un estigma que "habilita", según el discurso del poder establecido, a la represión, la cárcel y la persecución judicial.

Los últimos años así lo demuestran, el permanente asedio a las comunidades mapuches en la Patagonia, a los qom y wichí en el nordeste y el noroeste.

La desaparición forzada y posterior asesinato del militante anarquista Santiago Maldonado, el asesinato del weichafe mapuche Rafael Nahuel son hitos nefastos de la persistencia estatal capitalista.

Los discursos no pueden ocultar la realidad, patética realidad que exhibe obscenamente los hechos, la flagrante desigualdad, la injusticias y las miserias.

Carlos A. Solero