El chileno Pablo Larraín se convirtió en la envidia de millones cuando vio con sus propios ojos lo que muy pocos: el día a día de Stephen King en su casa, el búnker creativo desde donde salieron decenas de best sellers que cambiaron la cultura universal de los últimos cincuenta años. La visita del director a la ciudad de Maine se produjo luego de su confirmación como encargado de timonear los destinos de Lisey’s Story, la serie basada en el libro homónimo publicado en 2006 y catalogado rápidamente como una de una de las obras más personales del autor de Carrie, It, Misery, El resplandor y Cementerio de animales, entre otros textos llevados a la pantalla chica y/o grande. Que King se negara a ceder los derechos con miras a encargarse él mismo de la adaptación –algo que no ocurría desde la versión en formato miniserie de El resplandor de 1997– valida que lo autobiográfico ocupa un rol fundamental en esta serie cuyos ocho capítulos llegan a la plataforma Apple TV+ todos los viernes, a razón de uno por semana.

Producida, entre otros, por el propio Larraín y la empresa Bad Robot, propiedad de su colega J.J. Abrams, la serie está centrada en las angustias de Lisey (Juliane Moore), la viuda del afamado novelista Scott Landon (Clive Owen), que debe lidiar tanto con los fanáticos de su marido como con el duelo por una pérdida traumática y las particularidades de un mundo alternativo, llamado Boo'ya Moon, que él (se) construyó a lo largo de su obra. Un camino nada sencillo para ella, en tanto indagar en pliegues creativos ajenos implica descubrir las complejidades de una mente atormentada, con una pata en la realidad y otra en la fantasía. Una tensión muy distinta a la que percibió el director deTony Manero (2008), No (2012), Neruda (2016) y Jackie (2016) durante sus días en Maine. “Si bien King es un cinéfilo muy potente, un lector de fuste y un tipo cultísimo, actúa, piensa y se comporta como un norteamericano más bien común y corriente. En esa mezcla se produce este proceso por el cual termina construyendo y reconstruyéndose a sí mismo todo el tiempo”, cuenta durante la entrevista exclusiva con Página/12.
La llegada de Larraín al proyecto se dio por una recomendación de Moore a los ejecutivos de Apple. Una vez contratado, y luego de leer la novela y el guion, intercambió varios mails con King, hasta que le propuso compartir techo para afinar la letra chica de los diálogos y establecer los parámetros estéticos de un relato con huellas indisimulables del vasto ideario del autor: “Él está asociado al terror, la fantasía y lo psicológico, pero también hizo cosas muy realistas, como novelas de aventuras de adolescentes o dramas carcelarios. Antes de ir me preguntaba cómo hacía ese señor para ser tan universal. Pero al llegar no hubo una respuesta clara. Recién después de un tiempo me di cuenta de que lo importante es que él es el primer lector o espectador de sus trabajos. King se cocina a sí mismo, y esa es la clave de su éxito como chef. Se pone en crisis, en fricción con los materiales que escribe, y siempre se pregunta cómo actuaría frente a lo que está pasando”, analiza.
-¿Desde tu lugar de director lo consultabas?
-Fue una relación muy cercana porque yo le iba mostrando cómo avanzábamos en los aspectos visuales. Los cambios más chicos los hacía yo, pero los que tenían una incidencia más relevante los consultaba con él. Este libro es muy relevante y muy personal, a la vez que una suerte de ajuste de cuentas histórico con su propia biografía y con la relación con su mujer. Acá viene a decirse a sí mismo, y a todos, que sin ella probablemente no hubiera sido el escritor que es. Lo más difícil de mi trabajo fue oficiar como intérprete de esta historia tan privada, poniéndola en pantalla con todos los cuidados que correspondían y prestando mucha atención a no sobrepasar los límites de cierta intimidad. Nunca intenté tomar un camino propio porque no tenía sentido y, además, me parecía fascinante conversar con Stephen, que siempre estuvo muy cerca. Como todos los genios, es un tipo muy gracioso. Un tipo inteligente, brillante y muy agudo.
-¿Saber que era un libro muy especial para King generó una responsabilidad extra?
-Fue normal para mí. Lo verdaderamente nuevo, lo que no había hecho antes, fue involucrarme con lo fantástico. Los guiones y las novelas son documentos distintos, por lo que la adaptación se prestaba para muchas interpretaciones posibles. En un momento propuse que Lisey dudara por más tiempo sobre los elementos fantásticos y que el desenlace volviera a poner en duda esa mirada. Quería que algunos espectadores pudieran pensar que todo había sido imaginado por ella. Cuando se lo dije, me puso la mano en el hombro y me dijo que no, que tenía que creer en todo eso como lo hacía Lisey. La idea era que yo fuera a su mundo y no él al mío. Fue bastante liberador porque, en verdad, con los elementos fantásticos pueden encontrarse soluciones dramáticas muy interesantes.
- ¿En qué sentido?
Cuando entendí que ese mundo fantasioso, Boo'ya Moon, es un lugar donde se produce la sanación y el horror al mismo tiempo, me di cuenta de que requería de un buen imaginario para resolverlo. Muchos escritores más "serios" o fanfarrones suelen castigar a King calificándolo como un artista grueso. Pero ahí te das cuenta que hay algo muy sofisticado y profundo proveniente de una mente con una capacidad literaria y de abstracción muy alta.
-Más allá de lo fantástico, no deja de ser la historia de una mujer atravesando un duelo traumático a raíz de una muerte inesperada. Es inevitable pensar en Jackie, la película sobre los días posteriores al crimen de JFK narrada desde el punto de vista de su esposa. ¿Te ayudó esa experiencia para encarar esta serie?
-Me ayudó a entender que el tránsito del trauma y el dolor está hecho a partir de la memoria. Tanto Jackie como Lisey's Story están hechas a partir de fragmentos. Y en los dos casos sucede algo muy desafiante en términos audiovisuales, y es que cuando hay memoria, cuando hay un recuerdo al que vamos desde el presente, es difícil representar el viaje hacia un segundo recuerdo porque implicaría construir un tercer anillo temporal. Esta es una historia de dolor, el réquiem de una mujer que necesita reordenarse a partir de la memoria para reconstruir lo que pasó y seguir viviendo con cierta paz. Pero esos recuerdos son siempre de carácter emocional, por lo que no tienen solo un valor narrativo por el cual se los ordena y se entienden ciertas cosas. Hay en ellos un valor emotivo que hace que los personajes se comprendan a sí mismos. Me parecía interesante esa idea de fragmento, esa especie de rompecabezas con una narración muy laberíntica.
-La serie aborda los orígenes de la creatividad y lo difícil de los procesos creativos. ¿Como artista te tocó alguna fibra interna?
-Siempre me ha llamado la atención cómo funcionan los escritores y los músicos. Ellos trabajan en espacios abstractos y son capaces de crear cosas muy complejas en total soledad. Me parece fascinante pensar cómo hace un escritor para sentarse y escribir 600 o 700 páginas de una historia compleja y profunda en un corto periodo. Hay algo en común entre la dirección y la escritura, y es que las costuras de una historia necesitan ciertas reglas que son difíciles de establecer. Si bien uno tiene que poner en crisis el sentido y estar siempre buscando una narrativa ambigua donde la duda pueda apoderarse del relato, hay algo que necesita poder ser entendido. Esa problemática la tiene Scott, pero lo interesante es que no lo entendemos a través de él sino de ella. Lisey es su primera lectora y editora, entonces no es una aproximación a través de la fuente en sí misma, sino del espejo de esa fuente. Hay un momento de la serie donde Scott muestra un artículo de diario que cuenta la historia de un perro que se perdió y apareció dos años después a miles de kilómetros. Él dice que no podría incluir algo así en un libro porque nadie lo creería, porque la realidad corre como un conejo y los escritores deben estar muy conscientes de las coincidencias, de los absurdos y el verosímil.
-Uno de los puntos altos de la serie son los climas construidos junto al director de fotografía Darius Khondji, que ya había trabajado David Fincher, James Gray, Michael Haneke, Woody Allen y Alan Parker. ¿Hubo alguna referencia visual?
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Fue un trabajo largo que hicimos con Darius y Guy Dyas , el director de arte. Darius es un tipo brillante, muy generoso, y para mí fue ir a la mejor escuela de fotografía durante los siete meses que estuvimos filmando. Si bien ellos habían trabajado en torno a la fantasía antes, a ninguno le había tocado meterse con un material de Stephen King. Queríamos una estética que nos permitiera conectar con lo que estaba escrito y que tuviera algún asidero. Una de las cosas que le propuse a Stephen fue incluir la escena del agua, y ahí entendimos que teníamos trabajar ese mundo de fantasía desde una perspectiva naturalista, en el sentido de que la naturaleza tenía que ser preponderante. Nos dimos cuenta que no había nada más elegante y sofisticado que la naturaleza, así que lo que hicimos fue replicar espacios que existen en la realidad. Con esa idea creamos ese bosque que, si bien está en la superficie, tiene la estética de algo que existe bajo el agua. Ahí fue muy importante Darius, que tiene una varita mágica y al que no por nada le dicen "El príncipe de la oscuridad".