Cuando iba al jardín de infantes, John Waters estaba fascinado con un “niño perturbado de la clase que solo dibujaba con crayones negros y jamás conversaba con nadie”. Esa fascinación desbordada hacía que cuando regresaba a su casa, el pequeño Waters le quemara la cabeza a su madre con la descripción de ese compañero anónimo, que ella no conocía. Un día, hablando con la maestra jardinera, la madre le menciona a ese compañero extraño. La maestra confundida le responde: “¡Pero ese es su hijo!”. Esa anécdota está relatada en el capítulo inicial de Consejos de un sabelotodo, el último libro de Waters. Y, de alguna manera, ese recuerdo infantil da paso al primer gran consejo del libro: “Es evidente que estaba creando personajes para mí mismo desde una edad muy temprana, y todos deberían permitir que sus hijos hagan lo mismo. Es casi obligatorio para una infancia feliz tener personalidades múltiples.” Si bien toda la obra de Waters es la más graciosa apología de la locura, este libro tal vez lleve a un lugar aún más extremo esa forma de la risa esquizoide que atraviesa toda su obra, y que se va transformando en alarido, melodía, grito primario, ironía, sonrisa cándida y un interminable grupo de muecas de difícil descripción. Conservar esa demencia infantil es el consejo para vivir una vida libre de la identidad en singular, para ser un mutante plural, una persona que puede reinventarse en otras y con otras. En sus setenta años, Waters ya fue titiritero, delincuente juvenil, cineasta underground e industrial, letrista, actor, periodista, conferencista, escritor, fotógrafo, artista contemporáneo y showman todoterreno, entre otras tantas personalidades que se inventó en un camino sin retorno a una multiplicidad que es una caja de Pandora.

BIODEGRADABLE

Desde su primer libro, Shock Value (1981), Waters se dedicó a hacer del género autobiográfico un ensayo del transformismo, la posibilidad de ser legión, derramar en las páginas esas personalidades múltiples que luchaban por abrirse paso desde siempre, en su vida y en su cine. De la literatura del yo a la literatura del shock; un paso fundamental de Waters para ser otro es haberse convertido en escritor. Siempre fue un bibliófilo que hacía un cine underground donde sus personajes marginales también cargaban libros como un rasgo más que los convertía en freaks. En uno de sus cortos, Eat Your Make Up (1968), Divine, su diva trash, lee una biografía de Jackie Kennedy e imagina ser ella durante el asesinato de su marido, John F. Kennedy. En su primer largometraje, Mondo Trasho (1969), su actriz fetiche Mary Vivian Pearce lee Hollywood Babilonia de Kenneth Anger, el libro que revelaba el glamour degradado de las biografías de estrellas trágicas de la industria cine; ese mismo glam atrofiado que Waters adoptaría para su estética del cine under. Libros como puertas de acceso a una locura personal y colectiva, fundando una tribu desagradable autodenominada Dreamlanders, con la que perpetraría sus crímenes cinematográficos. Ese es el camino de los sueños de Waters, de lo biográfico a la biodegradación, pisotear el sendero personal hasta convertirlo en terreno fértil de multitudes. Estimular el ego para que estalle y sembrar esos mil pedazos hasta que aflore la desfiguración. Todos sus libros siguientes -Crackpot (1986), Mis modelos de conducta (2010) y Carsick (2014)-, engrosaron esa tumultuosa forma del ensayo autobiográfico como delirio, llegando incluso a plantear el juego de narrar vidas imaginarias, alucinadas en contraste y confusión con la real. ¿Había vidas que Waters aún no había contado? Sí, claro, y en cada capítulo de Consejos de un sabelotodo se desarrollan con su estilo de comedia anarquista a la que nos malacostumbró.

CANTO RODADO

Waters siempre reconoció que comenzó haciendo cortos emulando las películas rupturistas de Andy Warhol. Y en este libro le dedica el capítulo más literariamente transformista: “Warhol mal escrito”, donde está poseído por el espíritu verborrágico del estilo de su maestro pop, donde la pluma ajena le permita volar para otras formas literarias de una oralidad orate con oraciones maratónicas. Pero no dedica en el libro tanto a sus películas más warholianas de los inicios sino que recupera otra parte de su filmografía. Si en su libro Shock Value ya se explayó sobre el cine guerrilla con el que hizo sus primeras películas en el under más lumpen y radical, en este libro continúa narrando su carrera en el giro de su obra como un cineasta que logró subir a la cumbre del mainstream como escalando esa célebre montaña de Hollywood. Desde Polyester (1981) hasta Adictos al sexo (2004), pasando por su exitosa Hairspray (1988), su segunda vida como cineasta industrial fue una suerte de gran comedia del accidente que terminó llevándolo “de vuelta a la cloaca”. Pero valió la pena vivirla para contarla como comedia. Waters es ese camaleón que se mueve bien en todos lo ámbitos, por eso el capítulo más largo de este libro, y tal vez donde más se siente su latido multiplicador, es “Tengo ritmo”, una exploración de su melomanía extremista. Un manifiesto sonoro descentrado: “El caos musical no es un privilegio de la juventud: es un club para todas la edades en el que deben esforzarse para integrar sus filas”. Como un DJ desorbitado, engancha a Glenn Gould con Justin Beaver, a María Callas con Sex Pistols, a Ike y Tina Turner con Eminem, un cancionero anarquista que confirma las mil y una vidas bailadas de Waters. Hay una tarea de recuperación de géneros y artistas musicales que es muy increíble, como la evocación de las canciones de amor innovadoras sobre accidentes de autos de los 50 y 60, “un género que hoy sería completamente imposible”, con letras dedicadas a amantes que murieron en choques violentos, desde un humor negro fuera de cualquier corrección.

FUTURO LISÉRGICO

“En el fondo de mi corazón sigo siendo un yippie, un falso revolucionario arrogante de fines de los sesenta que piensa que las revueltas son un buen lugar para conseguir sexo”, comienza en el capítulo “Pórtese mal”. Antes de la revuelta de Stonewall, para John Waters hubo otra forma de revolución, que fue pertenecer a la tribu de los yippies, un “colectivo de hippies furiosos de izquierda que cansados de 'darle una chance a la paz', llevaban a cabo políticas cómicamente irrespetuosas”. Entre el hippismo y el punk, existieron esos terroristas de la comedia política, grupo en el que Waters modeló una de sus personalidades, y al que ahora historiza, reconociendo toda una serie de personas y colectivos que hicieron de la desobediencia civil una forma de intervención social. Un capítulo que va de un activista queer pionero que interrumpía los encuentros de las Panteras Negras y amenazaba a las ideas machistas de la izquierda, pasando por lesbianas que publicaban prensa under con la ira hacia la cultura hétero de la militancia feminista pero sin perder el humor, llegando a esa enorme conmoción del activismo frente al sida que fue ACT UP, que describe con una admiración conmovedora. Pero Waters no solo saca del closet su corazón yippie y recupera el pasado de ese movimiento rebelde LGBTIQ+, sino que imagina como poder continuar esas desobediencias en el mundo actual. Siempre es así, los consejos son para hacer que el impulso del pasado nos ayude a portarnos mal en el futuro.

Así, Consejos de un sabelotodo termina convertido en un libro para animar al mundo a tener dobles vidas rebeldes, como el capítulo dedicado a la promiscuidad, donde cuenta sus aventuras sexuales en lugares públicos e inventa nuevas perversiones. O el hermoso capítulo “Flashback”, sobre sus memorias con todas las drogas que tomó, que culmina con una crónica muy detallista de una sesión de consumo de LSD con la actriz y cantante Mink Stole, su amiga y cómplice durante 50 años. Sí, Waters, que siempre dijo que junto al popper, su sustancia preferida era el LSD, volvió a tomarlo y cuenta toda esa experiencia donde volvió a mirar al mundo centelleante con otros ojos. “¡Estoy orgulloso de tomar LSD a los 70 años!", concluye. Sigamos su consejo, y empecemos a celebrar la Marcha del Orgullo LSD.