Penguin Bloom                   6 Puntos

Australia/Estados Unidos, 2020

Dirección: Glendyn Ivin.

Guion: Shaun Grant y Harry Cripps.

Duración: 95 minutos.

Intérpretes: Naomi Watts, Andrew Lincoln, Griffin Murray-Johnston, Felix Cameron, Jacki Weaver.

Estreno en Netflix.

En una nota publicada en la revista Time hace cuatro años, Sam Bloom repasaba los eventos que la llevaron a publicar el libro autobiográfico Penguin, la urraca, escrito junto a su esposo Cameron y el escritor profesional Bradley Trevor: “Morí hace cuatro años y luego un ave salvaje me devolvió a la vida. Es una historia extraña y dolorosa, pero también feliz”. No es casual, entonces, que Penguin Bloom –el título señala el nombre de pila y el apellido adoptivo del pájaro en cuestión– comience con la tradicional placa que anuncia que los hechos narrados están basados en una historia real. A grandes rasgos, la de la película es la historia de Sam, una mujer australiana, surfista semi profesional y madre de tres niños pequeños que, durante unas vacaciones en Tailandia, sufre un terrible accidente que la deja paralizada de por vida de la cintura para abajo. El segundo largometraje del también australiano Glendyn Ivin pasa revista rápidamente al origen del drama, concentrándose a partir de ese momento en el comienzo del resto de la vida de la protagonista, interpretada por Naomi Watts (a su vez productora del film), y la de su marido e hijos.

Con la vida cotidiana tal y como se la conocía alterada por completo, Sam despierta y el simple hecho de trasladarse a la silla de ruedas se convierte en un doloroso calvario. Los más chiquitos continúan con sus gritos, saltos y corridas por la casa como si nada hubiera sucedido, y sólo el hijo mayor parece haber ingresado en una etapa callada y meditabunda (tal vez depresiva) ante las tristes novedades. Es posible que Noah sienta incluso algo de culpa por haber llevado a su madre a la terraza que permitió la tragedia. En una escena bisagra, Sam observa las fotografías colgadas en la pared del living, surfeando olas en las costas de Sydney o de pie junto al resto de su familia, antes de entrar en un violento frenesí de destrucción. Pero entonces Noah encuentra a Penguin, lastimado e imposibilitado de volar. La nueva mascota de los Bloom chilla todo el día y caga por todos lados, pero de alguna extraña forma su presencia comienza a transformar lentamente la vida de los humanos.

La carga metafórica queda más que evidenciada en una línea de diálogo (“Debe ser difícil tener alas y no poder volar”) seguida de un flashback de Sam caminando. Así, Penguin Bloom camina todo el tiempo sobre la delgada línea que separa la emoción de la sensiblería. Sin embargo, más allá del abuso momentáneo de la música incidental, el de Ivin es un film medido, delicado, que a pesar de estar diseñado para una audiencia familiar no cae en los lugares más comunes del cine “inspiracional” ni en los golpes bajos. 

El hecho de que una simple urraca haya podido transformarse en el mejor aliado de la sanación psicológica y/o espiritual parece algo cercano a la fantasía, pero las fotos reales que acompañan los títulos de cierre demuestran que, créase o no, el tal Penguin poseía algún don invisible a los ojos. Naomi Watts encarna con fiereza a un personaje atrapado en un cuerpo al que ya no reconoce como propio, y su rostro logra transmitir las diferentes etapas del particular duelo: de la negación a la derrota y, de allí, a una posible salida a la superficie.