"Un amigo me insistió tanto para que fuera a un DJ set en el centro que le hice caso. Cuando llegué, Björk pasaba música. Como no le avisó a nadie, éramos 15. Cualquiera podía ingresar. Terminó y se fue a la entrada del lugar a tomar birra." Si bien al final la saludó y hablaron, lo único que le faltó a Diego Manatrizio para coronar la noche fue invitarla a escuchar su proyecto musical: Flaaryr. Aunque tal vez la próxima vez que se crucen, la ex Sugarcubes esté entre su público. Es que este músico de Lomas de Zamora logró hacerse un lugar en la vanguardia sonora de la exótica Islandia.

Muchos años antes de que la selección de futbol vikinga hiciera historia en el Mundial de 2018, Björk consiguió poner a la nación europea literalmente en el mapa. Desde entonces, no es un delirio que una serie como Katla se instale entre las más vistas de Netflix en Argentina. O que David Dobkin se inspire en el fanatismo de los islandeses por Eurovision para hacer The Story of Fire Saga. Ni pasa desapercibido el exitoso experimento que hizo su gobierno para rebajar los días laborales a cuatro.

A pesar de que los islandeses saben tanto de Argentina como los argentinos conocen de esa glacial cotidianidad insular, el lomense hace fuerzas para que se sepa un poco más de lo que sucede en el sur de América. "A todos los que conozco les estoy quemando la cabeza para que vean Okupas", dice a propósito de su relanzamiento, hoy en Netflix y con banda sonora de Santiago Motorizado. "Es uno de los mejores retratos de la vida argentina que existen."

De Lomas de Zamora a Reikiavik

¿Qué hay de Islandia? "Me voló el cerebro. No sé explicarlo racionalmente", reconoce videollamada mediante desde Reikiavik. "Islandia era para mí el nombre de un país, pero a partir de ese momento pasé siete años escuchando música islandesa e interiorizándome con lo que sucede acá." Luego fue a comprobar por sí mismo si el humo que desprendía el marketing islandés venía de los volcanes. "Fui en invierno para ver si era tolerable, y acabó superando mis expectativas, que eran ridículamente altas. Me enamoré de su under, de la diversidad y de su sentido de comunidad. Tras ese viaje, supe que era donde quería vivir y hacer mi música. Al año siguiente me vine."

"Como en cualquier lugar del mundo, hay cosas increíbles y otras horribles. Es una población pequeña, pero hay muchas personas que se dedican a la música o que saben tocar un instrumento. Hay una gran variedad de artistas e intercambios", describe el lomense, quien puso en circulación en junio pasado su segundo álbum, Warm Light and Entanglement, exquisito trabajo con espíritu de folk electrónico, en sintonía con la impronta sonora de Bibio, Panda Bear y Juana Molina, aunque con la soltura experimental de Mount Kimbie y sir Was.

"Tiene mucho que ver con haberme establecido acá, y sentir realmente que estoy en casa", justifica. "Cuando llegué, por la incertidumbre de no saber si iba a encajar, vine con un set liviano. Me traje la guitarra criolla, loopera y nada más. Entonces traté de hacer composiciones que fueran complejas, pero fáciles de transportar. Así hice el EP Vegvísir (de 2019, sucesor de su debut, 8 nuevas formas de jugar al jenga, de 2018) y empezó Flaaryr." Cuando se abrió el camino, metió guitarra eléctrica y samples.

Lo mejor de dos mundos

"Entre tocar la guitarra criolla, estar de vuelta con la guitarra eléctrica, los pedales y toda la experimentación sonora, se dio la confluencia de dos mundos internos", dice Flaaryr, cuya biculturalidad está de manifiesto en la música, en los títulos (donde mecha español e islandés) y en las analogías. Como lo refleja el simple 160 a Lomas: 12 a Skeljanes. Es un barrio alejado del centro de Reikiavik, donde está la sede de Post Dreifing, colectivo artístico del que es parte desde 2019. "El 12 me lleva hasta allá, y el 160 es el que más veces tomé en mi vida. Son dos bondis en los que desarrollé mi música."

--¿Cómo es tu proceso compositivo?

--Hago sesiones muy largas de improvisación y las grabo. Cuando me resulta alguna idea, la aprendo hasta que salga igual. Ahí le agrego texturas y contrapuntos. Mis influencias son Steve Reich, Robert Fripp y el cubano Leo Brower. Mi costado latino tal vez venga más de él que de la música argentina.

--¿Extrañar sacó a relucir esa vena latinoamericana?

--No canto, y soy totalmente incapaz de hablar en público. Tanto con Hungría como con mi proyecto solista tenemos ideologías y preocupaciones sociopolíticas. Nunca pudimos expresarlas explícitamente porque no tenemos letras. Cuando empecé a usar el sample, me di cuenta de que puedo manipular las voces de otras personas para decir lo que quería decir.

Hungría fue la dupla de math rock con la que curtió el under metropolitano, antes de embarcarse en esta aventura instrumental a 11 mil kilómetros de Buenos Aires. "Tocamos cuatro años", repasa Diego, también parte de los laboratorios musicales grupales Dreymandi Hundur y Atisek, y en Argentina de Anomalía. "Fue importante de mi vida, por eso nunca pensé en un proyecto solista. Cuando vine para acá, mi trabajo era tocar mi guitarra en el subte. Hice eso tres años."

Pese a que es un país costoso (la entrada más barata para ver en vivo a Björk el mes próximo en la capital islandesa ronda los 50 dólares), Islandia tiene uno de los sueldos mínimos más altos del mundo. Por lo que un músico puede dedicarse a vivir de lo que hace. Esto decanta en la pregunta de qué echa de menos de Argentina. "Cuando tocábamos con Hungría en el Espacio Cultural Mi Casa, la gente se volvía completamente desquiciada; eso no pasa en Islandia", revela el artífice de Flaaryr. "Te pueden decir cosas bellas, pero esa intensidad nunca la experimenté acá. Por más que la escena musical sea muy interesante e inspiradora."