El 4 de julio de 1976, siguiendo órdenes de la dictadura militar, un “grupo de tareas” ingresó en la madrugada a la parroquia de San Patricio, en el barrio de Villa Urquiza, Buenos Aires, y masacró a balazos mientras dormían a los sacerdotes católicos Alfredo Leaden, Alfredo Kelly y Pedro Duffau y a los seminaristas Salvador Barbeito y Emilio Barletti, todos ellos pertenecientes a la comunidad religiosa de los palotinos. En la escena del crimen quedaron ordenados los cuerpos a modo de exhibición y escarmiento y el lugar fue pintado con leyendas que aludían al trabajo social de los religiosos y a la orientación política e ideológica que sirvió de argumento a los criminales para ejecutarlos. Entre las pintadas dejadas por los agresores se podía leer “estos zurdos murieron por ser adoctrinadores de mentes vírgenes y son MSTM (Movimiento de Sacerdotes para el Tercer Mundo)”.

Las investigaciones realizadas en los años posteriores permitieron establecer que las ejecuciones se hicieron utilizando armas con silenciador y existen testimonios que indican que hubo una "zona liberada", libre de control policial, para que los atacantes actuaran con impunidad.

Hoy, 45 años después, pese al reconocimiento del asesinato hecho incluso por el exdictador Jorge Rafael Videla, el poder judicial aún no ha fallado en la causa y la propia congregación palotina sigue actuando como querellante pidiendo que se esclarezcan los hechos y se haga justicia.

En una conferencia de prensa brindada ahora por las autoridades de la congregación palotina a la que pertenecían las víctimas y al recordarse un nueva aniversario de la masacre, el sacerdote Francisco Chirichella, vicepostulador de la causa de canonización, señaló que "las causas judiciales y la canónica no han tenido avances significativos en estos últimos años". Del encuentro celebrado para recordar la memoria de las víctimas participaron también Rolando Savino, primer testigo de la masacre; Santiago Barassi, miembro de la comunidad de jóvenes laicos palotinos y el sacerdote Juan Sebastián Velasco, postulador de la causa eclesiática.

En el 2001, el entonces arzobispo de Buenos Aires, Jorge Bergoglio, dio por cierto el hecho de la muerte martirial de los religiosos e impulsó la iniciación de la causa eclesiástica (canónica) para reconocer la santidad de quienes fueron asesinados.

Para dar testimonio de que Alfredo Kelly sabía que estaba en peligro, en la conferencia de prensa se trajo a colación un texto que el sacerdote escribió en su diario personal el 1 de julio de 1976. Allí el cura consignó lo siguiente: "Entrego mi vida, vivo o muerto, al Señor. Me siento feliz de una manera indescriptible. Ojalá que esto sea leído. Servirá para que otros descubran la riqueza del amor de Cristo y se comprometan con él y sus hermanos. No pertenezco ya a mí mismo porque he descubierto a quien estoy obligado a pertenecer".

En 2001, y en oportunidad de un nuevo aniversario de los asesinatos, Bergoglio había dado su propio testimonio sobre Kelly, de quien fuera compañero en el seminario. "Yo soy testigo porque lo acompañé en la dirección espiritual y en la confesión hasta su muerte de lo que era la vida de Alfie Kelly. Solo pensaba en Dios y lo nombro a él porque soy testigo de su corazón. Y en él a todos los demás", dijo entonces el hoy papa Francisco.

En la conferencia de prensa celebrada ahora y en su condición de promotor del proceso eclesiástico a favor del reconocimiento martirial de las víctimas Velasco dijo que "estuvimos trabajando muy fuerte en la causa hasta antes de la pandemia, pero esta pandemia, como a muchas cosas, nos puso en un paréntesis”. Y reiteró que “en la comunidad estamos convencidos de un hecho martirial porque hay derramamiento de sangre”.

[email protected]