Julia Ducournau

En el país de Alice Guy-Blaché (primera persona en dirigir ficción, El hada de los repollos, de 1896) y de Germaine Dulac (autora de La caracola y el clérigo, del ’28, considerado el primer film surrealista), las directoras de cine no son unas recién llegadas. Por si hacía falta una confirmación definitiva, en la última edición de Cannes, el premio mayor ha terminado en manos de Julia Ducournau por su jugadísima película Titane. “Gracias por dejar entrar a los monstruos”, dijo la muchacha con palpable emoción al recibir un reconocimiento doblemente histórico. No solo es la segunda mujer en hacerse con la Palma de Oro (en el ’93 Jane Campion ganó por La lección de piano, ex aequo con Adiós a mi concubina de Chen Kaige): lo ha logrado con una cinta de terror, un género tradicionalmente menospreciado, que ella asume con orgullo. “Agradezco que el jurado reconozca la necesidad visceral de un mundo más inclusivo y fluido”, remarcó esta cineasta dotada de un formidable talento visual, que a diferencia de Victor Frankenstein, ¡de ninguna manera se avergüenza de sus criaturas!

Titane abre con un accidente automovilístico. Su protagonista, una Alexia niña, sobrevive gracias a una placa de titanio que le insertan en la cabeza, elemento que explica la metamorfosis de esta chicuela mutante que deviene imperturbable máquina de matar. Y es que, ya crecida, la joven -en la piel de la cuasi andrógina debutante Agathe Rousselle- da rienda suelta a su instinto asesino, liberando además la incontenible atracción que le despierta el metal. No solo es capaz de tener sexo con coches: queda embarazada de uno, mientras suda y sangra… aceite de motor. Dándose al escape, adopta una identidad nueva, haciéndose pasar por el hijo muerto de un desolado y fornido bombero, interpretado por el incomparable Vincent Lindon. “Quería partir de tierra arrasada para mostrar cómo nace el amor incondicional entre dos personas que están en el precipicio de la humanidad, explorar ese vínculo sin determinismos”, ofrece Julia, que reconoce la influencia de Crash, de su adorado Cronenberg, film basado en la novela de J.G. Ballard.

Titane

“Mi película es como Alexia: muda de piel como una serpiente, y al final, lo que queda es la esencia”, señala la -además- bonita y elegante realizadora, hasta la coronilla de que llamen a su trepidante film “provocador”. “Parece que solo buscara impactar, que no hay sustancia detrás. Si yo fuera un varón, estoy segura de que nadie diría eso. ¿Cuántos tipos dirigen películas de terror que son mucho más gráficas, más shocking que las mías?”, se suelta la artista, admitiendo que su interés pasa “por recordar que lo monstruoso es parte del ser humano”; también por “desnudar estereotipos para luego hacerlos bolsa”.

Tras aclarar que ni siquiera tiene carnet de conducir, dice JD que el puntapié de Titane fue un sueño recurrente en el que “estaba embarazada y daba a luz a piezas de motor”. Una cosa llevó a la otra, y se puso a pensar “en textos fundacionales de nuestra civilización, como la mitología griega, que siempre es una fuente increíble como punto de partida. Me acordé de la historia de apareamiento de Gea -diosa de la Tierra- y Urano -del Cielo-, que resulta en el nacimiento de titanes y titánides, cuyos géneros son difusos, y forjan relaciones abyectas, ¡deliciosamente sangrientas!”.

Titane

Parisina nacida en el ‘83, Julia es hija de docs (papá dermatólogo, mamá ginecóloga) y le hubiera gustado estudiar medicina, “de no ser por mi nulo talento para la física y las matemáticas”. Creció escuchando hablar a sus viejos de forma descarnada sobre el cuerpo, la descomposición, la muerte, y siendo una parvulita curiosa, gustaba hojear libros de anatomía. También escribir cuentos y poemas, leer Barba Azul de Perrault, ver La masacre de Texas. Estudió literatura en la Sorbonne, se formó en la prestigiosa La Fémis -escuela nacional de cine de Francia-, profundizó en escritura dramática en la Universidad de Columbia, en Nueva York. Y con algunos cortos en la cartera, en 2016 presentó Grave (Crudo, su nombre en español) en la Semana de la Crítica, que fue nominada al César como mejor ópera prima.

Crudo es una película muy impresionante que se sumerge en insólito trance: el despertar caníbal de una chica vegana de 17 que inicia la carrera de veterinaria. Con inteligencia, JD apela a la sugestión sin caer en excesivos baños de sangre, y hace honor a las múltiples referencias con las que nutrió el relato: Justine, novela del Marqués de Sade; la leyenda bíblica sobre Caín y Abel; las tribus que deglutían a sus adversarios para fortalecer sus dotes guerreras, descritas por Lévi-Strauss; las pinturas de Francis Bacon; etcétera. Vale decir que en esta curiosa cinta coming-of-age, la actriz Garance Marillier no tiene nada que envidiarle a la voraz Béatrice Dalle de Trouble Every Day (2001, Claire Denis), pasando con holgura de embucharse el riñoncito crudo de un conejo a mascar con entusiasmo un dedo humano, petit canapé.

Crudo

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En la timba cinéfila es posible que pocas personas apostaran por Titane, al pertenecer -como se ha dicho- a ese incomprendido género que es el cine fantástico de terror, históricamente apartado por festivales de alta categoría y subestimado por una crítica estrecha de miras, que con condescendencia suele negarse a apreciar sus encuadres, iluminación, ritmo de tensión, uso estratégico de la música, construcción de atmósfera a través del sonido… También el modo en que ha explorado ansiedades sociales a la vera de la presunta respetabilidad, o sea, desde la transgresión. Antaño, en Estados Unidos, de Psicosis se dijo que “tiene uno de los asesinatos más torpes y nauseabundos jamás filmados”. De El exorcista que era “porno religioso, una basura hortera de gran presupuesto”. Del director de La noche de los muertos vivientes, se comentó: “Romero es un amateur incapaz de crear una sola puesta en escena que valga la pena”.

Pero como apunta un interesante artículo de Vanity Fair, “las primeras adaptaciones literarias en los años 20, 30 y 40 mostraban miedos a los deseos sexuales (Drácula), al avance de la ciencia (Frankenstein) o a los instintos primarios (El hombre lobo). Las invasiones de los 50 y los 60 de la Guerra Fría retrataron el terror nuclear, los slashers de los 70 la violencia con la que el patriarcado reaccionó contra el feminismo, y las casas encantadas de los 80 la ansiedad por conseguir ascender a la clase media-alta y seguir siendo infeliz”… Que sí, que sí, que Titane es un híbrido que bebe además del thriller, pero los elementos gore para el desmayo (hubo espectadores en la sala a los que efectivamente les bajó la presión) no apichonaron a un Cannes listo para la hemoglobina, y para seguir desarticulando ese prejuicio largamente instalado contra este tipo de producción.

Julia con la Palma de Oro

Habrá que agradecer al jurado oficial, mayoritariamente femenino, este 2021. De sus nueve integrantes, cinco fueron notables mujeres de distintos perfiles y nacionalidades: la actriz y directora francesa Mélanie Laurent, la realizadora austríaca Jessica Hausner, la cineasta franco-senegalesa Mati Diop, la actriz estadounidense Maggie Gyllenhaal y Mylène Farmer, una de las cantantes y compositoras pop más queridas de Francia, con incursiones ocasionales en pantalla grande, y videoclips dirigidos por Abel Ferrara, Luc Besson, etcétera. Un equipo de lujo que, en conferencia de prensa, se animó a soñar en voz alta cuando se le preguntó acerca de la situación de la mujer en el cine. “Quizá sea un poco ingenua, pero me encantaría que éste sea el último festival donde se debata el tópico. Ojalá en un futuro cercano, estando en pie de igualdad, no haya necesidad de siquiera mencionarlo. Dejemos que el planeta respire tranquilo, y con él, a las mujeres…”, manifestó Laurent.

Que Spike Lee -víctima de su propia torpeza al revelar antes de tiempo quién había ganado la Palma de Oro, una metedura de pata por la que le han lanzado demasiados tomatazos- haya presidido el jurado de la Sección Oficial también reviste importancia: es el primer afroamericano en tener el honor. Un honor al que muchas menos mujeres que varones han accedido, como denunciasen en 2018 Cate Blanchett, Agnès Varda y compañía. De ese año, la mítica fotografía de 82 mujeres “reunidas en representación de las 82 directoras que han competido por la Palma de Oro en Cannes, frente a 1.688 varones”, según leyeron -en inglés y en francés- las susodichas, que criticaron además que solo 12 mujeres presidieran y solo 2 ganaran la Palma de Oro (Jane Campion con La lección de piano, como se ha dicho, y la propia Varda una Palma de Honor) en la historia del festival.

Cannes evidentemente tomó nota, y este año también aumentó la presencia femenina -tanto en jurado como en competencia- de secciones paralelas como Una Cierta Mirada, donde las mujeres arrasaron: Unclenching the Fists, de Kira Kovalenko, ganó a mejor película; hubo mención especial para Noche de fuego, de Tatiana Huezo; el premio al coraje lo recibió La civil, de Teodora Mihai; el de mejor reparto, Good Mother, de Hafsia Herzi; mientras el FIPRESCI fue para Laura Wandel por Un Monde. Por lo demás, la Cámara de Oro a Mejor Ópera Prima lo recibió Munira, de Antoneta Alamat Kusijanovic. Y la Palma de Oro a Mejor Cortometraje, All The Crows In The World, de Yi Tang.

Directora y protagonistas de Titane

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Tratándose de unos de los eventos más glamorosos del cine, un paréntesis necesario, referido -cómo no- a la pilcha, amén de la sucesión de looks despampanantes que recorrieron la alfombra roja, con modelitos Gucci, Dior, Valentino, Saint Laurent, Chanel, Schiaparelli… En fin, haute couture para llenar catálogos. La que acaparó miradas, empero, fue esa fuerza de la naturaleza llamada Tilda Swinton, que para la ocasión se decantó por un blazer rosa furioso estilo smoking -con mangas de paillete doradas- y una falda de talle alto anaranjada, logrando que estos colores presuntamente contradictorios convivieran en perfecta armonía fashionista. Un diseño de Haider Ackermann, uno de sus creadores de cabecera, con el que paseó del brazo de Timothée Chalamet, de ensueño con su traje sastre metalizado, de Tom Ford. Así las cosas, la más regia fue la reina soberana: una Catherine Deneuve radiante -tras el susto de 2019, cuando sufrió un ictus- con un vestido largo de terciopelo negro, que fue recibida en la Croisette con una ovación por todo lo alto, a casi 6 décadas de su bautismo en el festival con Los paraguas de Cherburgo, joya impar de Jacques Demy.