El verso aislado entre pausas en un poema de Una no elige cuándo caerse (Caleta Olivia), nuevo libro de la escritora y editora Vanina Colagiovanni (Buenos Aires, 1976), ilumina una clave de lectura: “suelen venir solas las palabras”. Por un lado, el trabajo de la escritura une esas palabras solitarias y da forma a una guía para moverse en paisajes complejos; estos pueden ser casas de familia, refugios en islas, terrazas enmarcadas por plantas, calles, bares o camas. Por otro, una voz registra acciones con ayuda de “los tentáculos de la percepción” y cierta perplejidad risueña: “Caminé / caminé / caminé sin parar / como si paseara la bolsa con correa / me di una vuelta al perro”. La caída a la que se hace referencia en la sentencia del título, atribuida a la sabiduría espontánea de un niño, se interpreta como una oportunidad en el recorrido que proponen los poemas. “El desvío era parte del camino”, se lee en el antológico “Un brillo entre las ramas”, donde el lenguaje poético intenta transmutarse en luz.

“Empecé a escribir estos poemas en un momento de crisis profunda, porque escribir siempre me ayudó a entenderme –cuenta la autora-. Llevo un diario desde los siete años y con intermitencias todo va a parar ahí. Venía de una etapa difícil en la que no podía leer, menos aún pensar en mi propia escritura. Iba a bares con libros, leía dos páginas y me olvidaba de que estaba leyendo, me quedaba mirando el café. Todo se desencadenó una de esas tardes en un bar con un poema que escribí de un tirón, volví a conectar con la musicalidad y con el fluir de las imágenes”. Ese poema es “Labios”, que a su vez dio inicio a un cuento incluido en el primer libro de relatos de la autora, Seamos felices acá, publicado este año por Rosa Iceberg.

Aunque en la cadencia de los poemas se redobla la estructura del libro, con dos fuerzas que van y vienen del interior hacia afuera, predomina el imán de la autorreflexividad. “La música entra sale y sale de nuestros cuerpos / somos cuevas húmedas / que resuenan al ritmo / externo”. Padres propios y ajenos (como el que asoma en el poema dedicado al poeta Osvaldo Bossi), parejas, amantes, hijos y fantasmas forman parte del elenco de este viaje en el que el punto de partida se diferencia apenas del de llegada: “Me veo del otro lado del vidrio / sentada a la mesa. / Del otro lado de mí estaba / yo”, se lee en “Atrás del ventanal” donde una mujer sueña con convertirse en Wakefield. La “lúcida y hermosa bitácora de la esforzada conquista de una misma”, como define el libro la escritora Ariadna Castellarnau en la contratapa, es la contracara del tránsito por una “órbita belicosa y oscura”. Ante este panorama, la alternativa siempre portátil que ofrece el lenguaje poético es “escenificación del caos o extensión del universo”.

“Hay una idea de deriva, de ir de liana en liana tratando de pescar algo de sentido, pero con una red, una lengua, defectuosa –dice Colagiovanni sobre Una no elige cuándo caerse-. La deriva también tiene que ver con volver y verse a una misma desde otro ángulo. En este sentido hay un salir y no volver a ser la misma. La desintegración gradual del mundo propio, y del lenguaje que da lugar a ese mundo, inaugura un abismo que abre la posibilidad de nuevos recorridos”.

Una no elige cuándo caerse

Vanina Colagiovanni

Caleta Olivia