La historia de María Eugenia, que durante los últimos días se ventiló en el Centro de Justicia Penal de Rosario, despierta preguntas incrédulas: ¿Estuvo 23 años atada con una cadena a la cama? ¿No podía salir de su casa? ¿Nunca había podido escaparse? ¿Cómo la sometió por la fuerza durante tanto tiempo? ¿Qué hizo la familia? Las distancias existen, pero resuena otra duda del -nunca inocente- sentido común: “¿Cómo no se iba si le pegaba?” Urge la necesidad de aplicar una perspectiva, situarse en el círculo de la violencia, entender lo que vivió María Eugenia desde el principio, cuando su agresor la encerró tras una puerta sin picaporte, que sólo él podía abrir, la ató, la rapó, la vistió de varón y le cambió el nombre. La despersonalización que sufrió. “Una encerrona trágica”, lo definió ante el Tribunal el psicólogo Yamil Puiatti, que integra la Procuraduría Especializada en Trata de Personas (PROTEX), convocada por la fiscal Luciana Vallarella para hacer un informe a partir del testimonio de la sobreviviente.

“Hay un concepto en psicología que es el concepto de mortificación, que es algo que se puede ver a lo largo de su relato (de María Eugenia)”, dijo Puiatti, quien abundó en que se trata de “un concepto de Fernando Ulloa, que podríamos llamar de la clínica social, donde las personas que se ven envueltas en situaciones de abuso, cuando no pueden encontrar una vía de escape, sufren una falta de fuerza, están en un estado mortecino, apagado, sin vivencia, que son todas descripciones que ella dijo en su relato”. El psicólogo abundó: “Eso viene acompañado de algo que muchas veces se denomina una encerrona trágica, que sirve para ilustrar el sentimiento de resignación que expresan las víctimas que están sometidas a alguien, a una persona, a un tercero y que se define como la situación en la que una persona, para poder vivir, para poder trabajar o para poder recuperar su salud depende de alguien que la maltrata o la destrata”. El especialista explicó que “esto provoca una forma de dolor psíquico, que después trae consecuencias psicopatológicas. Se presenta muchas veces como una situación sin salida, lo cual explica la extensión de los hechos”.

23 años con miedo

El miedo no es sonso, dice un refrán de esos que condensan la sabiduría popular. Hoy María Eugenia vive lejos del lugar de los hechos, no quiere mostrar su imagen para que Racco no pueda reconocerla. Vive con su mamá y cerca de su hermana. Está muy distinta, así dicen quienes la recibieron en mayo de 2019, cuando logró escapar y pidió ayuda. Su principal miedo es lo que pueda pasar con su hijo, Facundo, de 27 años. Era la amenaza fundamental de Oscar Racco. El nene tenía 2 años y medio cuando el agresor los separó. El miedo nunca es sonso: una de las hijas del imputado intentó sacarle fotos al joven el día de su declaración, en los pasillos del Centro de Justicia Penal, donde se llevaron adelante las audiencias. El Tribunal integrado por Nicolás Vico Gimena, Nicolás Foppiani y Rafael Coria le impidió a la mujer que permaneciera en el edificio.

Durante el juicio, a partir de la prueba que pudo presentarse, la fiscal cambió el pedido de pena. Solicita una condena de 26 años por privación ilegítima de la libertad, reducción a la servidumbre y abusos sexuales reiterados, al principio había sido de 18 años, pero durante el juicio, María Eugenia pudo detallar la violencia sexual y la actual psicóloga que trata a la sobreviviente detalló las secuelas psíquicas y físicas que acarrea. El fallo del tribunal compuesto por Nicolas Vico Gimena, Nicolás Foppiani y Rafael Coria refrendó este viernes el pedido

María Eugenia cuenta que se acostumbró a hacer todo lo que él quería, para evitar las palizas. “Tenía tanto miedo que no podía ser real en mi vida. Yo pensaba que me iba a tener que morir ahí o que me iba a matar”, dijo María Eugenia a Las12 y siguió: “Siempre, cuando me pegaba porque yo hacía algo mal, o algo que a él no le parecía, me decía: ves que el hombre es un animal de costumbres. Fui un perrito adiestrado durante 20 años de mi vida, aprendí a comer lo que a otro le gusta, vestirme como a otro le gusta”.

Cómo empezó el cautiverio

La historia empezó en diciembre de 1995. María Eugenia, recién separada, con un hijo de dos años, vivía con sus padres. Entre las fiestas, conoció en un bar de la Terminal de Ómnibus de Rosario a Oscar Racco, un hombre 16 años mayor que ella. Empezaron a salir. Ella creyó que las actitudes posesivas y de control eran demostraciones de amor. Al principio se sintió cuidada. Muy rápido, empezó a ser monitoreada todo el día con llamadas telefónicas (en aquel entonces a teléfonos fijos). “Ella le contaba todo lo que estaba haciendo. Yo en un momento pensé que este hombre le hacía control mental”, dijo Susana, la mamá de María Eugenia, en el juicio, donde se presentó como “una de las sufrientes de este juicio”.

Pocos meses después de salir, un día, María Eugenia supo que Racco la espiaba cuando salía de trabajar. Ella se encontró con un amigo, al que saludó con un beso. Apenas entró a su casa, tenía una llamada del violento. Llegaron los golpes, la violencia, las amenazas de decirle a la familia que ella salía con uno de sus primos. María Eugenia decidió terminar la relación, pero él la presionó, la llamaba todo el tiempo. Tanto miedo tuvo ella que intentó suicidarse.

Después de eso, el 6 de mayo de 1996, Racco se apareció en la casa familiar, María Eugenia lo fue a buscar hasta la esquina para evitar el escándalo. Él la llevó a puñetes y la tiró sobre un sillón. La casa estaba llena de parientes porque había muerto un tío de María Eugenia. Racco amenazó a todos, y terminaron en la comisaría 15° de Rosario. Entonces, la policía no se metía en temas “de familia”. Cubrieron a Racco, que se llevó a “su novia” a la casa donde vivía.

Encadenada a la cama

Los primeros tiempos estuvo encerrada con llave, en una habitación sin picaporte, en la planta alta de la casa donde Racco vivía con sus padres. Una vez, como pensó que ella había roto los papeles que tapaban la ventana para pedir ayuda, decidió empezar a encadenarla a la cama mientras él no estaba. La desataba para que cocinara para toda la familia. Años después, la cadena ya no hizo falta: la sujeción era psíquica, ella pensaba que “era la vida que” le “había tocado” y que nunca podría salir. Cada tanto, Racco le recordaba que sabía perfectamente todos los movimientos del hijo de María Eugenia. A qué escuela iba, sus horarios, cómo encontrarlo.

Oscar Racco durante las jornadas del juicio que termina mañana, en su defensa apeló a todas las nociones básicas del patriarcado: ella tendría que agradecerle, él la salvó de ser una

Toda la familia de María Eugenia sufrió las violencias de Racco. “A nosotros nos arruinó la familia”, dijo Susana, la mamá, durante su declaración, mientras recordaba toda la ayuda que pidió, cómo intentó que su hija pudiera salir. Susana tenía una libreta de almacén en la que anotaba todas las gestiones que hizo para recuperar a su hija. El abogado al que recurrieron, después de un tiempo, declinó de seguir tomando el caso porque recibió amenazas contra su vida.

“En 8397 días, que fueron los días que Racco la retuvo en su casa, María Eugenia vio a su hermana María Juliana sólo 2 o 3 veces, las veces que se escapó o Racco la llevó a la casa de calle Sarmiento cuando su madre enfermó o para realizarle la pericia psiquiátrica. Su hijo Facundo la vio y la reconoció como su mamá sólo un día: el 28 de agosto de 2013, cuando él ya tenía 19 años, nunca se va a olvidar esa fecha porque fue el día en que conoció a su mamá. Susana pasaba por la puerta de la casa de Racco sólo para asegurarse de que su hija estaba viva, pero el contacto entre ellas era casi nulo, Racco le gritaba, la amenazaba, la insultaba y María Eugenia terminaba pidiéndole que se fuera porque temía que algo más grave pudiera pasarle a su familia. Claudia, su amiga, recuerda haberla visto una vez que logró escaparse y fue a su casa y nunca más”, relató la fiscal en su alegato.

Y recordó que “Racco ejercía una violencia brutal y extrema hacia María Eugenia. La golpeaba, le pegaba cintazos y latigazos, incluso lo hacía mientras la ubicaba debajo del tanque en la terraza, mientras le caía agua encima. Hubo un día en que fue tan insoportable el dolor que María Eugenia se lanzó hacia el pasillo y terminó siendo asistida en el HECA. El Dr Carlos Hude constató hace 2 años, el 30 de octubre de 2019, que María Eugenia todavía tiene esta cicatriz en la cabeza”.

Los intentos de escape

María Eugenia trató de escapar esa vez y otra más, por lo menos, cuando fue a Tribunales a firmar la sentencia de divorcio de su primer matrimonio. Pudo irse por otra puerta, pero Racco la asedió en la casa familiar, la amenazó y la presionó. Terminó volviendo.

Cuando la madre de Racco enfermó, y luego murió, María Eugenia pudo salir de su casa a hacer algunos mandados. “Estaban siempre juntos”, es lo que decían los vecinos, aterrorizados. Racco estaba armado y lo hacía saber en el barrio. Por supuesto que María Eugenia también lo sabía: contó en el juicio que mantuvo relaciones sexuales, más de una vez, con un arma apuntándole en la cabeza.

En el barrio, a María Eugenia la conocían con otro nombre: Lucía Puccio.

La supresión de identidad

Cambiar el nombre de alguien tiene consecuencias. Así lo detalló Yamil Puiatti, de Protex, como testigo experto. “El cambio de nombre y el cambio físico, estético, generan una supresión de la identidad y de la personalidad, sobre todo el nombre, que es algo que nos define desde que nacemos. Alguien nos pone un nombre, que es algo con lo que toda la vida nos identificamos y un tercero, porque es su voluntad, decide cambiarlo. Eso genera un estado de sujeción, al ser aceptado y se pasa a ser la persona de otro y no la propia. Es alguien que, como adulto, me dio ese nombre y respondo a él, y lo mismo sucede con el cambio estético. Es una conducta de poderío hacia otro”, consideró.

Así lo describió la fiscal en el alegato: “María Eugenia comía si Racco se lo permitía, dormía si Racco se lo indicaba, se bañaba si Racco lo hacía. Y había veces que no dormía porque Racco la hacía arrodillar para rezar y permanecer así hasta que él se lo dijera, le decía que tenía que pedir perdón por ser tan puta y repetirlo hasta que él se lo indicara”.

Ni siquiera al médico podía ir sin la intervención de Racco. Hay escasos registros en el sistema público de salud. ¿A quién podía pedirle ayuda? A veces no se trata sólo de denunciar, hay que rearmar un circuito de vida, encontrar una forma de sostenerse, esconderse de la persecución, todas decisiones y acciones que requieren de una red, de un sostén que acompañe ese proceso.

El frente de la casa de Oscar Racco, el lugar de cautiverio de María Eugenia.

Las secuelas emocionales

La psicóloga que trata actualmente a María Eugenia se llama Valeria. Su apellido se reserva para que el agresor no pueda ubicar la provincia donde reside. “Es increíble lo que vivió, y su resiliencia también es increíble. En un principio era una persona totalmente fragmentada y se ha ido reconstruyendo, pero subsisten las secuelas emocionales. También tiene secuelas físicas”, dice la profesional, que declaró en el juicio como testigo.

Para Valeria, “hay muchas cuestiones que resultan terribles. Ella reconoce que son más de 20 años de sometimientos, de estar privada de la libertad, de temor que todavía sigue sosteniendo. Tiene una relación preciosa con el hijo, pero el temor ha sido una constante y lo ha sido también estos años, por suerte lejos de él”. El principal miedo es que Racco salga en libertad y pueda volver a atacarla a ella, o a su hijo. “El miedo a este hombre representa el temor todo para ella. Y esas secuelas emocionales cuesta corregir aún, más allá de que la angustia se ha corrido un poco, cuesta corregir. Nos va a llevar un tiempo más. Como terapeuta tengo esperanza en que la justicia ponga las cosas en su lugar”, dice la profesional.

“Fue muy difícil para ella todo este tiempo, la manipulación psicológica del hombre, llegar al sometimiento que llegó es terrible. Como se come una hormiga a un elefante. De a poco. En pequeñas cosas que ella terminó naturalizando, y perdiendo las señales de alarma. Más allá de que aparecían ideas de muerte durante todo ese sometimiento, ella conservaba la esperanza de que en algún momento iba a poder salir y ver a su gente”, siguió la profesional que hoy trata a María Eugenia.

El camino de salida

El difícil camino de salida comenzó con un regalo: el libro “Gente Tóxica”, de Bernardo Stamateas. “Yo siempre pensaba en irme, pero también pensaba que no tenía a quién pedirle ayuda. Cuando me guardé el DNI pensé que iba a encontrar el momento. Pensaba de qué manera hacerlo. En un momento él se encontró con una prima por Facebook y él la invita a comer con su esposo. Hice pizza, lemon pie y ella trajo un libro de regalo a él y a mí unos aros. Ellos son evangélicos. Y él le dijo a la prima ‘¿cómo me vas a traer un libro si yo no leo?’. Y ella le dijo que lo lea, que se llamaba “Gente tóxica” y él le contestó que se lo lleve. A mí me dio vergüenza ajena, y me gusta leer, entonces le dije que yo lo iba a leer. Empecé a leerlo y leía una página y me parecía una foto de lo que era él… Nunca estuve ajena a la magnitud de lo que vivía, pero me di cuenta que iba a terminar muerta con una persona así, y así empecé a buscar el momento en que me podía ir”, dijo María Eugenia frente al Tribunal.

En su esclarecedor testimonio frente ante la justicia, el psicólogo de PROTEX también aludió a la función que cumplió ese libro. “Por lo general, la experiencia indica que estas personas necesitan de un tercero, ya sea un objeto o una persona, que se presente como aquello que es lo justo y que pueda así romper ese cerco en el cual se encuentra, y poder ir modificando ese sentimiento de resignación para cambiar de posición y dejar de ser pasivamente sumiso para ser activamente luchadora de los derechos, por llamarlo de alguna forma”, dijo Yamil Piuatti durante el proceso. Situó en esa función al libro recibido. “Al final de la relación, una prima del imputado le había regalado un libro de autoayuda. No importa que es, lo que importa es lo que genera en la víctima. Este libro logró que la víctima pueda hacer real ese sentimiento que venía pensando en cuanto a ‘acá algo está mal, estoy siendo limitada en mi accionar y tengo que cambiar esta situación’. Esto hace que la persona pueda lentamente ir cambiando la posición en la que se encuentra”, dijo el psicólogo.

La versión del acusado

Durante el juicio, Racco tomó la palabra. En su defensa aseguró que "Eugenia" era "re feliz" con él, y dijo que ella "tendría que estar agradecida" porque él la "había sacado de las drogas", aseguró que ella "fumaba" e incluso intentó apelar a la complicidad machista para decirles a los jueces que ella "era ninfómana". Como prueba de la libertad que tenía la sobreviviente, dijo que iba sola al supermercado a hacer las compras, porque a él no le gustaba. En la cuadra aseguran que ella nunca salía sola. En todos los prejuicios machistas desplegados por el acusado resuena el discurso religioso, la necesidad de disciplinar a las mujeres. 

María Eugenia vivía con Racco en barrio Cura de Rosario, una zona de casas bajas cercana al country del club Provincial. Varias veces por día debía salir a limpiar la vereda -con él vigilándola- y, una de esas veces, vio la ocasión para escaparse. Pocos días antes había escondido su DNI en una zapatilla. Él necesitó volver apurado al baño y no llegó a cerrar la puerta con los dos candados. Como en una película, ella rescató de la máquina de coser dos fotos de su hijo y una carta de su padre, tomó 640 pesos que tenía para hacer un mandado y el DNI que había escondido previamente. Se fue corriendo, se escondió detrás de un contenedor de basura y tomó un taxi.

Cuando llegó a la estación de servicios donde a veces acompañaba a Racco a cargar nafta, lo primero que hizo María Eugenia, en el año 2021, fue pedir una guía de teléfono. Necesitaba contactar a su familia y no tenía otra manera.

El Teléfono verde y la condena a 26 años para Oscar Racco

Hubo una intervención clave para que pudiera salir del círculo de la violencia, aquél 8 de mayo de 2019: su hermana le dijo que la iba a buscar, sólo si ella aceptaba llamar al Teléfono Verde (el número de la Municipalidad de Rosario, articulado con el 144). Allí empezó una nueva historia para María Eugenia. “Me gustaría que las mujeres que pasan lo mismo que yo sepan que es verdad que te ayudan y es verdad que se sale. Yo pude aguantar todos estos años, pero mi compromiso es que no caiga otra persona y termine muerta al lado de él”, dijo sobre las redes que se tendieron -y se tienden- para sostener el tránsito a una vida autónoma.

La condena al agresor es una reparación para María Eugenia, y un mensaje para todas las mujeres que hoy están viviendo la encerrona trágica. “Estoy esperando justicia, lo que me prometieron, que siento que en lo personal no me alcanza, pero en lo legal sé que se va por eso. Confío en los jueces, confío en la fiscal y espero que todo esto tenga un final”, respondió premonitoria, antes del fallo, a la pregunta de Las12.