¿Será ocioso señalar las motivaciones del “retorno de la tragedia como farsa de la historia” en la construcción de esta página? No es mi deseo que lo real se filtre a través de sus oquedades. Declaro (bajo juramento) que este texto no ha sido pensado en función del presente. Acaso se sintiera frustrado con los fallidos pronósticos de nevadas del gardeliano mes de junio. Y cierto mecanismo íntimo, que se regodea en el relato del yo, venga a obturar su porosa superficie con capas de recuerdos personales.

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No sé dónde lo vi por primera vez. Si en una película o en una foto. Debió ser un estímulo visual muy fuerte. Venía un poco mezclado con ese “Perón” del que tanto hablaba mi abuela, aun después de muerto. No sé si fue la imagen o la voz de Carlos Gardel lo que me llegó primero. Con el tiempo se asocian vagamente en la sonrisa “marca registrada” que Perón usufructuó, los mitos del cantor nacional y el conductor de la Nación. Y como suele ocurrir con los mitos, la muerte les clausuró la crítica racional, la cual, tratándose de mi abuela, podía ser replicada a escobazos.

Eso instintivamente me gustaba. No había nada más lindo que ir contra la corriente. Ya entraba en la edad de la rebeldía y necesitaba un mundo propio, lejos de todo presente adocenado. Lo encontré en lo que se puede llamar “anacrónico”. Una buena fuente para moldear novedades que no pasan de moda.

Así fue que, atraído por la sonrisa y la facha de Gardel, puse el disco en la bandeja del Wincofon terminando la década del setenta. El disco era de mi viejo y el “hit”, el tango Anclao en París (1931) de Enrique Cadícamo.

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La nieve no es un mero decorado. Existe para resaltar la distancia, el exótico paisaje de una ciudad que no es la propia. París es la ciudad de la nieve y el faro que alumbra a la cultura. Este prestigio es de antigua alcurnia. Acreditado por Sarmiento y deconstruido por Jauretche en la zoncera llamada -justamente- “la nieve contiene mucha cultura”. El silencio inicial del extranjero que mira nevar desde una ventana con asombro –y que quizá mueva a la burla del nativo- va a colmarse de palabras nuevas, una poética de heroísmo romántico en un momento de exilio artístico voluntario.

La escena primaria del tango Anclao en París se escribe con la voz narrativa cortazariana, desde “el lado de allá”. Da cuerpo a un arquetipo que persigue la bohemia y ha quedado atrapado (sin plata y sin fe) en tierras extrañas. Se ve caer la nieve (blandamente) sobre la ventana del expatriado (la que da al bulevar) y pronto la mirada se torna siniestra: ya no es la contemplación amorosa del lujo de la nieve, sino las luces las que miran al actante, con tonos de muerte, como “pupilas de extraño mirar”.

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La nieve y París se repiten como temas en muchos otros tangos. En Claudinette (1942) y La Vi llegar (1944), ambos del poeta de Julián Centeya, se nos habla de amores importados en un puente de tiempo entre París y Buenos Aires (“alondra que mojó la nieve”). La primera experiencia europea de Homero Expósito se convierte en el tango Siempre París donde encarna el modernismo decadente, antesala del existencialismo. Más directo, José Rótulo reescribe junto al músico Aquiles Roggero, el dramón sentimental de Mimí Pinsón, novela de Alfred de Musset, quizá con menos astucia que la de Cadícamo, que abusa del tema parisino – Madame Ivonne (1936)- hasta traficar algunos versos de poetas franceses contemporáneos. Es el caso de Los mareados. El muy famoso: “Hoy vas a entrar en mi pasado”, es una línea que pertenece por entero al poema Toi et Moi de Paul Geraldy.

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El mes de junio se fue sin cumplir la promesa de la nieve. Y los medios -ya sabemos cuáles- intentaron asumir la queja en tono dramático de los “varados” en el extranjero. Aunque, claro está, en latitudes y por motivaciones diferentes.

Aquel exilio de ensueño de los tangos era una carta desesperada. Nuestro antiguo bohemio asumía su condición de paria y sus penurias. Recordaba el barrio, la novia, los amigos, la casa familiar. Quería volver, pero también estaba dispuesto a morir allí, lejos, por su propia aventura. Después de todo sería una muerte poética en algún punto, con resonancias del verso premonitorio de César Vallejo.

En estos días también se ha jugado con la confrontación histórica. Los lectores de Jorge Jinkis nos ponemos a salvo del sentido de la frase marxiana: “una vez como tragedia otra vez como farsa”. No hay repetición en el enunciado, sino dos escenas. Solamente la degradación y la caricatura como herramientas para develar la alusión a un pasado venerable. En un extremo, la tragedia (que no es tragedia) y en el otro la farsa como invitación a pensar en el ridículo.

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Aquellos viejos tangos son universos detenidos en el tiempo. Conviene dejarlos allí, como entonces, cuando los disfrutaba en la adolescencia, reivindicando la operación que de algún modo invertía el verso de Geraldy: “el pasado hoy es mi futuro”. Quizá en ese movimiento deliberado contara también el deseo de escapar. Porque siempre es más fácil vivir en un tiempo otro, que al final de la década del setenta. Donde nunca vería caer la nieve. Y Gardel y Perón estaban muertos.