“Jamás tuve esto. Jamás tuve, primero y principal, un trabajo digno”, dice Karen Onzari, mujer trans que trabaja desde el 2 de junio en la Fábrica Militar de Fray Luis Beltrán. Su incorporación en cumplimiento del decreto presidencial del cupo laboral travesti trans le provoca emoción, y el recuerdo de sus compañeras que ya no están. Se considera una sobreviviente. Giuliana Lescano cambió su vida en un mes: con el primer sueldo planifica mudarse a una casa cerca de la planta del cordón industrial donde, como todes sus compañeres, cumple horarios rotativos: de 6 a 14 y de 14 a 22. Se define como mujer transgénero y ya convirtió a varias de sus compañeras de trabajo en amigas. Celina García es una mujer cis y vive a cinco cuadras del lugar de trabajo. Ingresó en 2014, se certificó en la confección de chalecos multiamenazas y fue una de las despedidas por el gobierno de Mauricio Macri. En enero de este año perdió a su esposo, que murió de covid-19. Tiene una nena de 6 años. Se le quiebra la voz cuando cuenta que la reincorporación, en mayo, le permite iniciar una nueva vida. “El trabajo es el gran ordenador social”, dijo el ministro de Defensa Agustín Rossi en el acto que se realizó el viernes en el predio, donde anunciaron el aumento del 1300 por ciento en la producción de chalecos desde 2019, y un 300 por ciento en la de municiones.

Fueron 48 las personas reincorporadas y 2 incorporadas ante el incremento de la producción. En la Fábrica de Fray Luis Beltrán trabajan 298 fabriquerxs, 244 varones y 52 mujeres, además de 2 personas trans.

Karen

Karen Onzari llora. Se seca las lágrimas para que no mojen el barbijo con el logo FM. Está en primera fila en el acto y cuando escucha al ministro, le brotan las lágrimas. El 2 de julio se cumple un mes desde que, con el apoyo de ATE Rosario, ingresó a su primer trabajo formal, a los 45 años. Karen es una mujer trans, comenzó su transición a los 15 años y desde ese momento, la echaron de la escuela secundaria y de su casa. “Mamá aceptaba pero papá no”, cuenta después, en la sala donde ahora trabaja confeccionando chalecos multiamenazas. Allí recuerda también que pasó muchos cumpleaños de su mamá, domingos y día de la madre presa, en los calabozos de la entonces seccional 4°, en La Paz al 400, adonde las confinaban 30, 60 y 90 días por orden de los jueces de Faltas. “Esa emoción es porque después de tanto dolor, de tanto sufrimiento que vivimos, de la represión policial, que hoy un ministro del poder nos reconozca a nosotras como trabajadoras dentro de esta empresa que es tan importante...”, empieza a decir. Está entusiasmada: después de un mes de levantarse -cuando le toca el turno matutino-, a las 3 de la mañana, hoy cobrará su primer sueldo.

“Mi transición empezó a partir de los 15 años. Cuando en la escuela empezaron a descubrir mi género, fui expulsada del secundario y bueno, ahora gracias a todo el esfuerzo y lucha colectiva y también del aporte del Estado nos dieron la oportunidad de volver a ingresar y terminar con lo que uno había empezado, con los estudios y las capacitaciones para un cupo laboral digno”, relata su historia con entusiasmo, una vez que termina el acto.

La expulsión de la escuela fue el primer paso de la segregación. “La llamaron a mi mamá, me mandaron una nota para que les diera a mis padres. Yo se las llevé, porque nunca les oculté nada. Para ingresar a la escuela tenía que ir con ella. Cuando fuimos a la dirección, la directora le dijo que yo ya no podía ingresar más porque tenía actividad física y yo no quería hacer el deporte masculino, no me sentía cómoda con ese deporte”, cuenta lo ocurrido en 1998.

La transición hacia su identidad de género significó muchos despojos. “Ahí quedé sin escuela, sin nada. La pelea fue con mi papá, porque mamá aceptaba, papá no. Y bueno, tuve que irme de mi casa con tan solo 15 años, ahí conocí lo que es el mundo trans como decimos nosotras y conocí a unas amigas gracias a dios y a la vida que me puso gente buena en el camino. Con ellas pude conocer lo que es el trabajo sexual de noche. Fue muy duro, te imaginás que yo con 15 años no había tenido ningún contacto físico con mi mismo género, así que yo empecé nueva”, cuenta sin necesidad de subrayar que, para la población trans, las posibilidades laborales eran inexistentes. “Estuve trabajando hasta los 40 años. yo viví la época de la represión policial, cuando existía Moralidad Pública. Nos llevaban ahí al segundo piso, desde ahí nos trasladaban a la seccional 4°, que era la comisaría para solamente chicas trans. La jueza que en esa época estaba era la doctora Liliana Puccio y también había un juez. Si te condenaban te daban 30, 60, 90 días y lo cumplías”, sigue.

Esos encierros compulsivos marcaron lo que debió ser “la mejor etapa” de su vida. “Te tocaba la condena que te daban ellos, y ahí pasaban, a veces te comías tu cumpleaños, las fechas festivas como por ejemplo la Navidad, el Día de la Madre”, y se le quiebra la voz al pensar que el próximo domingo podrá festejar el cumpleaños de su mamá, por primera vez, con un trabajo digno.

Giuliana

A Giuliana Lescano la vida le cambió en un mes. Desde el 2 de junio cumple horario rotativo en Fray Luis Beltrán. Los días que trabaja de 6 a 14, se levanta a las 4, se toma dos colectivos desde Corrientes al 3000, en Rosario y llega a tiempo para confeccionar los chalecos. Con su primer sueldo, y la ayuda de las nuevas amigas -sus compañeras de trabajo de la fábrica- se mudará cerca de su lugar de trabajo, junto con sus cinco perros y sus dos gatos, que considera “los hijos” que le dio la vida. “Me dediqué a rescatar animales de la calle, entonces tengo todos los que puedo tener en casa realmente para que no me eche el dueño de la casa” donde vive actualmente.

Giuliana creció en el barrio San Agustín de la ciudad de Santa Fe. Vivían muchos en un ranchito de chapa. “Pasé muchas más carencias de las que cualquier ser humano se puede imaginar, yo conocí lo que es la pobreza extrema durante muchos años en mi vida, muchos años, al extremo de nunca tener un televisor, nunca acceder a una información, así que mi transición fue a los 30 años, cuando me mudé acá a Rosario”, cuenta.

Entonces, hace 17 años, una decisión drástica la encontró con su verdadera identidad. “Me vine a los 30. Esa es una historia muy loca que tengo, estoy escribiendo un libro y cuando salga mi libro van a poder conocerla. Estuve en pareja seis años, fue la única pareja que tuve en toda mi vida y cuando me separé entré en un pozo depresivo muy grande, me dolió mucho, sufrí muchísimo la separación. Entonces para escapar de ese dolor y no cometer cualquier locura que mi familia no se la merece, porque amo a mi familia y la respeté siempre como ellos lo hicieron, vine a Rosario para escapar de esa depresión”, relata el momento de quiebre.

Fue en Rosario donde pudo imaginarse un futuro tal como lo quería. “Conocí y me hice amiga por primera vez en mi vida de una mujer transgénero. El barrio en el que yo viví, como te dije, era muy violento y las personas como yo terminaban muertas. Yo tuve la suerte de no terminar igual porque tuve la suerte de nacer en una familia grande, que me protegió siempre, entonces pude salir viva de ahí, pero las personas del colectivo trans terminaban muertas en ese barrio”, sigue el relato. Rosario fue también la ciudad donde se construyó. “Si bien siempre supe que era una mujer transgénero, mi amiga me dotó de información que me fue muy útil y así comencé mi proceso de adecuar mi cuerpo a cómo debió ser siempre”.

Para Giuliana, formar parte de un acto como el ocurrido el viernes pasado fue inédito. “Nunca participé personalmente. Lo había visto siempre desde la televisión, entonces hasta en eso me siento incluida porque fui parte, fui parte de un acto tan lindo, me emocionaron mucho las palabras del señor ministro Agustín Rossi, mencionando todo lo maligno del gobierno anterior, siendo que una persona como yo lo vivió y lo sufrió”, consideró.

A sus 47 años, tuvo trabajos, pero no duró “demasiado”. “La persona transgénero no tiene las oportunidades”, plantea. Por eso, el primer día de trabajo fue “emocionante”. “Tenía nervios, miedos internos de no servir para el trabajo, de sentirme capaz. Sé que lo sabía hacer, pero también quería cumplir las expectativas de los jefes, de los supervisores, rápido. Entonces, gracias a dios se dio, me relajé, vi un ambiente laboral muy sano, muy lindo, muy limpio, gente muy accesible, así que me dieron la oportunidad de relajarme, soltarme y demostrar mis capacidades. Lo logré en una semana”, relata su inserción en un trabajo donde ya tiene amigas.

Celina

Celina volvió a trabajar el 12 de mayo. “Ingresé a Fabricaciones Militares en 2014, durante la gestión de la doctora Cristina de Kirchner, ahí se generaron fuentes de trabajo, ingresamos muchos trabajadores y trabajadoras, y en 2018, con la nefasta gestión de Mauricio Macri nos dejaron a muchos en la calle. Yo ingresé a la planta de chalecos multiamenazas, donde me certifiqué, estoy certificada para hacer chalecos y en 2018 tuve la mala suerte, entre comillas, de ser parte de los varios despidos que hizo Mauricio Macri”, dice Celina en una charla en la que más de una vez se le escapan las lágrimas.

“Mi situación es muy particular porque en enero de este año yo perdí a mi esposo por el covid, y estoy sola con una nenita de 6 años, pero muy contenta porque esto me cambió la perspectiva de la vida. Estoy muy contenta, más allá del dolor, de la pérdida de mi marido, de mi compañero de vida”, cuenta sobre la muerte de David, de 41 años. Ella tiene 40.

Sobre su vida cotidiana, la reincorporación significó una nueva perspectiva. “Vivo acá, a cinco cuadras de la fábrica. A nosotras nos cambió totalmente. Yo estaba sin trabajo, teníamos un comercio con mi marido que tuve que cerrar porque no pude seguir sola y me quedé sin nada, estoy actualmente viviendo con mi abuela porque alquilábamos en su momento y como mi marido falleció, obviamente se me complicó todo. Y esto me cambió la perspectiva de la vida para mi hija y para mí porque gracias a dios tengo sustento para ella y para empezar una vida nueva”, cuenta. Sobre la lucha de 2018, la recuerda como “muy dura”. “Estuvimos en una carpa afuera de la fábrica, hicimos una olla popular, mucha gente nos ayudó. Un día nos sacaron con la Gendarmería, como si fuéramos ladrones. Y no éramos ni más ni menos que trabajadores que estábamos cumpliendo con el trabajo”, relata.

Perspectiva de género

 

La revitalización de Fabricaciones Militares, que este año cumple 80 años, fue encomendada por Rossi al director Iván Durigón. El 4 de marzo se creó la Secretaría de Género, a cargo de Gina Chiavarino. 

“Cuando ingresamos a la gestión estaba el proyecto de la ley de cupo laboral trans y ya había un decreto presidencial. Lo primero que dijimos fue que íbamos a avanzar con el cupo laboral trans, desde el día cero lo pensamos y para eso hicimos un trabajo previo en la fábrica, porque es una fábrica de una trascendencia fabril muy fuerte y muy masculina, con una dotación de trabajadores hombres muy grande”, relató la funcionaria, quien destacó que su secretaría se propone promover derechos y transformar. Antes del cupo laboral travesti-trans, impulsaron por primera vez a una mujer como supervisora en la fábrica de chalecos, donde hay operarias mujeres. El protocolo de actuación ante situaciones de violencia por motivos de género ya está preparado, a la firma del directorio y también trabajan sobre las masculinidades. Una de las medidas que impulsan es la ampliación de la licencia por paternidad en el convenio colectivo de trabajo. Sobre la incorporación de Karen y Giuliana, Gina subraya: “A mí me hacen ruido en la cabeza dos palabras, independientemente de cualquier discusión, que son reparar e incluir. Y así lo sentí cuando hablé por primera vez con Giuliana, que me dijo ‘cuánto nos deben, cuántas vacaciones pagas nos deben, cuántos aguinaldos nos deben’. Y bueno, yo creo que el Estado, a través de sus políticas públicas, el Estado viene a reparar e incluir”.