Se supone que tengo que escribir sobre masturbarme, así que decido masturbarme. Estoy sola en un hotel muy chulo en Barcelona, con sábanas suaves y poco sueño, así que el trabajo de campo es el mejor plan. No necesito muchas excusas para masturbarme, pero esta me parece buena. No me masturbo mucho. Depende de con quien me compares, claro. Pero supongo que, si viviera una vida menos aplastada por el capitalismo, me masturbaría muchísimo más. No sé, ¿una vez a la semana es mucho?

Empecé a masturbarme muy pronto, eso sí. Fue culpa de las monjas. Cuando era tan pequeña que no tenía ni pensamientos sucios, una de las monjas nos dijo que “las niñas buenas dormían con las manos fuera de las sábanas”. Obviamente esa misma noche metí las manos en las sábanas, a ver qué pasaba. Al final, la intriga y la curiosidad invocaron a la excitación. Un calorcito picante y gustoso justo donde no querían las monjas que pusiera las manos. Y me toqué. Y me gustó. Y lo volví a repetir muchas veces. Hasta hoy.

Yo no sabía lo que era el squirting, pero pensaba que nos pasaba a todas, siempre. Desde que empecé a tocarme conscientemente y fui mejorando mi técnica, tuve que robarle una toalla del único baño a mi madre para no empapar las sábanas y el colchón. Después de acabar, la tiraba al suelo y qué a gusto me dormía… No sé si alguna vez la echó de menos, pero nunca dijo nada.

Me masturbo por fuera y sólo con los dedos. Nunca he usado un aparato. Escucho a amigas que nunca habían tenido un orgasmo, contar sus hazañas con los nuevos aparatitos, y -conociéndome- me da miedo morirme. Seguro que lo probaré. Pero creo que los nuevos aparatos, los que no tienen forma de pene ni son para introducírselos como si fueran un pene, han sacado del armario a todas las masturbadoras anónimas, que somos casi todas.

Pero es que, ¿quién necesita un pene para acabar? Yo, a veces uso vídeos para inspirarme, pero tardo tanto en encontrar alguno que no me de asco ni ganas de matar, que se convierte en una investigación feminista. Y no me compensa. Así que, casi siempre, fantaseo. Nunca con penes. Nunca con penetraciones. Fantaseo con sexo en público, con azotes, con un poquito de sumisión pactada y no violenta. Siempre yo el objeto, siempre sólo masturbación manual. Sólo a veces está definido el género. No necesariamente se corresponde con lo que me gusta cuando fantaseo con el cuerpo y con otros cuerpos.

Siempre lo he disfrutado. Pero todo es diferente desde que soy lesbiana. También la masturbación. Mucho mejor. Mucho más placer, mucho más deseo, muchas más fantasías.

Por supuesto que la masturbación de los cuerpos marcados como mujeres es un tabú. El patriarcado se pregunta: ¿para qué? Porque sólo entienden nuestro placer como objetos. Y porque las sujetas deseantes, como las mujeres listas, como las personas libres, son peligrosas. De que nuestros cuerpos se encarcelaran en lo reproductivo, hemos pasado a que se encierren en lo heteronormativo. Y sólo se nos entiende como cuerpos de los que disfrutar, casi siempre por encima de nuestra libertad. Y ni hablar de nuestro deseo.

Por eso creo que tenemos que hablar de que nos masturbamos. Porque es divertido, porque es placentero, porque es sano, porque ayuda a dormir, porque quita (un poco) las penas y porque es anticapitalista. Lo haces sola o con quien quieras, donde quieres, con tus manos o lo que quieras, y -aparatos aparte- es gratis.

*Periodista y militante feminista española. Coordinadora de Faktoria Lila en Bilbao.