Durante el mes de orgullo, los sábados a las 10:30 AM comencé una serie de entrevistas por Instagram Live con diferentes referentes de la cultura. Todas con la misma consigna: hablar sobre el colectivo LGBTIQ+ y cómo, a través del arte y la literatura, comenzamos a exponer las distintas realidades, a contar nuestra experiencia, a encontrarnos en la poesía, en las canciones. En definitiva, de cuan importante es comenzar a reconstruir esas historias.

Todo surgió desde el deseo y la necesidad que tengo como mamá de contribuir con un genuino cambio cultural. Y sobretodo, de aportar para la construcción de una sociedad diversa e inclusiva que solo es posible si generamos espacios para la expresión de todo tipo de voces.

Debo confesar que estos desayunos superaron ampliamente mis expectativas y gracias a su interés voy a continuar haciéndolos. Hace unos días, estuve con Gabriela Mansilla, mamá de Lulú, la primera niña trans en recibir su DNI, y autora de los libros Yo nena yo princesa y Mariposas Libres, y el encuentro me dejó pensando toda la semana. Es prodigioso el poder que puede tener el amor hacia un hije. No solo porque logra derribar muros de prejuicios; además, en este caso, abrió puertas a un mundo inimaginable para una mujer hetero cis de campo que tuvo que romper toda su estructura y comenzar de cero.

Está cada vez más comprobado que no hay naturaleza «genética» en conductas propias asociadas al juego: una nena puede ser hábil con una pelota de fútbol y un nene puede desplegar una asombrosa capacidad histriónica jugando con muñecas. De hecho, para quienes han sido criados en esta lógica y no pueden superarla, lo más preocupante no es tanto la posesión de esos juguetes, sino el rol que se le permite a cada identidad en la interacción con estos: a las mujeres se les puede llegar a aceptar que jueguen con una pelota ¡siempre y cuando no vayan a patearla! En cambio, sí están habilitadas a utilizar una muñeca si van a jugar a cuidarla, alimentarla, exhibirla en un paseo, en fin, a ser madres. A los varones también les regalan muñecos, pero estos nunca son la imitación de bebés indefensos. Son superhéroes, soldados, policías, y toda clase de figuras del orden, la seguridad o la protección de la sociedad. Por supuesto que la idea de un disfraz para un nene que no responda al estereotipo del rol masculino todavía sigue siendo algo no aceptado, o por lo menos, mantenido dentro de la intimidad: ponete el disfraz de princesa, sí, pero dentro de casa y para jugar solo.

Mi vida y la de muchas generaciones ha sido y está basada en esa norma binaria violenta y excluyente que NO respeta las infancias ni lxs derechos de lxs niñxs. Solo ahora puedo analizar mi paso por el jardín o la escuela primaria y pensar en las cosas a las que fui sometida por el simple hecho de no formar parte de la norma o no cumplir con el molde del binarismo. En este entramado de adoctrinamiento capitalista cis patriarcal que llamo «la maquinaria perfecta», cada engranaje cumple con un fin o propósito: ubicarte en el casillero que corresponde. Y ojo con desobedecer, porque trae consecuencias. A mí me cortaron el pelo, me prohibieron las muñecas y los juegos con las nenas, básicamente no podía hacer nada que me gustara. Llegué a robar muñecas para poder jugar a escondidas. Vestirlas y peinarlas me encantaba. Pero cada vez que eran descubiertas venían los gritos y las palizas. Así y todo, no hubo castigo, golpe o paliza que me quitara un solo instante el deseo incontrolable de jugar con ellas.

Ahora yo me pregunto: ¿desde cuándo es natural que el ámbito del juego tenga dos casilleros? ¿Cómo se hace para cortar de lleno con esto? ¿Cómo van a ser las nuevas generaciones un salto directo, si en la familia, la escuela, en los clubes se siguen reproduciendo estos mensajes? ¿Hasta cuando va a ganar el discurso del miedo que la misma medicina y una parte de la psicología instaló sobre nosotrxs? ¿Qué esperamos para desbinarizar la ESI? No vamos a negar que se está gestando un cambio, pero necesitamos la solidez de una ley que refleje cabalmente los avances logrados y, sobre todo, más madres, padres, abuelxs, tíxs, que por amor a quienes crían no tengan miedo a romper el molde.