Tapada por los peluches que hablan de su vida con él, la protagonista surge primero como una voz. Después, entre la maleza, consigue aparecer como si el cuerpo mismo se volviera ajeno. Tirada en el sillón habla por teléfono con su ex y es bella la imagen que tiene el tono leve de otro tiempo: un teléfono de línea demasiado grande y pesado para los usos de esta época que le da a la escena un anacronismo romántico.

La chica no puede parar de pensar en él, por eso habla. El esquema del texto escrito por Lucía Möller es la voz humana de Jean Cocteau, pero esa referencia clásica aquí se convierte en un acto de desdoblamiento. Es que Pasionaria es una experiencia teatral que tiene en Flor Dyszel, -es su trabajo actoral al detalle y en esa vibración que impregna en cada palabra como si quisiera cargarla de un alma nueva-, una dosis de autoría que va más allá de la dramaturgia propuesta.

El desamor nos aproxima a la locura, nos vuelve dóciles ante esa voluntad del dolor. Aquí la protagonista no desestima ninguna ambivalencia. Su amado puede haberla destrozado y, al mismo tiempo, la convirtió en la mujer más dichosa. Todo ocurrió con la voracidad del amor y ella ya no sabe en qué lugar ubicarse.

En ese territorio lento del dolor donde separarse es igual que soportar lo más desconocido de un duelo, Flor Dyszel se permite llegar a los extremos para que ese estado que todo lo habita, esa congoja que impide leer la realidad por fuera de su lámina furiosa, se convierta también en una comedia. Si logramos reírnos de su drama de la pasión maltrecha es porque podemos alcanzar una distancia crítica. Aceptamos un respiro en ese mundo de objetos que, a cada minuto, le recuerdan lo feliz que fue.

Mientras ella habla por teléfono en una conversación infinita, otro personaje convive en su casa como un fantasma. Podría ser alguien imaginado pero, en la temporalidad difusa y repetitiva del desamor, nos enteramos que se trata del chico del delivery de la heladería. Un muchacho que la ama y le lleva su helado preferido para demostrarle que podría morir por ella, que también llegaría a enloquecer y a llamarla por teléfono si lo dejara. Este personaje, interpretado con un candor sutil por Aníbal Gulluni, ya se ha aprendido ese relato perfecto que la chica realiza para curarse de su querencia. El puede ser su voz y también transformarse en un personaje para capturar la atención de esa mirada inquietante de Flor Dyszel. 

Pasionaria es una obra sobre el amor que nos abandona (no porque necesariamente alguien nos deje sino porque lo que se apaga es esa magia que en el dolor se asemeja a un milagro, entonces creemos que será imposible que vuelva a suceder) y sobre las personas que nos cuidan mientras no podemos olvidar. En nuestro deseo persistente por el amor que se terminó, somos incapaces de ver a estas figuras secundarias que nos salvan. Gulluni hace de este rol una instancia de comedia. Su desempeño es muy inteligente y refinado, sabe ubicarse junto a la protagonista y potenciar ese clamor.

Más allá de las características del personaje, lo que importa son las variantes de un estado. Bajo estos procedimientos, Flor Dyszel investiga para ir, de un modo pendular por una instancia que le permite conocerse y así llevar a un tono expresivo una maraña de sensaciones. Y es juntamente en los sentidos donde Lucía Möller desde la dirección y Flor Dyszel desde la actuación encuentran la variable para contar Pasionaria. El apego a los objetos, la acumulación de cosas que podrían deformar el espacio, el sillón que casi nunca abandona y la dificultad enorme para comer ese helado que hasta parece dolerle, como si todo en el cuerpo estuviera a punto de sangrar. Son estas las palabras de un drama que siempre será nuevo en su incansable brutalidad por seguir existiendo.

Pasionaria se presenta los viernes a las 19 en Espacio Callejón.