Este martes se cumplen 35 años de la histórica gesta de la Selección en México '86, una de las más luminosas de la historia del deporte argentino propiamente dicho, en la medida que reunió una gama de matices virtuosos cuya suprema expresión, Diego Armando Maradona, se corresponde con la impronta que sólo pudo haber sellado el guionista más ingenioso.

Fue el gran Mundial del "10", por supuesto, pero también fue el gran Mundial de Carlos Salvador Bilardo y de unos cuantos jugadores capitales para apuntalar la estrategia y facilitar el sublime despliegue del genio en su salsa.

Y fue, por cierto, un camino repleto de obstáculos, con muchas críticas de un sector de la prensa especializada que convirtieron a Bilardo en un denostado entrenador con, supuestamente, los días contados. Nada más alejado de lo que vendría.

El rendimiento de la Selección, ciertamente, no había ayudado a disipar los fantasmas: fueron años de experimentación tras el fiasco de España '82 que derivó en una clasificación descolorida, sufrida y agónica. De hecho, tres de los principales protagonistas del partido con Perú en el Monumental que clasificó a la Selección a la cita mundialista no jugaron en México: Ubaldo Matildo Fillol con un par de atajadas clave y Ricardo Gareca, el autor del 2-2.

Otro que faltó, aunque estuvo, fue Daniel Passarella, con su presencia en el plantel y su ausencia en las canchas. Su situación permanece en el revoltijo del cajón donde conviven las anécdotas y las leyendas y, según parece, ahí quedará por siempre jamás.

Lo mismo da: en todo caso, Passarella tendrá el privilegio de constar en los dos planteles argentinos ganadores de la Copa del Mundo, y José Luis Brown, el "Tata", su reemplazante, que en 2019 partió al infinito cósmico, de haber representado una verdadera gema del héroe accidental.

Podría decirse que partido a partido se cumplió el apotegma de que todo buen equipo se arma de atrás para adelante. De la formación del debut con Corea del Sur salió para siempre Néstor Clausen, después del segundo partido, con Italia, quedó al margen Claudio Borghi, a la vez que perdió terreno Oscar Garré e incluso Pedro Pablo Pasculli aun cuando en octavos de final anotó el gol decisivo con Uruguay.

El embudo defensivo, un gran Sergio Batista como número 5 de manual, Ricardo Giusti en la solidaria contribución del amigo de todos, el ida y vuelta de José Luis Cucciufo y Julio Olarticoechea en el bilardiano rol de "laterales volantes" y el dinamismo de un sorprendente Héctor Enrique (el último llegado a la fiesta de la convocatoria) expandieron una solidez colectiva que hubiera resultado insuficiente sin altas dosis de dos miembros del Club de la Ductilidad y del Gran Hacedor.

Por saber: el desmarque fecundo de Jorge Valdano (siempre bien perfilado, presto a tocar, descargar y llegar al área a la hora señalada) y la generosa caja de herramientas de Jorge Burruchaga, que se inició como 4, siguió como 5, alternó como 8 y por aquellos días ya era un todo campista pleno: hacía de todo un poco y todo bien.

En el arco Nery Pumpido, lejos del perfil del arquero gana partidos y cómodo en la ropa de quien es capaz de estrechar al máximo el margen de error y brindar seguridad a sus compañeros.

Y Maradona, tomando las cosas donde las dejaba la solvencia colectiva y ofrendando las mejores respuestas a las preguntas imposibles de responder incluso por grandes futbolistas.

La Selección se recibió de equipo con Uruguay y de aspirante al título con Inglaterra, de la mano "de Dios", con "la jugada de todos los tiempos" y un fútbol espectacular. Entretanto, los planetas se alinearon: eliminado Inglaterra, la llave propia se despejó y de la otra se encargó la Francia de Platini para dejar en el camino a Italia y Brasil y caer sólo con las locomotoras alemanas.

A Bélgica se le había ganado sin apremios, en buena medida por el descomunal envión de un duelo de cuartos de final con aureola de una copa en sí misma y, claro, gracias a un Maradona nuevamente mítico.

Finalmente, hace exactamente 35 años, fue el turno de la conquista ante nada menos que un gigante del fútbol como Alemania. En el estadio Azteca, Brown y Valdano se inscribieron en la lista exclusiva de goleadores en finales, y más tarde lo hizo el Burru tras magistral asistencia de Diego, para acallar la remontada germana encabezada por Rummenigge y Völler.

Fue el Mundial de Argentina, el de Bilardo, el del nucazo de Olarticoechea, el de Maradona que, puesto en la máquina de la aritmética retrospectiva, tocó 62 pelotas por partido, recibió un promedio de 7,4 infracciones, buscó el arco rival 49 veces, hizo cinco goles y sirvió a Burruchaga la corrida última, definitiva y gloriosa.