“Buenas tardes. Para vos es la tarde, ¿no?”. El acento de la voz en el teléfono es particular, como si un extranjero en España se animara a imitar el voceo rioplatense. La conversación con Página/12 alternará el español y el inglés, dependiendo de la complejidad de los conceptos a expresar. El cineasta franco-griego Costa-Gavras, políglota y cosmopolita, cuyos 88 años no se reflejan en la intensidad de las expresiones y la jovialidad del tono, está en la ciudad de Cannes disfrutando del festival de cine de esa ciudad, y acaba de ver un discurso en vivo del presidente Emmanuel Macron. Cine y política, un combo inseparable a lo largo de su filmografía. Entre-nous, el festival de cine francés que continúa hasta el próximo miércoles 21 en formato presencial y online, está ofreciendo como parte de la programación su último largometraje, A puertas cerradas, una exploración ficcional de los desafíos del gobierno de Alexis Tsipras, presidente de Grecia electo en 2015, en plena crisis económica. El punto de vista excluyente es el de su ministro de finanzas, Yanis Varoufakis, interpretado por el actor Christos Loulis, a quien el film sigue en infinitas reuniones con enviados de la Unión Europea, el FMI y los bancos internacionales, en un intento desesperado por salvar a su país del desastre social.

Nacido en Atenas en febrero de 1933 como Konstantinos Gavras, Costa-Gavras –su nom de plume, que muchos aún confunden con un apellido compuesto–, comenzó a trabajar en el seno de la industria del cine francés luego de recibirse en el parisino IDHEC (Institut des hautes études cinématographiques). Como asistente de dirección de cineastas como René Clair, Henri Verneuil, René Clement y Jacques Demy a comienzos de los años 60, el joven aspirante a director se forjó un nombre como mano derecha profesional, confiable y creativa, entrando en contacto además con una importante cantidad de estrellas de la pantalla gala, que luego aportarían su talento en Crimen en el coche cama (1965), su ópera prima. Basado en la novela del escritor Sébastien Japrisot, Costa-Gavras escribió una primera versión de ese guion en soledad, sin poseer los derechos de adaptación al cine, que luego fueron adquiridos por el productor Julien Derode. Protagonizado por Simone Signoret, su hija Catherine Allégret, Michel Piccoli, Yves Montand, Jean-Louis Trintignant y Jacques Perrin, además de participaciones breves pero jugosas de figuras de la talla de Bernadette Lafont, Compartiment tueurs es un policial whodunit (la identidad del asesino sólo se conoce en el final) que parte de un misterioso homicidio en un tren de larga distancia y que bien podría definirse como un proto giallo.

“En cierto modo, lo que intenté probar con Crimen en el coche cama es que podía hacer una película. Y, al mismo tiempo, hacer algo diferente a lo que se producía en aquella época en Francia, particularmente los colegas de mi generación”. En cuanto al nutrido reparto, Costa-Gavras recuerda que “los conocía por mi trabajo como asistente y al preguntarles si deseaban participar la mayoría aceptó. Incluso algunos de ellos tienen roles muy pequeños. Debe haberse corrido la voz de que la historia era interesante”. Si se tiene en cuenta la temática de sus films más conocidos, no resulta sencillo definir ese debut como un film político. “Pero de alguna manera lo es: intenté hablar de la gente que mata por dinero. Esas también son personas a las que no les interesa la sociedad (risas). Sólo les preocupan sus propios problemas”. Luego de un segundo largometraje hoy algo olvidado, Un homme de trop (1967), la consagración internacional llegaría con Z (1969), el primero en una serie de thrillers políticos que tendrían en La confesión (1970), Estado de sitio (1972) y Desaparecido (1982) sus descendientes más potentes. En más de un sentido, esos son los films que cimentaron las claves de toda su obra creativa.

En su largometraje más reciente, Costa-Gavras vuelve a reflejar el estado de las cosas en su país natal. Aunque ahora el trasfondo no es ahora la inestabilidad política previa a la Dictadura de los coroneles descripta indirectamente en la novela Z de Vassilis Vassilikos, origen de la adaptación cinematográfica, sino la Grecia del siglo XXI, rotundo ejemplo del fracaso de las medidas de austeridad impuestas por los organismos internacionales. Basada en el libro Comportarse como adultos: mi batalla con el establishment europeo, escrito por el propio Varoufakis luego de dimitir como ministro, A puertas cerradas conjuga la sátira con los mecanismos del cine de suspenso político. “Es una película sobre las reuniones en Europa, en teoría muy serias e importantes, durante las cuales se tomaron muchas decisiones. Pero nunca sabremos bien cuáles fueron esas decisiones. Toda esa gente habla en nombre de los europeos y hay algo allí que podría definirse con la frase ‘somos serios, pero no tan serios’. Por eso intenté que hubiera un sentido de ironía presente durante la mayor parte del tiempo. Era importante mantener cierta distancia con la realidad de esas reuniones, que en el fondo no son otra cosa que una realidad falsa”.

-Precisamente, los espectadores que vieron sus películas más reconocidas en los años 70 y 80 seguramente lo recuerdan como un cineasta serio, pero A puertas cerradas tiene un tono diferente, muy irónico, incluso poco naturalista en varios momentos.

-Tuve presente todos los elementos de esas discusiones y la mayoría de los presentes no eran grandes especialistas, a pesar de haber sido presentados de esa manera. Lo importante era estar cerca de la realidad de lo que dicen y hacen los personajes.

A puertas cerradas

-¿Qué cosas han cambiado en Grecia entre los tiempos de Z y los de A puertas cerradas?

-Es un país diferente, con una población diferente, más joven. También es un país con menos esperanza que el de los años 60. En aquella época había mucha esperanza, aunque todo fuera muy traumático. Ahora no se sabe hacia dónde están yendo las cosas, hay una suerte de posición negativa sobre todo: la política, la pertenencia a Europa, etcétera. Aunque la mayoría de los griegos desean permanecer en Europa. Por otro lado, la situación económica es muy dramática. No tanto como en el período que describe el film, pero aun así es preocupante.

-En varios momentos de su carrera la recepción política de algunas de sus películas ha sido muy diversa. Tal vez el mejor ejemplo de ello sea La confesión, que fue incomprendida y atacada tanto desde la derecha como por la izquierda. ¿Cómo fue recibida A puertas cerradas?

-Fue algo especial. Por ejemplo, en Francia algunos socialistas que vieron la película no fueron tan positivos, incluso en varios casos la recepción fue negativa. Todo depende del partido y de la ideología del periodista. En Grecia fue diferente: hubo algunas posiciones muy negativas y también todo lo contrario. Pero allí es muy particular la situación, porque todos vivieron estos hechos y cada habitante tiene en la cabeza su propia película. Así que hubo respuestas muy entusiastas y otras no tanto. Políticamente, la película no tiene una postura subrayada, no toma partido por Varoufakis o por aquellos en el gabinete que tenían otras ideas, sino que trata de estar cerca de la realidad, de lo que le ocurrió a la gente. Intenté hacer la película con dos cosas en la cabeza: la situación de los europeos en general y la de los griegos en particular. Han pasado diez años desde los momentos más dramáticos a nivel económico y muchos han hecho dinero gracias a ese período trágico. Es muy fácil hacer dinero cuando hay gente que está vendiendo todo lo que tiene para sobrevivir.

-El título internacional en inglés del film es Adults in the Room (“Adultos en la habitación”), el mismo título del libro de Yanis Varoufakis, que suena un poco más irónico que el español A puertas cerradas.

-Es posible. Sin embargo, el título en español está cerca de la realidad, porque dentro de esos lugares la gente puede decir cualquier cosa y luego salir y decir todo lo contrario. “A puertas cerradas” quiere decir que no se sabe lo que pasa adentro. De hecho, no se sabe exactamente qué se decía en esas reuniones, porque no se tomaban notas precisas.

-El reparto de la película está conformado por actores de diversos orígenes –griego, francés, alemán– y se escuchan muchos idiomas, no solamente el griego. Valeria Golino, actriz políglota nacida en Italia, de padre italiano y madre griega, tiene un rol secundario importante y habla perfecto griego. ¿Cómo fue el proceso de casting?

-Para poder encontrar dinero y financiar el film era importante tener actores reconocidos, y varios de ellos estaban listos para hacer la película… pero si la filmábamos en inglés. Y eso me parecía completamente ridículo, así que la decisión fue la de tener, en los papeles centrales, actores griegos para los personajes de ese origen, y actores de diversos países que representaran el origen de los personajes. Hay alemanes, italianos, españoles, y cada uno de ellos proviene de su país. Fue muy importante para mí, porque si bien en ciertos momentos hablan inglés, cada uno tiene su propio acento.

-¿Siente que es más sencillo o difícil hacer películas hoy cuando lo compara con los años 70? En particular cuando hablamos de películas que podrían definirse como thrillers políticos, aunque muchos espectadores sigan pensando en el concepto “cine de denuncia”.

-Siempre digo que no hago películas políticas. Yo hago películas sobre la gente, sobre lo que le ocurre a la gente bajo el poder. Y sobre cómo alguna gente utiliza ese poder. Pero todo es político, esta discusión que estamos teniendo es política, en cierto sentido. Todas las películas, desde el nacimiento del cine, desde Georges Méliès, son políticas, porque hablan sobre la gente. Todo film puede ser analizado políticamente. No hay ninguna duda sobre eso. Tampoco me gusta decir que tengo una “carrera”. Eso es para los militares y los políticos. Simplemente hago películas. En cuanto a las dificultades para hacer cine… hoy es más difícil, sin duda. Sobre todo cuando se quiere producir películas que hablan sobre las dificultades de la sociedad. La razón es que la gente que financia el cine hoy en día son las plataformas o la televisión, al menos en Europa, y esa gente lo que quiere es películas donde todo el mundo sea feliz, para poder venderlas fácilmente. Y la mayoría de ellos, sobre todo en las plataformas, no posee un programa cultural, sino simplemente un plan económico. Al mismo tiempo, creo que hoy muchos directores, mucho más que antes, quieren hablar de la sociedad, de cómo vive la gente en una sociedad que ha cambiado drásticamente y en la cual la religión es el dinero.

-Sigue existiendo esa falsa dicotomía entre el cine de entretenimiento y un cine supuestamente serio…

-No debería. Creo que una película, además de ser política, es un espectáculo. La gente va al cine a ver un espectáculo, no a escuchar un discurso político o académico. Van al cine a pasar dos horas sintiendo cosas: a llorar, a reír, a odiar. Todo eso que forma parte de la vida. No se trata de entenderlo como entertainment, como dicen los estadounidenses, sino como espectáculo: un drama o una comedia que hablan de la vida.

-Estado de sitio transcurría en Uruguay en el período de mayor actividad del Movimiento de Liberación Nacional. Desaparecido, en tanto, narraba hechos ocurridos poco después del golpe de Pinochet. ¿Sigue interesando en la coyuntura latinoamericana? ¿Se imagina filmando una película nuevamente en el continente?

-Sigo interesado, desde luego. Pero ustedes tienen realizadores extraordinarios en Argentina. Por supuesto que me gustaría encontrar una historia que me interesara directamente, pero al mismo tiempo hay tantas cosas ocurriendo en Europa… Y además, no es necesario mentir: a mi edad es muy difícil encarar ese tipo de producciones.