Desde Río de Janeiro

De nada sirven los intentos de contener al ultraderechista Jair Bolsonaro (foto): él renueva y refuerza la certidumbre de que desconoce cualquier límite, que carece hasta de vestigios de equilibrio y sensatez.

Si en la dictadura que él tanto admiró y admira uno de los lemas difundidos era “nadie detiene a este país”, hoy día el lema aclarador es “nadie detiene a este esperpento desequilibrado”.

El grupo de partidos de derecha conocido por “Gran Centro” que Bolsonaro alquiló sugirió modales mínimamente aceptables. En vano. La bestia no oye a nadie, solo a sus instintos de odio. Y, mientras, Brasil se hace más y más paria en el escenario externo, y más y más destrozado en el escenario interno.

Por ejemplo, diez organizaciones de defensa del medioambiente, las más influyentes y conocidas entre ellas, publicaron en “Le Monde” un llamado para que se suspendan las importaciones francesas de productos oriundos de la región amazónica devastada por incendios criminales permitidos, cuando no incentivados, por el gobierno de Bolsonaro.

Peticiones similares circulan en Austria, Holanda y en varias regiones de la vecina Bélgica.

Bolsonaro ignora olímpicamente esa y todas las iniciativas y denuncias similares. Y la devastación prosigue.

El cuadro interno es dramático. Casi el 15 por ciento de la mano de obra está desempleada, y otro tanto no logra más que trabajos precarios.

Al menos el 44 por ciento de la población – alrededor de 92 millones de personas, más que el doble de Argentina – no logra la cantidad mínima de alimentación requerida, según médicos e investigadores. Y otros nueve millones no tienen nada con qué mitigar el hambre.

Las imágenes de largas colas en las puertas de carnicerías de Cuiabá, en Mato Groso, provincia riquísima gracias al agro-negocio, a la espera de restos de huesos es el reflejo de lo que pasa. En otras capitales familias afortunadas consiguen comprar media docena de pies de gallina y pollo, lo más cercano a carne que logran alcanzar.

Ayer se reinauguró en San Pablo el Museo de la Lengua Portuguesa, parcialmente destruido por un incendio hace unos seis años. El presidente de Portugal, así como su colega de Cabo Verde, comparecieron a la ceremonia. ¿Por dónde andaba el mandatario del país anfitrión?

Pues desfilando su irresponsabilidad criminal en un paseo de moto, sin usar mascarilla, sin ninguna medida mínima de protección.

Son más de 555 mil las víctimas fatales de la pandemia, siguen muriendo mil personas a cada día – 42 a cada hora –, víctimas también del retraso en la compra de inmunizantes, del vaciamiento del sistema público de salud, víctimas de la corrupción y de la estúpida incompetencia de los militares esparcidos por el ministerio de Salud.

¿Y qué? Como dijo varias veces Bolsonaro, basta ya de llorisquear.

Luego de disparar, el jueves por la noche, robustas ráfagas de mentiras y absurdos por televisión, amenazando una vez más con la no realización de las elecciones previstas para el año que viene y anticipando que no aceptará ser víctima de fraude, aseguró tener pruebas de que en las presidenciales de 2014 y 2018 el sistema de votación electrónica adulteró el resultado.

Mientras él decía absurdos, el Tribunal Superior Electoral, instancia máxima, divulgó por las redes sociales todos los desmentidos, uno a uno, en tiempo real. Fueron 18 mentiras, lo que constituye un crimen de responsabilidad, acorde a la legislación en vigor.

Ayer Bolsonaro repitió amenazas y mentiras de grandiosidad solar.

No es posible decir que el ultraderechista perdió la noción de lo absurdo y lo ridículo porque nadie pierde lo que nunca tuvo.

El problema es otro: no hay nadie que sea capaz de detener la avalancha de absurdos y de crímenes concretos de Bolsonaro. Es como si nadie se atreviese, temiendo vaya uno a saber qué. ¿Los militares están siendo tan beneficiados por él como para no hacer nada?

Pues mientras nadie le pare la mano, solo queda una certeza: con semejante bestia-fiera sin frenos, vendrán días peores. Y serán cada vez peores.

No es solo la democracia se encuentra bajo fuerte amenaza en Brasil. También lo está todo lo que se construyó desde la retomada de la democracia. Todo.