Casi no tuvo carrera política y se presentó por vez primera a una elección. Su partido no es más que una máscara para contenerlo individualmente: las iniciales de “¡En marcha!” son las del nombre de este tipo que dice “mis nietos” para referirse a los de su esposa, 20 años mayor, a quien conoció cuando ella le daba clases en el colegio. Un abuelo de 39 años que llega a la gran final salteando etapas políticas y biológicas. Si gana el balotaje, como predicen las encuestas, Emmanuel Macron será el presidente más joven de la historia de Francia.

Macron es la esperanza blanca del país europeo con mayor inmigración africana y más atentados islámicos, hoy desencantado por el fracaso del Socialismo que aún gobierna y aterrado por la amenaza de la extrema derecha enarbolada con entusiasmo por la dinastía Le Pen. Un tipo que viene de los bancos, de las inversiones; de la timba que funde al mundo, y por ende acostumbrado a movimientos impredecibles y sin sentido de culpa.

Por eso, en 2016, mientras se estrenaba en política como ministro de Economía del desgastado Francois Hollande, lanzó su partido en Amiens, el pueblo del norte donde nació. Su propuesta nos es familiar: “Vengo a superar las diferencias en la izquierda y la derecha”. A cerrar la grieta, en definitiva. Hablaba, en la misma frase, del Mayo Francés y del General De Gaulle. La biblia junto al calefón.

Un partido de ficción con un discurso impreciso, ideas abstractas y declaraciones agradables para TV parecieron suficiente para ganar simpatías y en un año, con su propio “¡Sí se puede!” –”¡En marcha!” es un partido con nombre de arenga–, Macron convenció al electorado de llevarlo al balotaje. Llegó a la gran final tras dejar en el camino a contendientes de partidos tradicionales. Atrás quedó pulverizado el entusiasmo de Jean-Luc Mélenchon, nacido en el norte de Marruecos y embanderado con el partido de izquierda Francia Insumisa, que innovó en la campaña ofreciendo presencias simultáneas de su candidato en formato de holograma (¡ver para creer!).

Aunque Macron no sea de ningún modo de izquierda, le gusta que lo llamen como tal. Y la tiene fácil: cualquier cosa que se oponga como única alternativa al discurso xenófobo y elitista de Marine Le Pen parecería de izquierda. Aunque su pensamiento no sea precisamente revolucionario: se manifiesta a favor de la desregulación económica y el liberalismo social (?), dos frases que no dicen mucho sobre lo que logrará pero sí sobre lo que inexorablemente dejará afuera.