Estas líneas recrean la defensa oral de una tesis doctoral sobre “El cuerpo en Lacan” que días atrás --bajo la hipótesis de que la concepción del cuerpo determina la dirección de la cura--  nos tocó exponer en la Universidad de Buenos Aires. A partir de la “carne que derrama lágrimas”, mentada por Platón en El Banquete para oponer al amor socrático de las Ideas, nuestra investigación hizo pie en el “cuerpo vivo (Leibhaft, carne)” de Edmund Husserl para así llegar a “la relación del ser hablante con su cuerpo, puesto que no hay otra definición posible del goce”, según refiere Lacan en su texto Hablo a las paredes[1]. Título más que oportuno para ilustrar la función de sostén que el habla provee al cuerpo en tiempos en que la pandemia nos obliga al confinamiento. De hecho, insomnio, pánico, depresión y su ruta refieren la dimensión de Cosa --de despedazamiento-- a la que el propio cuerpo remite cuando los objetos que nos rodean sólo nos devuelven su irremediable condición de objetos. Por algo “la angustia es la sospecha que nos asalta de que nos reducimos a nuestro cuerpo”, decía Lacan en 1974.

Es que el cuerpo es una superficie de inscripción cuya función de sostén radica en sustraerse de la marca que lo determina y despedaza. ”Se me fue el alma a los pies”; “me partió en dos”; “se quebró”; “me cortó el rostro”; son algunas de las frases que testimonian el punto. Por algo dice Lacan: “No hay otro soporte del cuerpo que el corte que preside su desmontaje” (10/5/1967, inédito). De esta manera, nos creemos ser un cuerpo cuando en realidad apenas lo tenemos porque hablamos, y hablar siempre supone un Otro, aunque sea la pared. El espejo es el primer recurso para construir esa ficción que nos permite decir: mi cuerpo. De allí que si “Yo gozo de mi cuerpo, es decir, tu cuerpo deviene la metáfora de mi goce” (7/61967). Así, la satisfacción pulsional se encuentra y desencuentra en el campo del Otro, de lo contrario emerge la angustia que hoy los laboratorios venden como ataque de pánico.

No por nada el régimen de satisfacciones de corte autoerótico y adictivo imperante en el planeta es correlativo de un empobrecimiento de la relación del sujeto con su propio cuerpo, verdadero escenario de la crisis del lazo social que la pandemia puso en primer plano al demostrar que no hay salud del Uno sin el Otro. Tanto es así que nuestras platónicas lágrimas más arriba mentadas retornan cuando en su seminario “Aún” Lacan observa que el cuerpo sólo funciona afectado por otro: “si llegaran a secarse las lágrimas, el ojo dejaría de funcionar bien. A eso llamo yo milagros del cuerpo. (…) el hecho es que lloriquea, (...), en cuanto le pisan a uno el pie corporal, imaginaria o simbólicamente. Lo afectan a uno...”[2].

Ahora bien ¿Cómo articular la relación entre el cuerpo y la dirección de la cura? y ¿Qué se pierde o se gana en los tratamientos por vía remota? fueron algunas de las preguntas que orientaron nuestra investigación. Nuestro recorrido se apoyó en el texto Radiofonía[3] en que el significante carne retorna para señalar el efecto que el “cuerpo de lo simbólico” imprime en el cuerpo a tomar en “sentido ingenuo”. Dice Lacan: “No le sucede así a toda carne. Solo de aquellas que el signo marca al negativizarlas”. No extraña entonces que apele a los incorporales de los estoicos para destacar “en qué lo simbólico sujeta al cuerpo”, es decir: esos restos que según el filósofo e investigador Èmile Bréhier: “se hallan en el límite de la acción de los cuerpos”[4].

De esta manera, si el cuerpo propio no alcanza a inscribir todo el goce, la función del analista en el dispositivo no es otra que la de escenificar esta disyunción entre el cuerpo y ese exceso de satisfacción que porta el síntoma. Una presencia que se sustrae desde los más mínimos, aunque no por ello, menos significantes detalles. Desde correr la mirada cuando la persona se quita el saco o acomoda el portafolios, hasta evitar que el sujeto se vea observado cuando el analista se in-corpora (¡precisamente!) para atender un timbre; y desde la decisión de estrechar la mano o dar un beso hasta cortar la sesión cuando el impudor insinúa su sombra (por ejemplo, en el intento reiterado del sujeto bulímico por contar todos los vómitos de la semana).

Así el analista juega una partida de presencias y ausencias que hace del cuerpo “mesa de juego”[5]. Concepto que tuvimos la fortuna de encontrar cuando redactábamos nuestro texto sobre “Gambito de Dama”, aquella serie en que el saber inconsciente de la ajedrecista tramita una disputa que le permite triunfos resonantes, si bien con gran costo subjetivo (recordar las escenas en que Beth yace en la cama mientras un tablero imaginario pende del techo). Lo cierto es que, en el ser hablante (parlêtre), el que decide el juego que se juega es el tablero, o sea: la mesa del cuerpo. Va de suyo entonces que, para intervenir sobre el goce, la jugada analítica apunta al casillero que está “en el límite de la acción” del tablero. Cuestión que abona nuestra hipótesis según la cual, en Lacan, la concepción del cuerpo determina la dirección de la cura.

Pandemia mediante, hoy los analistas ponemos el cuerpo, desde sostener la Mirada del sujeto anoréxico que comparte videos de corte y confección de vestidos para así gestar una nueva versión de su cuerpo; hasta hacer lo propio con la Voz de quien llama en horarios insólitos, en virtud de que el confinamiento en familia le resta privacidad durante la jornada; pasando por recibir --protocolo mediante-- al fóbico refugiado en el aislamiento restrictivo.

En la clínica on line que hoy impone la pandemia, sin dudas hay cuerpo en la Voz y la Mirada. La cuestión está en que si “una alcoba donde no pasa nada más que el acto sexual que se presenta como preclusión (Verwerfung), es lo que se llama comúnmente el consultorio del analista” (21/6/ 1967, inédito), vale preguntarse hasta dónde la clínica on line pone en juego la angustia que motoriza un tratamiento analítico hasta su conclusión. El ser hablante tiene un cuerpo sólo porque habla con el cuerpo. En el escamoteo de esta equívoca alteridad que impone el culto individualista reside la actual crisis del lazo social.

Sergio Zabalza es psicoanalista. Fragmentos de la Defensa de la Tesis “El cuerpo en Lacan: enseñanza y dirección de la cura”, redactada bajo la dirección de Fabián Naparstek, y aprobada con calificación sobresaliente con recomendación de publicación por el jurado conformado por María Inés Sotelo; María Elena Elmiger y Osvaldo Delgado.

[1] Jacques Lacan, ( 1971-1972) “Hablo a las paredes”, Buenos Aires, Paidós, 2012, p. 70

[2] Jacques Lacan ( 1972-1973) , El Seminario: Libro 20, “Aún”, Buenos Aires, Paidós, p. 133

[3] Jacques Lacan ( 1970) “Radiofonía”, en Otros Escritos, Buenos Aires, Paidós, 2012, pp. 431 y 432

[4] J. Ferrater Mora, Diccionario de Filosofìa, Barcelona, Ariel, Tomo II, p. 1792.

[5] Jacques Lacan, Radiofonía, op. cit. p. 448.