La ciudad de Rosario no tiene acta fundacional; las páginas oficiales cuentan su origen como un proceso de formación espontánea. Sin embargo, esa es una de las versiones: la que triunfó. La otra versión es la que escribió el poeta, dramaturgo y periodista Fausto Hernández (Rosario, 1897‑1959) en dos libros caídos en el olvido: Biografía de Rosario (1939) y El mito Francisco de Godoy (1958). Este año, Baltasara Editora los publicó juntos en un solo volumen, con un prólogo donde Osvaldo Aguirre estudia sus fuentes e introduce la polémica que el primero generó y a la cual el segundo responde, sin eludir los ribetes ideológicos y de clase de aquella discusión.

Según una publicación de 1802 por Pedro Tuella, hacia 1725 el español Francisco de Godoy condujo a un grupo de calchaquíes hasta el territorio de lo que hoy es el este de la ciudad, para protegerlos de los guaycurúes. "No consta en forma alguna que Don Francisco de Godoy fundara la ciudad, pero no es justo negarle una gloria que bien merece", escribe Hernández (foto) en Biografía de Rosario. El mismo admite en ambas obras que está hablando de una fundación mítica, sin sustento en documentos sino en una tradición oral de la cual tampoco hay registro.

Esta reedición permitirá relativizar el otro mito fundacional, que le cede el protagonismo a la inmigración italiana y española, como si no hubieran existido etnias previas. ¿Fue el rigor historiográfico o el escozor racista y clasista ante este origen narrado como un desplazamiento de indios lo que irritó a los reseñadores en 1939?

Biografía de Rosario es menos y es más que un libro de historia. Inventa su propio género, ya desde el título. Constituye una reflexión existencial y poética sobre el habitar cierto lugar en el mundo. El autor intenta explicar (desde el paisaje, la geografía, el desarrollo económico y el papel de Rosario en la historia nacional) una vivencia singular: la de existir de cara a un río inmenso y de espaldas a la pampa, en una ciudad que impresionaba a locales y visitantes como un ámbito puramente prosaico, mercantil, terrestre, carente de alma.

En este sentido, corresponde situarlo en un lugar de rareza y honor junto con otro ensayo más influyente por otro autor de la región: Radiografía de la pampa (1937), de Ezequiel Martínez Estrada.

Relatos sobre las guerras locales, los nombres anteriores de las calles, los horarios del farol público, la impuntualidad de los asistentes a la primera función teatral, enriquecen la experiencia del presente con un espesor temporal necesario para la identidad local. Quizás el insistir demasiado en una visión idealizada de la Rosario aldeana, hacendoso caserío de nueve manzanas que duró un largo siglo inmóvil (los precios se mantuvieron estables entre 1724 y 1824), le mella un poco de filo filosófico a este primer libro de la serie.

En el segundo, se desarrolla la idea del "mito" como tradición oral creadora de identidad colectiva, opuesto a "leyenda" como pura invención. También se profundiza la investigación sobre cierta imagen de la Virgen del Rosario ("Virgen fundadora", según el himno católico) y se citan registros parroquiales sobre la población afroamericana y aborigen.