Los golpes en la puerta hicieron que me despertara sobresaltada. La cita de Tinder, desnuda y arropada en mi cama, permaneció inmutable. Me abrigué y salí al pasillo. Mi vecina lloraba desconsoladamente:Perdón nena que te despierte pero se va a morir de hambre, hay que rescatarla”. Silvana estaba en el jardín deshabitado del otro lado de la medianera y no podía volver a la casa de mi vecina. La puerta que daba a la calle estaba tapiada y un cordón de alambres de púa impedía el paso aéreo para rescatar a la gata. Mi vecina estaba dispuesta a todo para salvarla. 

Me contó el plan que había ideado la noche anterior, sin poder dormir había pasado horas con la oreja pegada a la pared de 20 centímetros de ancho, escuchando el maullido de Silvana: “Hay que romper la pared de mi living, hacer un agujero para que ella pueda volver a casa. Sí, nena, un agujero a la altura del piso”. Al oírlo me pareció descabellado pero el remordimiento me convenció de que tenía que ayudar a mi vecina: la noche anterior mientras yo estaba en cuatro recibiendo hilos de saliva entre las piernas, celebrando la noche más larga del año a puros orgamos, al lado de mi casa estaba ocurriendo una tragedia. Tenía que ser yo la que picara la pared.

Después de despertarla, le conté a mi amante muy escuetamente la situación, lejos de querer compartir conmigo la aventura comenzó a vestirse. Le dije que podíamos tomar unos mates las tres pero no quiso. Huyó mi amante, tan servicial para dar placer y con tan poca predisposición solidaria.

Con el cortafierro y la masa tardé treinta minutos en hacer un agujero por el que pudiera pasar Silvana. La vibración provocó que se cayeran algunos adornos de la pared, pero a mi vecina no le importaba nada, era capaz de demoler las casas que fueran necesarias para recuperar a su compañera. Una vez hecho el rectángulo gritó: “¡Silvana! ¡Silvana!” y Silvana pasó por el agujero recién creado como si fuera una estrella fugaz. Se metió debajo de la cama mientras su compañera de casa le acercó el plato con mucho cuidado. Silvana ya estaba en su hogar devorando el alimento, yo estaba llena de polvo, con la frustración de haber visto huir a mi amante pero emocionada por el reencuentro entre las dos compañeras.

Reparar esa pared nos iba a llevar un tiempo, yo estaba con el estómago vacío y agotada. Como solución provisoria, mi vecina me dio unas bolsas de residuos para tapar el agujero. Me agaché para tapiar el rectángulo con plástico y vi algo en el jardín abandonado: un cuerpo desnudo recostado sobre el borde de la pileta de agua verdosa, aspirando los rayos del nuevo sol en el segundo día más corto del año. Como si fuese la orilla de un río, se le acercaron tres o cuatro a lamer la conjunción entre la piel y el sol. Mientras las lenguas que se contraían y dilataban bordeando las costillas, entrelazándose como lombrices voraces bien cerquita del alimento, ella se tocaba en ese borde con el pelo mojado. Y sobre el tejado, bien abierta de piernas, con los brazos inmovilizados y la vista sedada otra esperaba. Las vi acercarse con la velocidad de un felino, zambulleron sus cabezas entre las piernas de la del tejado que, como si fuera un aliento, empañó las pieles de quienes la chupaban sin parar. 

Una teja cayó sobre el pasto mojado y allí más cuerpos, encimados. Las escenas en el jardín de orgías del otro lado de la medianera no se escuchaban. Se las veía gemir sin sonido. Tapé el rectángulo con las bolsas de plástico, como quien esconde un tesoro descubierto que todavía no sabe bien con quién compartir. Mi vecina me hacía promesas como ofrendas a mi desempeño en el rescate de Silvana pero yo las escuchaba aún muy bajito. ¿Se había abierto una línea temporal enmudecida? Le dije que iba a desayunar. A ella nada le preocupaba, estaba feliz. El sonido del mundo volvió a la normalidad recién cuando el agua de la pava comenzó a hervir, respiré aliviada y me metí en la cama a tomar mate. Sobre el suelo de la habitación había varios libros caídos de la biblioteca, seguramente por la vibración de los golpes. El olor de las sábanas me trajo a la memoria, como una ensoñación, algunas escenas de la noche anterior con mi amante. Puse la radio para corroborar que había recuperado la audición completamente y me pasé esa primera mañana de invierno fijada en la idea de agujerear la pared de mi habitación.