La fresca alegría de los pibes de la reserva de Boca por haber empatado el sábado 0-0 ante los profesionales de Banfield aportó la unica nota feliz luego de los desarreglos de la semana. La vergüenza de los chicos mandados al frente por la baja política del fútbol renovó un aire viciado tras la vergüenza que los más grandes (jugadores y algunos dirigentes) dieron el martes pasado en Belo Horizonte. Cuando a las patadas y a las trompadas en el vestuario quisieron desquitarse de la turbia eliminación que habían sufrido a manos de Atlético Mineiro en un ida y vuelta que rememoró los peores episodios de aquella Copa Libertadores de los años 60, 70 y 80.

Los pibes de Boca obtuvieron el sábado algo mucho mejor que un buen resultado: instalaron una esperanza. Jugaron con una soltura y un desenfado que hace mucho que no se advierte en el primer equipo. Y mandaron un mensaje: quizás la solución no haya que buscarla en las contrataciones espectaculares ni en los nombres rimbombantes. En la medida que empiece a buscar adentro lo que cada vez más le cuesta encontrar afuera, Boca podrá enderezar un rumbo que parece extraviado hace años y que ni siquiera los últimos títulos locales han ayudado a retomar. Porque ganar la Copa Libertadores sigue siendo la medida de todas sus cosas. El altar delante del cual todos los sacrificios son posibles.  

Ese es el gran problema de Boca, su obsesión copera. Todas las energías están puestas allí y después de cada frustración, no queda nada, sólo tierra arrasada y una horrble sensación de vacío. Sobre todo si River va mucho más allá. La pérdida de la finalísima de Madrid en 2018 se llevó puesto a Guillermo Barros Schelotto y la eliminación en semifinales de 2019 liquidó el ciclo de Gustavo Alfaro. Miguel Angel Russo quedó tocado por las caídas de este año ante Santos y Mineiro. Y aunque su continuidad por ahora no parece en peligro, su crédito se ha ido reduciendo. Mucho mas cuando el equipo que está tratando de armar sin Tevez no termina de aparecer. O aparece en una versión mediocre, desprovista de fútbol y jerarquía. De improbable proyección futura.

Hace una semana que Boca se quedó (o lo dejaron) afuera de la Copa. Y todavía no ha podido achicar el daño. Lo ideal y lo lógico hubiera sido dejar rapidamente atrás el clima de derrota y mirar el horizonte con cierto optimismo. Pero no pudo: eligió pelearse con todos (los dirigentes de Mineiro, la Conmebol, la policia brasileña, el Ministerio de Salud, la Liga Profesional) y hace siete días que sus dos máximas autoridades, el presidente Jorge Amor Ameal y el vice Juan Román Riquelme, están enganchados en eso. Todo ha sido una vergüenza: el deseo de Boca de tener un trato privilegiado y la mezquindad de la Liga Profesional para tratar de sacarle ventaja a uno de los dos gigantes del fútbol argentino. En el medio de todo este aquelarre sólo hubo una buena noticia: la vergüenza de los pibes de la Reserva quienes el sábado dieron la cara haciendo el gesto más esencial: jugar por la camiseta.