Entre 1992 y 2013 el artista argentino Martín Weber recorrió Latinoamérica fotografiando en el camino a sus protagonistas, pidiéndoles que escribieran un sueño o un deseo en una pequeña pizarra de madera. Durante más de veinte años, Weber viajó por cincuenta y tres pueblos y ciudades de la Argentina, Cuba, México, Perú, Nicaragua, Guatemala, Brasil y Colombia y plasmó sus fotos y semejante experiencia en el libro Mapa de sueños latinoamericanos. Años después y con esas fotografías como único mapa, Weber emprendió un nuevo viaje por esas mismas ciudades en busca de aquellas personas, preguntándose qué fue de sus vidas y de sus sueños. El proyecto del reconocido fotógrafo argentino es ahora su ópera prima, Mapa de sueños latinoamericanos, documental donde vincula ambas artes, que tuvo un vasto y laureado recorrido por festivales internacionales. El film tendrá su estreno en la sala Malba (Figueroa Alcorta 3415) este jueves 8 de julio a las 19 y reinaugurará las funciones presenciales de ese espacio a casi un año de su cierre. Mapa de sueños latinoamericanos se podrá ver todos los jueves de julio a las 19 y los sábados a las 18.

"Es un proceso largo hasta llegar a la película", comenta Weber en diálogo con Página/12, mientras reconoce que, en realidad, todo empezó antes de que sacara las fotos. Partió de varias situaciones. "Me remonto a la época en que fui al secundario, el Nacional Buenos Aires. Y me tocó estar discutiendo en los recreos en la época de la revolución nicaragüense. En ese momento, pensé que nunca había estado ahí y que lo único que yo hacía era repetir información", recuerda el fotógrafo y flamante cineasta. "Se me generó el deseo de ir a recobrar testimonios directos", confiesa. 

Años después, Weber inició un taller de fotografía con Horacio Coppola, y se fue a Chile al Encuentro de Jóvenes, aún bajo la dictadura de Augusto Pinochet. "Todas estas cosas se empezaron a conectar. Yo nací en Chile, soy hijo de padres argentinos, y me preguntaba si era posible pensar a Latinoamérica", confiesa Weber. "Ahora está muy utilizada la expresión, pero a principios de los ‘90, cuando empecé a experimentar las fotografías, no. Me surgió cómo generar una acción que tenga que ver con devolver la palabra, el poder sobre representación a las personas dentro de la imagen", plantea.

-Esto que decís es en relación a las fotos. ¿Por qué decidiste hacer un documental?

-En esa dinámica me pregunté sobre la fotografía que convertía todo en pasado. Me pregunté cómo hacer una acción que incluya pasado, presente y futuro. Y se me ocurrió  preguntar sobre un sueño, algo que invitaba a pensar sobre una vida recorrida hasta ese momento, compartirlo en un presente, pero proyectarlo a posibles futuros. Y con el documental se generan como cápsulas de tiempo, estos sueños que quedan expresados a un futuro, del cual un día decido volver. Pasaron como veinte años desde las primeras fotos y regresé porque no soy el mismo que comenzó el proyecto que el que lo termina y me cuestiono sobre los cambios no solamente en las historias individuales sino a nivel de comunidades, pueblos, ciudades, países y continentes.

-¿Por qué esos ocho países?

-Los fui eligiendo de a poquito porque todo esto fue hecho a pulmón, beca tras beca. Por eso me llevó tanto tiempo. Y yo encuentro que son ocho representativos de distintas problemáticas que nos unen. Es un proyecto que todo el tiempo está generando preguntas más que dando respuestas. Era ver qué compartimos, pero también qué nos diferencia. Encontré que nuestras realidades se tocan, me pregunté por lo que en los '80 y principios de los '90 estaba muy en boga, las corrientes latinoamericanistas. Empecé a encontrar que algunos se diferenciaban por condiciones desde lo cultural. Brasil, por el idioma, la constitución étnica y el origen de la población es muy distinto a la Argentina, a Perú...Y así fueron saltando. Después, en cuanto a historias políticas, encontrar dos revoluciones: la nicaragüense y la cubana. Y, de alguna manera, fue encontrar dos momentos que comparten cosas y se diferencian.

-¿Las personas solían acordarse de vos en el reencuentro?

-Eso es lo sorprendente. Siempre me sorprendió del primer proyecto de que el 99 por ciento de la gente dijo que sí. Y en el regreso, me sorprendió aún más lo que yo buscaba: recobrar el momento compartido. Hoy por hoy, la fotografía está explotada y se generan cantidades de imágenes todo el tiempo. Y lo que creo que se perdió es esto de la fotografía como una excusa para este encuentro. En el retorno, eso se ve y yo lo encuentro increíblemente potenciado porque cuando regresé mucha gente a la que le había enviado la foto, pasó del registro de esta acción que habíamos hecho juntos a revalorizar que yo volvía por un convencimiento, en algunos casos, sorprendente porque yo nunca había prometido volver. Les explicaba que apenas si llegaba a cada país arañando recursos para poder viajar y costear todo.

-¿Cómo viviste vos el reencuentro con las personas que habías fotografiado?

-Muy emocionante. La base del proyecto es la confianza. Y no sólo la confianza: en la práctica en lo concreto y en mis lecturas teóricas encontré cómo el arte contemporáneo había desplazado la emoción de la obra. Y me interesaba volver a ponerla en el centro. Me resultaba emocionante que en las primeras fotos la gente escribía y después yo tenía que borrar el pizarrón para dar lugar al próximo sueño. Y en este reencuentro esto era muy fuerte: que había este registro y que era como marcar en la vida de alguien algo que esperaba y que si se daba le iba a transformar su situación; es decir, si se habían transformado o no, y cómo.

-En ese sentido, ¿cómo influyó el factor tiempo en los sueños o deseos que expresaron esas personas?

-El tiempo es central. Es una de las cosas que me preocupan y me interesan. Y encontrar esto, de la noción en el tiempo por parte de ellos y cómo los movilizaba a verse en dos momentos muy distintos. Y a reflexionar. Una de las cosas que tiene la película me la marcó un espectador. Me dijo: "¿Qué capacidad tiene la gente de reflexionar sobre su propia historia?". Y el tiempo es un factor fundamental. Es muy distinto cuando uno está en el medio de la situación que cuando pasó un tiempo. Y me parece súper interesante y un reto muy importante como individuo pero después como comunidades y sociedades trabajar sobre eso, decir: "¿En qué cambió y qué nuevo horizonte me lleva a buscar o a querer este cambio, dado que se dio o no lo que yo quería años atrás?".

-A lo largo de la película hay un cruce entre geografía e historia, pero también sobre lo individual y lo colectivo, y lo público y lo privado. ¿Esos cruces se fueron dando o los tenías pensados de antemano?

-Son parte del proyecto, la base. Esas condiciones eran las que buscaba y se potenciaron. Antes estaba la palabra escrita y ahora la palabra dicha. Hay frases imposibles de guionar, o historias que se abren. Yo sabía cosas de ellos, pero de algunos no sabía todo lo que aparece en la película. Y esos cruces estaban y, en algunos momentos, estaba latente algo que, de repente, en la película estalla.

-¿Cómo notaste, en general, la vida en Latinoamérica? Porque hay problemas pero también resiliencia…

-Sí, lo que rescato es la fuerza de la gente de sobreponerse a los problemas. Eso es la luz en el medio de este túnel. Y es muy fuerte e inspiradora. Es encontrar que hay una fuerza y unas ganas de salir adelante. Y se encuentran las maneras. Hay ejemplos desde lo chiquito como la madre y abuela que mantiene una guardería en Guatemala con un tesón y una dedicación. También aparece trazada la historia del zapatismo. Y también es muy inspirador el cambio y el encontrar el camino que ellos van buscando y se van adaptando y reflexionando sobre sus objetivos y cómo conseguirlos.

-Ya que lo mencionás, ¿cómo notaste en el primer viaje y luego en el segundo la experiencia zapatista? Porque en algún punto se modificó en algo de acuerdo a las diferencias políticas en México, ¿no?

-Sí, se modificó de muchas maneras. La primera vez que fui fue como entrar en un secreto bien guardado. Había que averiguar cómo llegar, no estaban demarcados de ninguna manera. Y el camino estaba plagado de presencia militar. Hablo de 2004 que fue la primera vez que fui allí, diez años después del levantamiento en 1994. En el 2004 había una tensión y cuando llegué en 2015 prácticamente esa tensión había desaparecido desde lo visual. Y encontré una reflexión muy fuerte y muy profunda y muy ejemplificadora del discurso de despedida del Subcomandante Marcos. Y en un proceso de introspección, de buscar el propio camino, que lo que hicieron en un momento y la necesidad de la presencia mediática y el dialogar con el exterior era fundamental para sobrevivir. Y después marcan que tienen que elegir entre vivir o morir y eligen este camino de crear escuelas, de encontrar su propio camino, de formarse, de no hacer lo que otros esperaban que ellos hicieran. No pelear la pelea de otros. Me parece de una gran claridad.

-¿Cómo describirías a Latinoamérica tras esta experiencia? ¿Es un continente lleno de colores y texturas culturales?

-Ahí es donde trato de que la película se describa sola con las historias de los que logré que aparezcan, porque hay muchas historias que quedaron afuera que eran tan interesantes como importantes, pero te encontrás con la limitación de la capacidad de absorber de un espectador. Yo creo que está ahí. Es más interesante que el público se pueda acercar y tener una experiencia de primera mano a que yo baje línea y dé una definición. Sí creo que además de la resiliencia y de esta capacidad de transformación de toda una riqueza cultural, al mismo tiempo hay un contexto que se nos aparece y hay que sortearlo. Es un continente marcado con ciclos de violencia. Una de las cosas importante de rescatar es cuáles son las historias detrás. Justo antes de la pandemia estaban todos estos estallidos nuevamente por toda Latinoamérica que, a veces, para un público general, aparecen como caprichosos. Y detrás de todo eso hay condiciones que se relacionan con un pasado, un presente y si no las cambiamos vamos a replicar en un futuro. Tiene que ver con encontrar cuáles son los componentes y qué nivel de participación y de responsabilidad tenemos como ciudadanos, como dirigentes y en encontrar algo mejor para el bien de todos.

(Imagen: Guadalupe Lombardo)

-¿Es una película que reflexiona sobre la vida antes que ser una toma de posición política?

-Todo es político, pero sí es más una invitación a la reflexión. No es una bajada de línea. No es lo que yo pienso. Justamente, mi acción política es generar un espacio y poner una serie de instrumentos y oficio, con la colaboración de todo el equipo. Esto no es un proyecto individual. Es un proyecto colectivo visto desde el ángulo que lo quieran mirar, donde se ha sumado muchísima gente listada al final de la película y que agradecí todo el tiempo. Creo que se construye porque hay algo muy fuerte de todo el equipo técnico como de producción, como de las personas que compartieron sus testimonios de creer en algo, que es poder contestar francamente si alguien se te acerca y te pregunta: "¿Cuál es tu sueño? ¿Cuál es tu deseo?".

-¿Y qué significa para vos un sueño?

-Un sueño es un reto. Por eso decía de esta invitación a pensar: Tengo esta historia, hoy estoy acá. ¿Cómo me imaginaría transformado? ¿Qué sería lo que me imaginaría que transformaría y me devolvería más felicidad y armonía en relación a lo que me rodea?