Al negarse a pensar los hechos autóctonos como un apóstrofe de los acontecimientos universales, Horacio González nos regaló una obra plagada de originalidad, que refleja la singularidad de nuestra historia y la búsqueda de una tradición nacional del pensamiento. El periodismo como profesión (que él mismo ejerció) y como género del discurso fue pensado por él en reiteradas ocasiones pero acaba por volcar las conclusiones parciales de una genealogía glocal en un libro titulado “Historia conjetural del periodismo” (Colihue, 2013). En una bajada con reminiscencias ricoteras y en la que habitan variadas paradojas Horacio agrega “leyendo el diario de ayer”: además de la evidente contradicción entre el contenido de una publicación periodística y el paso del tiempo (“no hay nada más viejo que el diario de ayer” se suele decir), en los orígenes de la autonomización del periodismo de otras formas literarias él encuentra la condena pero también la reivindicación de un oficio que tuvo sus momentos trascendentes.

González afirma que no hay periódicos sin ilustración porque la “idea de la lectura como acto civil y compartido es paralelo a la fe en la razón” y por el Río de la Plata el jacobinismo y el periodismo están representados por la misma persona: Mariano Moreno. Aunque también filia en este linaje a la poesía gauchesca, como un “protoperiodismo”. En definitiva, lo que ronda una y otra vez en el pensamiento gonzaleano con relación al mundo informativo es la vinculación entre los hechos y las palabras sin dejar de lado la mediación del sistema periodístico: “Quizás el periodismo es el efecto extraño que se consolida como oficio luego de que se presenta este extrañamiento sin que se pierda la ilusión de que los hechos están engarzados en las palabras”.

Sobre ese vínculo operan dos rupturas en la época contemporánea. La primera, en el marco de la discusión por la democratización de los medios, cuando los conglomerados mediáticos manifiestan todo su poder y ponen en evidencia que el extrañamiento, la “modelación exterior” de los hechos, no es tal. Dice Horacio González que “un diario dominante del sistema periodístico comunicacional se tomaba como noticia esencial a sí mismo”, algo ahora ya habitual en el ecosistema mediático, dando como saldo “una metáfora de la plusvalía cultural y económica de toda una sociedad”. La segunda es la resultante del flamante desinterés por la verosimilitud que observamos atrás de cada fake news, que si bien no es trabajado puntualmente en el libro que hacemos mención aparece implícitamente en lo que Horacio define como el campo de la “narración”, como última instancia de la “objetividad”. Propone un “acto político colectivo, de carácter intelectual y moral, (…) un pacto profundo entre el acontecimiento y su capacidad de transformarse en un lenguaje del conocimiento”. El verbo encarnado en los acontecimientos, un periodismo de facciosa objetividad.

No habrá ámbito de las ideas donde no se lo extrañe a Horacio González y será quizás el modo de mantenerlo presente habitando esa paradoja de leer el presente con el diario de ayer.

* Licenciado en Periodismo UNR