El niño es negro. Tiene la cabeza agrandada. Está desnutrido, desnudo, frente a un plato vacío. La imagen es de esas que valen más que un millón de palabras. Esa mirada. Esa tristeza. Ese desamparo. Esa resignación que ya ni siquiera desespera. Que espera algo, quién sabe qué. Era el rostro sufriente de una Bangladesh que a principios de los '70 parecía de esos lugares -como en la ESMA del '76- en los que no había estado Dios. Era entonces tierra y carne de luchas intestinas entre el este y el oeste de Pakistán por la independencia de Bangladesh, pero acoplada a un tremendo ciclón que había matado más de 500 mil personas. Era el rostro de ese niño, al cabo, la peor faz de una escalada más en la guerra indo-pakistaní que la porfía religiosa y los intereses imperiales habían partido en 1947.

Por eso, enmarcar aquel niño olvidado por el demiurgo en una especie de lápida para transformar en la tapa de un disco fue la mejor manera que encontraron George Harrison y Ravi Shankar para dar cuenta de lo que habían hecho aquel domingo 1° de agosto de 1971, hace hoy cincuenta años: un recital para que esos rostros, ese hambre, esa tristeza, esa desolación desaparecieran de esa maldecida tierra. O al menos se contrajeran. El Concierto por Bangladesh, un maravilloso evento con efectos polémicos, tuvo lugar en el Madison Square Garden de Nueva York, y el lucro tenía como fin abastecer de alimentos, vestimenta y medicación a los pakistaníes del Este que se habían refugiado en la India, cuando empezó la guerra por la liberación . Era la primera vez que el rock, en tanto movimiento musical, político y cultural “universal”, se ponía el overol militante para intervenir la realidad. Para intentar modificarla.

Lo de los efectos polémicos tuvo que ver con el después. Como siempre pasa cuando hay dinero y personas de por medio, los casi 250 mil dólares recaudados demoraron en llegar a los niños de la tapa. Se llegó a sospechar seriamente que alguien se había quedado con un vuelto, e incluso nunca se supo cuál fue la cantidad real de dinero que -descontados impuestos y supuestos vueltos- llegó a los refugiados, algo que, por supuesto, incomodó bastante a Harrison y a quienes pusieron el hombro para que todo llegara a buen puerto.

Lo de maravilloso, claro, se cuenta solo. Como en Woodstock, Altamont o la Isla de Wight -aunque con fines nada más que poco hedonistas-, enormes músicos de la era se reunían en un mismo escenario. En este caso, Eric Clapton, Leon Russell, Bob Dylan, Billy Preston, Klaus Voormann y Ringo Starr se sumaron entre otros a la gauchada de apagar el hambre y el abatimiento de aquel niño. De aquellos niños y niñas que Dios, en cualquiera de sus formas, parecía dejar entre renglones.

La idea en realidad había partido del bengalí Shankar, que venía de arropar al mundo con su sitar ensoñado y envolvente entre la lluvia de Woodstock, pero el que tomó la posta fue el mismísimo Harrison, que relajaba tras la tormenta Beatle y volvía al vivo, mientras publicaba un tremendo disco -All Things Must Pass- que le auguraba un futuro promisorio. Ya era público y notorio el apego del guitarrista a las músicas orientales, pero entonces el acercamiento a los Hare Krishna del líder espiritual bengalí, Bhaktivedanta Swami Prabhupada, lo habían transformado en un nexo esencial -y político, de algún modo- entre el rock and roll y aquellas culturas.

La prueba irrefutable y sonora de tal conversión está sellada a fuego en la pieza que abre el concierto para Bangladesh. La introducción en la que Shankar revive el hechizo de Woodstock a través de “Bangla Dhun”, una raga de 17 minutos que palmó al público entre sueños dorados, incandescentes. Pero fue “el” tema de All Things… (“My Sweet Lord”) el que, junto a la hermosa “Beware of Darkness” -del mismo disco- y el poderoso paseo por “While My Guitar Gently Weeps” con Clapton en guitarra, impregnó de magia, poder y belleza aquel concierto dividido en dos partes: una de tarde y otra de noche. Fue tal la conmoción provocada por “My Sweet…” en las casi 40 mil personas que atiborraron el Madison que el supuesto plagio a The Chiffons -que incluso le hizo perder un juicio al ex Beatle en 1976- quedó siempre en segundísimo plano.

Otra arista. Aunque tanteados por Harrison para tocar por Bangladesh, Paul McCartney y John Lennon no fueron de la partida. El primero no quiso saber nada, aduciendo que era muy pronto para una reunión -por más informal que fuera- de The Beatles tras la compleja diáspora, y Lennon no iría si George no invitaba a Yoko Ono, lo cual por supuesto no pasó. El único beatle en estar allí fue Ringo, que había metido un doblete discográfico año atrás (Sentimental Journey y Beaucoups of Blues), además de participar en la grabación del disco de Lennon con la Plastic Ono Band y del de George. El baterista se anotó en el Madison con “It Don't Come Easy”, tema que había publicado como simple en abril, con una ayudita explícita de su amigo George y un fin: contar lo que había provocado la separación de Beatles en la vida de sus integrantes.

Para Clapton, el Concierto por Bangladesh significó un oasis espiritual, tras el descontrol de alcohol y drogas -picos de heroína incluidos- que había marcado la existencia de Derek and the Dominos, su banda de entonce. Para Dylan, en cambio, implicó una preciada oportunidad para salir de su cálido hogar en Woodstock, volver a tocar en vivo después de dos años y -raro en él- saciar a los nostálgicos fans que pedían a gritos temas como “Blowin' in the Wind”, “Mr Tambourine Man” o “Just Like a Woman”. Para sorpresa de muchos, fue lo que hizo. Y no solo. Incluso fue a más con la queridísima rémora de nombre épico: “A Hard Rain's A- Gonna Fall”.

Preston, Voormann, Keltner y Rusell, que prendió mecha a través de la endemoniada “Jumpin Jack Flash”, de los Stones en tándem con “Youngblood”, completaron cartel, y participaron también del apoteósico final del concierto, que serviría como modelo para otros del tipo como Live Aid, o el de Amnesty. El cierre fue con “Bangladesh”, pieza que George había grabado y publicado como sencillo cuando recibió el pedido de su amigo Shankar, bajo el mismo propósito: no ver más los ojos desangelados del niño de la tapa. La letra así lo contaba: “Mi amigo vino a mí, con tristeza en sus ojos / Me dijo que quería ayuda / Antes de que su país muera (…) Bangla Desh, Bangla Desh / Donde tanta gente está muriendo rápido / Y parece un desastre / Nunca había visto tanta angustia”.

Todo esto está guardado en la memoria. Y también en el film montado por Phil Spector que se estrenó al año siguiente (1972), y que desde 2005 vive en soporte DVD, enriquecido por las fotos de Barry Feinstein y reveladoras entrevistas a los protagonistas. 

Del dinero recaudado, mejor no hablar.