Cuando se le pregunta por el término “covidiota” a José Luis Fernández, doctor en ciencias sociales especializado en la semiótica de las mediatizaciones, lo explica a partir de su uso en plataformas: “en las redes ya se utiliza tanto para señalar a quienes niegan la pandemia como a los que adhieren a los cuidados frente al virus”, detalla. “En las redes hay un empate, se utiliza de uno y otro lado de la grieta”, completa.

El vocablo se popularizó cuando este año la Real Academia Española lo ingresó al diccionario, junto a otras 2.500 palabras. Muchas vinculadas a la pandemia de coronavirus: coronabebes, precovid o covidioma. “Sin embargo la pandemia no tiene relato” dispara el investigador, sumido en el uso y abuso de los intercambios en una época en la que los sentidos se esparcen desde los programas de TV a las plataformas, con aplicaciones que funcionan como interfaces, zonas de frontera.

Esto analiza y describe Fernandez, en su nuevo libro Vidas mediáticas, entre lo masivo y lo individual (La Crujía, 2021). El ensayo sirve para entender la transición en la que se produce la mediatización de nuestras vidas, ante la emergencia de las plataformas y la diseminación de sentidos que esto provoca.

El sistema ya no va del emisor a los múltiples receptores del sistema de broadcasting. A Fernández le preocupa el sistema de discursos que se desplaza profusamente, y se ocupa de analizarlo “en este tiempo de postbroadcasting” donde los medios pierden importancia y las plataformas se convierten en complemento indispensable, define.

En este libro, quizá una de las obras más puntillosas y lúcidas de este campo de la comunicación en los últimos años, el investigador ofrece una reconstrucción de ese recorrido. “No está escrito el camino, estamos aprendiendo, las plataformas también, hay un elevado nivel de fracaso, mucha prueba y abandono en el proceso”. En ese contexto, la pandemia “que no tiene relato”, agrega Fernández en la entrevista con Página/12, funciona como catalizador.

La mediatización se impone hoy en la resolución cotidiana de la educación, la política, el trabajo, la vida afectiva. “Cambian los consumos culturales –añade--. Hay un mundo de disfrute de la ficción, la música, hay espectáculos teatrales con recomendaciones explicitas, en red o por algoritmos, o sea por inteligencia artificial, que ya forman parte de nuestras vidas”.

La mirada política

La mediatización es evidente. No la trama discursiva donde se tejen los intercambios. De ahí que Fernández subraye la falta de relato en torno a la pandemia: “Un relato es una sucesión de acciones y transformaciones, pero si uno sólo pone acciones, no hay relato”, sostiene. El confinamiento, explica, es una medida, no una acción transformadora.

“Hasta no estar todos vacunados, no habrá un acontecimiento –la vacunación masiva-- que modifique este devenir, ni una acción política encausada hacia nuevas transformaciones… ¡Pero seguimos con la lógica del panel!”, reclama. Se refiere al funcionamiento de los intercambios mediatizados y de posiciones fijas: “actantes –explica--, en términos de semiótica: el neoliberal economicista, el ‘k’ furioso, el peronista ortodoxo, el sociólogo especialista en encuestas. Y tienen tareas repetidas: los políticos diagnostican. Los periodistas indignados proponen políticas. Los consultores, economistas, sociólogos validan las discusiones. Eso repercute en twitter, se citan. Es postbroadcasting”. Según este enfoque “hay un tipo de programa, el panelismo, y la repercusión en plataformas”, que se contrapone al tradicional sistema de intercambios.

En la etapa anterior hubo claros ejemplos, dice Fernández. “No era tan importante lo que decía Cristina, para este análisis, sino que lo dijera en cadena nacional”, subraya. La noción del contacto directo de la política tradicional la ejercieron Chavez, Evo, Néstor, Lula, Correa. Si bien tenían presencia, la clave eran los actos transmitidos por radio y TV, eran broadcasters: un emisor para indeterminados receptores, los que los miraban por TV. Con Cristina, cada espectador se siente mirado. Cristina es broadcaster. Alberto, postbroadcaster”, sintetiza.

Desde el estudio de mediatizaciones, los intercambios políticos en la era del postbroadcasting “producen efectos derivados de la relación entre lo que se comunica y su vida en plataformas” sostiene. Sin embargo, los cambios surgen de la acción política concreta, señala. Una posibilidad en este sentido fue “la instancia de reunión Alberto Fernández, Larreta y Kicillof” durante 2020, a propósito de la pandemia.

“Esa fue una gran acción política –define--, pero ¿cómo continuaba? Por el lado de la pandemia no porque no se arma relato. Pero mientras esperamos la vacuna y negociamos aperturas tratemos temas de interés para los tres como la cuenca Matanza-Riachuelo, o el transporte del AMBA. Trabajemos en conjunto la gestión de los puertos de ciudad y provincia. Y ya que estamos armemos con Río Negro, Santiago del Estero y Córdoba un esquema de cuencas hídricas limpias, para lago San Roque, las Termas y el Nahuel Huapi que están contaminados. ¡Cambió el país!”, sostiene.

Algoritmos y vida cotidiana

Los canales de noticias hoy logran “como máximo, 2,5 puntos de rating –señala--, menos del 10 por ciento de la población que tiene televisión: nadie”, ironiza. De ese porcentaje solo usa twitter un 20% “que además es una opción seis veces más chica que Facebook, y solo el 20 o el 30 por ciento de los twitteros, twittea” agrega. Cada 100 de esos posteos, 20 se vinculan a la política en tonos de odio y alta polémica, afirma, y completa: “esto implica muy poca gestión, pero altísima repercusión”.

El libro propone un camino inverso: ir de lo micro a lo macro. “Lo micro es el sistema de intercambios discursivos”, sostiene. Se expone el mecanismo de construcción de las mediatizaciones que permite explicar el intercambio discursivo que lo justifica. “A la época le falta un análisis de la microcirculación, desde la microsociología, para poder ver lo que pasa en los rincones de las mediatizaciones” expone.

Como ejemplo, señala: “nadie sabía que los jóvenes, en cuarentena, aunque estuvieran todo el tiempo conectados, extrañaban encontrarse en la plaza con amigos. Pensaban que era el sector de la población que mejor la pasaba. Y no, son capaces de arriesgar la vida por encontrarse entre ellos”, se refiere a las fiestas clandestinas. Y extiende la observación a la conexión entre nietos y abuelos: “se estableció un vínculo, que los de edad intermedia no registraron: el abuelo saca fotos en el celular y el nieto la sube a Facebook”. Los micro fenómenos definen tendencias. Se complejizan. Y deben recibir una mirada compleja desde lo micro y en relación al contexto, enfatiza.

Para dar inicio a su nueva investigación, Fernández elige “el caso Nisman”. En rigor, la miniserie sobre el caso. “Es la emisión del documental, en una cadena cuyo fuerte es la ficción (Netflix, en 2020) lo que genera un movimiento en paneles y en twiter, como si el caso fuera reciente”, puntualiza. Algo similar ocurrió con Carmel –sobre el Caso Belsunce--, expone. “También con la serie sobre Luis Miguel, que incorporó al policial por el caso de la desaparición de su mamá”, detalla.

El libro busca aportar a un vacío de conocimiento sobre lo micro, que, en tiempos de pandemia, se expanden. Crece lo intersticial, las zonas de frontera toman la escena. “Más gente da clases en plataforma, el streming musical y de ficción, que crecían, aumentan. La gente muestra sus partes íntimas en las plataformas, o muestra comidas”, añade. “¿Cómo puede ser que el teatro que todos decíamos era ‘pura presencialidad’, hoy sea virtual, y haya un público que quiere esa virtualidad?”, se pregunta.

Una transformación interesante, comparte el investigador, en torno a lo virtual, es la del sistema educativo. Las clases no presenciales, no se dan en las plataformas educativas, aunque las instituciones la promuevan. “Mi catedra funciona en la plataforma de la universidad (UBA), pero hacemos videos que subimos a YouTube y hacemos reuniones sincrónicas donde nos hacen preguntas sobre ese video, y los intercambios crecen hacia Facebook o mails, hay una expansión hacia múltiples plataformas”.

“Estamos con tal nivel de uso, que el uso general de los recursos encuentra fórmulas innovadoras, y van a pasar más cosas", vaticina. “Todavía no sabemos cuáles” advierte. Pero acierta: “Hay mucha vida social en las plataformas que no está incluida en la teoría de los medios, y tendrá que ser analizada para dar cuenta del sistema de intercambios discursivos al que nos estamos dirigiendo”