Fan no es una palabra que yo use mucho en relación al arte, en mi mente está más asociada a la euforia musical. Pero en ese sentido puedo decir que soy fan de esta instalación en el Museo Moderno de Buenos Aires.

Tardé en ir a verla, fui recién la semana pasada. Pero lo agradecí porque ese lunes a la mañana no había casi visitantes en el museo, la sala estaba vacía y creo que eso volvió a la experiencia aún más genial. Apenas entré me vi bajo un inmenso mandala de cuerpos mutantes. Aphex Twin sonaba a todo dar -en una rockola, también parte de la instalación- y no podría haber sido más acorde: de golpe Akira y el manga, el infierno de Dante, la geometría sagrada, el op art, las zapatillas nike, los cuerpos de Pompeya, imágenes de agujeros negros, tornados e insectos alienígenas en metamorfosis; todo un cosmos de asociaciones arquetípicas me vinieron a la mente en cascada.

Yo ya había visto sus demonios en la galería Barro, pero estos seres parecen estar más bien participando en un ritual trascendente, en una ceremonia psicodélica, quizá sean todos un mismo ser, en el proceso de fundirse con el todo. Mientras unas cadenas de neón los atan, creo que al mundo.

La muestra consta de varias construcciones y algunos objetos, pero este chakra de humanoides de cinco metros de alto capturó toda mi imaginación. Vi a la humanidad entrelazada en una red acuariana de tecnología, en el proceso de dejar atrás el cuerpo para volverse quién sabe qué, más allá de la singularidad. Vi procesos alquímicos, todo ese látex derretido y tenso, la angustia del fin de una época, pero la posibilidad de renacer de un Cocoon, en una fusión cuerpo-mente-y alma digital.

Se trata de Sueño sólido de Nicanor Aráoz. Había visto muchas fotos online, pero Instagram es un pálido reflejo, ya sabemos. Vemos las cosas del tamaño de la palma de la mano, en poco segundos, o distraídos mientras miramos veinte cosas más. Aún así estaba en mi lista de obras que quería ver en persona. Y hay que verla así. Si hay algo que como pintor envidio de las instalaciones es esa capacidad de sumergirnos completamente, de cuerpo entero en el teatro de la escena.

Terminó Aphex Twin y la sala quedó en silencio. Me enteré después por Nicanor que uno puede poner temas a elección en la máquina de la instalación inflable, cosa que no se me ocurrió en el momento. Pero el silencio también le queda bien. Volví a los cuerpos dispuestos como en una gigantesca maquinaria zodiacal. Sentí que eran un espejo de algún lugar interno donde se debaten las luces y las sombras de todo el relato del alma. Traté de imaginar qué significarían para Araoz. Pero qué diferencia podría hacer eso?

Yo creo que lxs artistas somos canales, conscientes o no, para la transformación y en última instancia, la iluminación de la humanidad. Sea lo que sea que eso significa. El poder alquímico del arte radica en la posibilidad de darnos permiso mutuamente para imaginar, y ese poder compartido se vuelve el catalizador de la especie. El nombre mismo de la obra sugiere un cruce de dimensiones. Desde un punto de vista el mundo es como un sueño, pero un sueño compartido que podemos palpar, cuando desde la sopa cuántica de nuestro inconsciente podemos materializar objetos de poder en esta realidad consensual, la modificamos. Los objetos de arte tienen ese poder. El arte abre canales. Abre las mentes a otras posibilidades antes inimaginadas.

Cuando Nicanor me preguntó que me pareció la muestra, le dije “fue un trip maravilloso”. Es que por un rato esa mañana (venía de hacer trámites de lo más mundanos por el centro) entré en una realidad paralela, recordé que todo el ruido del mundo ahí afuera era sólo la estática de fondo del drama de la existencia, y que el verdadero viaje del ser es interno y siempre épico. Que esta existencia más allá de la apariencia superficial es un increíble, y por momentos aterrador, viaje cósmico.

Cuando salí del museo, a la calle, y otra vez al mundo y al sueño colectivo, todo seguía igual, pero yo estaba transformado, y extrañamente un poco más feliz. Ese es el poder del arte.

Coloso (2008) de Diego Gravinese

Diego Gravinese comenzó a hacer sus primeras muestras en Buenos Aires a los 19 años, primero en el mítico Espacio Giesso, luego el Casal de Catalunya, siguiendo por el Instituto de Cooperación Iberoamericana y eventualmente en la galería Ruth Benzacar con la cual trabajó por más de 10 años, y en la que realizó su icónica muestra Surfer en 1997. Más tarde se mudaría a NY donde realizó dos exitosas muestras individuales en 1999 y 2001 junto a una de las primeras galerías en Chelsea, De Chiara-Stewart, con quien luego mostraría en Alemania y el resto de Europa. En los siguientes años trabajó con otras galerías en NY y Bs.As., incluyendo ZavaletaLab y SlyZmud con quien realizó su última muestra individual en la ciudad. La obra de Diego Gravinese ha mutado a lo largo de los años, desde una crítica social influenciada por el Nueva Figuración argentina, el pop y expresionismo americano, el post-punk y el advenimiento de la era digital, hacia una búsqueda más personal uniendo una revisión de la historia de la pintura figurativa con un retorno interior a la búsqueda del misterio inmanente ligado al despertar de la conciencia femenina, figurativamente encarnado en sus series de Venus de años recientes. Sus trabajos que han sido partes de numerosas muestras colectivas internacionales, bienales y ferias, pertenecen a importantes colecciones, privadas e institucionales, alrededor del mundo. Actualmente reside y trabaja en Buenos Aires.